Los Buenos Modales

Me es imposible precisar cuándo se inició nuestra particular tradición familiar, tan ridícula a los ojos de la mayoría de las personas que nos conocen, pero que hasta donde mi abuelo, mi padre y yo podemos recordar, siempre estuvo allí. Tal vez desde mucho antes.

Quizás haya sido por un antepasado de carácter muy decidido, quien al ver la ineptitud de la familia para jamás llegar a amasar fortuna alguna, decidió con cierta tristeza que al menos deberíamos trasmitir este legado de civilidad a nuestras generaciones venideras. Y así se ha hecho desde entonces. Siempre hemos mantenido contra viento y marea nuestros buenos modales.

Claro que no ha sido fácil, y en incontables ocasiones poco práctico. Muchas veces no aconsejable y en alguna que otra oportunidad, como decirlo..., insano. La cuestión es que hemos sido imbuídos desde nuestra más tierna infancia de la necesidad de observar los buenos modales en absolutamente cualquier circunstancia, sin excepciones.

Sólo hemos sabido de un único rebelde disidente en la historia familiar: El tío Esteban; quien en un momento de obnubilación total, al enterarse de que su hija menor de catorce años, la prima Sarita, había sido embarazada por don Jacobo, el vendedor de diarios y revistas de la esquina de la iglesia, frente a la plaza, se fue hecho una furia a propinarle una paliza, sin llegar a reparar en los daños ocasionados a las múltiples publicaciones que quedaron esparcidas por la vereda y la calle, ni en la avanzada edad del señor violador, siempre tan amable con todos sus clientes. Pero lo que realmente rebasó la copa, fue que tío Esteban rehusó terminantemente resarcir y presentar sus sentidas disculpas al pobre hombre, siendo entonces en un breve pero emotivo acto, desheredado por el abuelo Eusebio. Por supuesto que todo aquel montaje era más por contenido que por sustancia, ya que no había absolutamente nada que heredar, sino deudas. Pero la familia renegó de seguir en contacto con el bárbaro tío en desgracia, que a partir de entonces se transformó en uno de nuestros más acérrimos críticos.

Dicen que no se puede ir por la vida como un troglodita, haciendo lo que sintamos o nos viene en gana sin consideración hacia los demás. Bueno, déjenme decirles que tampoco es un sendero de flores nuestra forma de encarar el día a día. Demasiada miel siempre empalaga.

Recuerdo mis primeros días de estudiante en la escuela primaria. Los grandotes de sexto grado, que habiendo repetido el año un par de veces contaban a la sazón con trece o catorce abriles y barbas incipientes, siempre me quitaban la merienda en los recreos junto con cualquier moneda que pudiese haber en mis bolsillos. Como lo tenía bien inculcado, inmediatamente después de recomponer mis desordenadas vestiduras, ofrecía mis disculpas a los transgresores por no tener más que ofrecer.

O en la adolescencia, cuando mis compañeros después de una clase de gimnasia escondieron toda mi ropa mientras me duchaba y tuve que salir mostrando mi esmirriada desnudez ante una veintena de estudiantes despanzurrados de la risa y dos de mis profesores, excusándome a troche y moche por la patética imágen que ofrecía a sus ojos, morado como una remolacha.

Tampoco escapa a mi memoria mi frustrado casamiento con Leticia, quien el mismo día de la ceremonia me dejó plantado en el altar, delante de los padrinos, los testigos y cien amigos y familiares impacientes, haciéndome saber por una nota entregada a uno de los monaguillos que se había arrepentido a último momento y que prefería compartir su vida con Lito, nuestro mejor amigo en común. Me llevó varias horas disculparme personalmente con cada uno de los presentes y luego redactar dos notas, una para la novia fugitiva, solicitando su perdón por no haber estado, obviamente, a la altura de sus expectativas, y otra para Lito, congratulándolo efusivamente por el advenimiento de esta nueva etapa en su vida.

Cuando en el 2001 me agarró el corralito bancario con los ahorros de toda una vida de duro trabajo, que casi en su totalidad perdí irremediablemente por el capricho de un discapacitado mental a cargo del gobierno de ese entonces, recuerdo que sentía una gran bronca y un cerrado nudo en la garganta cuando fuí a darle mis excusas al gerente del banco, por no haber tenido una suma mayor de dinero en mi cuenta al momento de la catástrofe financiera.

Apenas hoy, ya casi sesentón, estoy dudando un poco de la practicidad y las ventajas de nuestra larga y firme tradición de buenos modales. Acabo de llegar a mi hogar, a pie, después de un árduo turno de doce horas como tester en la planta de ensamblaje de las famosas enemas “Cool on”, y veo a mi esposa con mis cuatro hijos esperando pacientemente sentados en la vereda. Me informan, sin extraviar la calma ni el vocabulario, que nuestra casa ha sido tomada a la fuerza por ocupas a quienes, si alguna vez, tardaré judicialmente varios años en desalojar.

Por qué, me sugieren todos, mejor no voy y toco la puerta de una escapada, para tratar de explicarles que la heladera esta casi vacía pués los días de compras son realmente los sábados. Y que el living-comedor no luce en su mejor condición porque la pintura está tan cara...

Nada el living-comedor que siga esperando la pintura, que nada te pueda robar el tiempo de tus escritos por demás magistrales,

Juan, te agradezco sinceramente el cumplido. Me alegra que este cuento haya sido de tu agrado. Cordiales saludos,
Jose

Una comedia muy simpática, la disfruté.

Gracias Antifaz. Es un gusto para mi recibir tu visita. Saludos,
Jose

PRIMERO LEI Y DIJE QUE BOLUDO, (PERDON), DESPUES ME DI CUENTA DEL TONO IRONICO DEL RELATO JA, PERO CAI COMO EL MEJOR MIENTRAS TE LEIA,HASTA LA DEL BANCO, AHI ME DI CUENTA DE LO SATIRICO DEL TEXTO....¿PORQUE ES IRONICO NO?,JA,

ME GUSTO, AUNQUE CREO QUE LOS BUENOS MODALES SON OTRA COSA, UNA BUENA PALIZA AL DIARIERO ME PARECE UN ACTO DE MUY BUENOS MODALES, ANTE LO QUE HIZO EL VIEJO, Y QUE PERDONE EL ABUELO.

UN CUENTO QUE ME GUSTO, Y QUE MUESTRA ES LINEA QUE SIEMPRE ME DICEN, UNO ES BUENO,Y TENES QUE SERLO, PERO HAY UN LIMITE, SI LO PASAS YA SOS UN GIL.

FELICITACIONES

amigo Fobio. Creo recordad haberlo leído ya en otro lugar (corrígeme si no estoy en lo cierto), pero tanto da, pues está igual de fresco y divertido, amén de que deja para quien quiera entender, una moraleja impagable.
recobe un abrazo de Orwell

Muchas gracias Mateo. Y si, diste en la tecla, amigo. El cuento tiene una dosis muy cargada de ironia. Es quizas, mi mejor forma de decir las cosas que nos molestan a todos. Un saludo cordial,
Jose

Hola Orwell. No estas equivocado, amigo. Ya habia subido este cuento a QQML, donde estuvo brevemente, hasta que lo retire. Es quizas en ese tiempo cuando lo has leido. Gracias por tu visita y comentario.
Un abrazo de vuelta,
Jose

Un texto que me produjo varios estados de animo desde la bronca hasta la risa pasando por la lastima.
Felicitaciones

Muchas gracias Ricardo. Aprecio sinceramente tu lectura y generoso comentario. Saludos,
Jose