El Cuadro (Cuento)

Martín Pardo Páez, era un adinerado señor en una población mayoritariamente pobre, único heredero de una fortuna varias veces millonaria.
Habitaba una enorme mansión en las afueras de la ciudad atendida por una veintena de personas abocadas al mantenimiento y servidumbre.
Entusiasta y admirador de las pinturas famosamente celebres, visitaba museos en todo el mundo y cuando tenía la oportunidad de comprar una obra de algún pintor famoso no lo dudaba un instante.
Cada día por las mañanas, vestido con una bata y un pañuelo de seda anudado al cuello, mientras saboreaba un puro del mejor tabaco cubano, observaba con fascinación los cuadros que llenaban las paredes de las galerías.

Tenia terminantemente prohibido, que transitaran las galerías cuando estaba admirando las obras y también que se produjera algún tipo de ruido o sonido de manera tal, que pudiera escuchar su respiración cuando se excitaba. El placer que le producía contemplar las obras era casi orgásmico.

Martín de 50 años de edad, no le interesaban las mujeres, tampoco los hombres, es más nunca se lo había planteado en su vida.
Una tarde, salió de la mansión rumbo a la ciudad para tomar el té en una confitería, que aunque no era lujosa, trascendía en el tiempo por su fama de albergar gente de las artes. Escritores, músicos, pintores etc.
En aquel lugar, se reunía cada quince días con gente del ambiente donde conversaba y se interiorizaba de las últimas novedades sobre arte.

Esa tarde, se acercó a la mesa donde estaba Martín, un muchacho modestamente vestido de aproximadamente treinta años que llevaba bajo su brazo varios oleos, los mostraba y los ofrecía por unos pocos pesos. Lejos de interesarle los oleos, compró uno al azar con tal que se fuera y poder seguir conversando.

Cuando estuvo de regreso en la mansión, todavía tenía enrollado en su mano ese óleo que ni siquiera había visto. Lo apoyó sobre la enorme mesa de roble de la sala principal y cuando el óleo se desenvolvió, dejó ver el rostro de una hermosa y joven mujer de cabellos color oro con ojos verdes y grandes, que parecía mirarlo con dulzura.

Sintió un cosquilleo en el estómago, su respiración se aceleró, su corazón aumentó el ritmo y sus manos se le mojaron con sudor. No podía moverse ni pensar en nada, solo miraba el rostro de aquella mujer.
Pasó largo tiempo en esa posición hasta que... Pedro el mucamo más antiguo y de su confianza lo encontró y le preguntó si se sentía bien, Martín asistió con la cabeza y le pidió un coñac.
Luego, se sentó en su sillón predilecto.
Agitaba suave y lentamente la copa de coñac, mientras trataba de encontrar una explicación a lo que le había sucedido. Esa no era una pintura famosa, lo que le sucedió no le había pasado anteriormente, esto fue distinto a lo que sentía por las mañanas en las galerías observando los cuadros.

¿A que pintor pertenecía y quien era esa hermosa mujer? Era la pregunta recurrente que se hacia mientras tomaba el coñac.
Al otro día temprano, dejó la mansión sin contemplar los cuadros y se dirigió a la confitería donde compró el óleo con el objeto de obtener alguna información del muchacho que se lo había vendido.

Después de mucho preguntar y cuando llegó el medio día tuvo la primera noticia del paradero del muchacho. El mozo que tomaba el turno de la tarde, se acercó para darle el lugar donde podía encontrarlo.
Sin perder tiempo llegó hasta la casa del joven, golpeó las manos y luego de esperar unos segundos que le parecieron eternos, se abrió la puerta dejando ver la figura del joven pintor.
Sin más trámite se dio a conocer, le preguntó si había pintado el óleo de la mujer rubia de ojos grandes y verdes.
El muchacho contestó afirmativamente y Martín volvió a preguntar.

¿Salido de su propia inspiración o es copia de algún cuadro famoso? - A lo que el joven respondió:
- No, es el retrato de una mujer que tengo de modelo y quien por unos pesos posa para mí.

-¿Puede darme su dirección? - Dijo Martín con ansiedad.
-Te compraré a cambio todos los cuadros que tenga ahora mismo.

EL joven aceptó sorprendido y Martín se fue en busca de aquella mujer que no lo dejó dormir en toda la noche.
La casa quedaba en un barrio marginal de los tantos que había en la ciudad y la vivienda a la que por fin llegó, estaba en un estado miserable.
Golpeó las manos luego de recomponer la respiración, se abrió la puerta de chapa y una mujer rubia de cabellos dorados y grandes ojos verdes se asomó dejando solo un espacio de veinte centímetros. Ella preguntó - ¿Quien es?
Martín tembloroso y con la voz entrecortada, apenas pudo presentarse y explicar a medias y confusamente los motivos de su visita.

La rubia dama lo invitó a pasar y cuando abrió la puerta, Martín pudo ver que estaba en silla de ruedas, pero el solo podía mirarla sus ojos, no pudo ver lo de su alrededor.
Le dijo que no sabía porque estaba allí, que sentía cosas muy fuertes por ella y que estaba seguro que la amaba.
Al año de aquel encuentro, Eva, como la llamaban en el barrio, era la amada esposa de Martín Pardo Páez y esperaba un bebe producto de esa unión. Vivían rodeados de una gran felicidad, nada había cambiado en la mansión, solo que en las galerías ya no habían cuadros colgados; únicamente el de Eva estaba en el centro de la pared.

Lo conocía y volví a disfrutarlo.
Un escritor completo.

Ayyy, me hiciste suspirar Ricardo con este relato.
Lo vivi como si viera una e esas peliculas, ambientadas en Paris, donde el arte y el amor se combinan perfectamente.
hermoso relato, si diferente a lo que le habia leído hasta ahora,pero hermosisimo y muy bien escrito.
Un saludo cordial.

Un cuento sencillo,donde se relata una historia de vida y una de amor.
Se muestra con pocos detalles pero precisos, los estilos de vida de clases sociales, lugares frecuentados con diferentes intereses...pero una cosa en comun que uno a todos los seres humanos: el amor
Muy lindo relato

Sin duda, aquellos que nos estamos haciendo adictos a tus relatos nos sorprendio este, y no por que su calidad hubiera desendido que no es para nada el caso, sino por la tematica tratada.
Un cuento muy bien elaborado, donde el lector se engancha esperando esa sorpresa final que das en tus cuentos...y la dejas, pues la sorpresa aqui es la de ser un cuento natural, sencillo, de amor con un final feliz.

Un gusto leerte

Disfruté mucho del cuento y logré imaginar algunos otros óleos del joven, plasmaste muy bien cada escena lográndome entrar en cada una de ellas... el desenlace romántico fue el punto final que me dejó con gran satisfacción.
Felicidades Ricardo.

DESPUES DE SALIR DE LA LOCURA ONIRICA DE SGRASSIMELLI QUE ME DIO UN POCO DE MIEDO, ESTE CUENTO ME PARECE UN REMANSO, UN ALGO ASI, COMO DETENETE Y SIMPLEMENTE DISFRUTA DE UNA HISTORIA DE AMOR.
GRACIAS ME HACIA FALTA

Leídos!