Cada noche el rito de ir a acostarse era como el prolegómeno para una cita de amor. Sueños recurrentes los llaman, pero éste tenía el aditivo que la historia seguía un curso, a veces prolijo, a veces se repetía y ese ingrediente lo hacía estar pendiente, hasta a veces él se imponía alguna esporádica siesta por si algo sucedía.
La primera vez no le dio importancia. Un extenso pasillo, puertas al costado del mismo de todos colores y la del final se veía muy lejana. Se inició ese “viaje” cuando se vio caminando por el lugar, se abrió la puerta amarilla donde encontró algunos amigos de la niñez, fue placentera esa visita, sintió la misma energía de esos años, cuando estaban jugando un “cabeza”, se despertó con bronca pero con la sensación de haber recreado un momento feliz. Lo olvidó pero a los dos días en la puerta verde sus viejos lo esperaban con un suculento almuerzo, los ravioles de la vieja y ese olor amado volvieron a ser, su padre lo retó como era habitual –antes de las dos de la madrugada, sino volviste no entrás – La rabia por aquellos límites se diluyó y recordó a su padre con infinita ternura. Una semana después se repitieron los dos sueños medio incompletos, pero dejando ese saborcito de lo que se quiere aun más cuando se revive.
Con la puerta colorada, se vio en su primera vez con una prostituta amiga de su tío, que lo “inició” en las artes amatorias y que aún hoy visitaba, ya no para el mismo fin, sino para tomar mate con aquella vieja preciosa llena de anécdotas de sus días del antiguo oficio, con la cual charlaba y reía como viejos amigos de andanzas.
La puerta celeste era la de la primera novia, esa rubia de ojos tan claros, pecosa y desenfadada que lo perseguía, mas cuando él avanzaba, ella le hablaba de la importancia de llegar virgen al matrimonio.
En la violeta su actual mujer en la época que eran dos jóvenes enamorados con proyectos de vida en común, unidos para enfrentar al mundo, planes de estudios, hijos, crecimiento personal y amor eterno.
La gris y la negra fueron bastante dolorosas pues reencarnó la despedida de sus padres y la angustia por su pérdida.
En la blanca, Daniela y Marcos, sus hermosos bebés y los primeros “papá”.
Diariamente ensimismado, tanto los compañeros de trabajo y todo su entorno, referían su estado – está siempre viajando, en la nubes – y realmente era así, las horas pasaban rememorando cada sueño y atrapado por volverse a dormir a ver dónde lo llevaban esas aventuras oníricos al “más antes”, mentalmente recorría su vida y deseaba volver a sentir esos momentos como cuando habían sucedido, era una segunda oportunidad de sacar a la luz las olvidadas vivencias de su niñez y su juventud.
La puerta rosa fue muy emotiva, esa morocha hermosa que lo había perturbado pero que abandonó, porque… su esposa, sus hijos, sus obligaciones –te amo pero no puedo, debe terminar esto, comprendéme- Ese amanecer las lágrimas lo nublaron y pensó que ya habían pasado diez años y aún la recordaba y amaba como en esos encuentros clandestinos llenos de culpa, corridas y nervios ante el presuroso avanzar del reloj que lo volvía al lugar del debo cumplir, aunque el corazón me diga lo contrario. Su esposa, acostada a su lado, se tapó –no olvides las invitaciones, después te llamo a la oficina- Volvió a la cruda realidad con esa frase repetida –no olvides, hacé, ocupáte – Advirtió que dormir con ella significaba compartir la cama con una conocida que le exigía, pedía, reprochaba.
Se levantó y luego de la ducha, se fue al bar donde había compartido mañanas fugaces de café calentito, las manos unidas –no me lastimes, sé que es difícil pero ésto pasó, no lo buscamos, sucedió, te necesito- Mas el deber pudo más y renunció a ese amor tardío e inoportuno, estaba arrepentido pero era tarde, hacía cinco años que no la veía y recordaba cada porro de su piel, cada gesto, cada caricia.
Otras noches, otros sueños, otras puertas, colores y más colores en una danza extraña que cada vez lo atrapaba más.
Comenzó a faltar al estudio, descuidado, se pasaba el día durmiendo, apenas comía. Pero la puerta azul del final nunca se abría.
Hasta que llegó esa cita nocturna del día de la apertura, misteriosamente la puerta azul le mostró su propia imagen, pero…como hubiera llegado a ser de hacerle caso al corazón, sonriente y feliz al lado de la mujer que amaba.
Al otro día la llamó, se encontraron como si el tiempo no hubiera pasado y supo que la decisión de dejarla había sido errónea…Y volvió con ella para dejar de vivir en un mundo de mentiras.
Lili Frezza