Hoy, como casi todos los días que componen los fines de semana, caminé por la ciudad haciéndolo de manera distinta a otros días. Mis pasos fueron sin rumbo fijo al mismo tiempo que lo que pienso va dibujando un camino mental construido por mis propios pasos. He descubierto que este hecho no es sino una forma vaga e insignificante, pero necesaria, para inventar y al mismo tiempo soportar mi soledad; mi tremenda soledad.
La ciudad, mientra la miro sin verla, se me antoja de cristal: vacía. Busco, a veces lo pienso así, llenar mi memoria de espacios y huecos para cuando toque abandonar de nuevo, siento como que nunca he llegado a conocer ésta mi ciudad.
También y a veces cuando de imprevisto me encuentro con algún amigo, de los poquísimos que tengo, me siento con desgana para hablar, de pararme a contar nada y de oir menos, lo cual, también lo pienso, es una forma de no ser útil al mundo. También - así lo pienso - es un modo de pensar y guardar cierto parecido a un viaje alrededor de mi propio cuarto-escritorio donde ahí se concentra todo mi mundo.
A veces, también, invento la soledad, la busco y la deseo más que a nada y a nadie: la invención de la soledad como método de sobrevivir y donde la meta está en sobrepasarla o abrazarla siempre juntos.
Cuando por fin llego a ninguna parte me encuentro siempre y de frente al mar, el ancho mar: puerta de entrada y salida de tanta y tanta gente que llegan y se van; camino de ida y vuelta a ninguna parte; lugar y espacio que no nos separa de nadie - como siempre nos dijeron - sino que nos unen con todos. Mirar y fijar la vista en el horizonte es querer ver más de lo que hay, es querer escapar, huir...
No hay nada como la invención de un cuarto cerrado, ni invención de la soledad en ese cuarto del mismo modo que no hay soledad sin la escritura, ni escritura sin un lugar en la mente.
Al final y volviendo de camino a casa recordé que las horas se habían ido como tantas otras de cualquier sábado intentando retenerlas el más tiempo posible para vencer la soledad; todo se había reducido a lo mismo de siempre: leer frente al mar, hacer apuntes, levantar la cabeza y mirar al horizonte y procurando que la soledad bien allegada no nos deje en ningún instante.
En mi bolsillo, hoy, tres nuevas piedras recogidas en la orilla del mar; piedras que sabrán mucho de golpes de mar, de abrazos de espuma; piedras con formas raras y que servirán para pintar en ellas caras blancas y anónimas donde, quizás, espero verme reflejado algún día...
Un día da para tanto.
Teknarit, África.