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ImageShack.us UNA SORPRESA DEL DESTINO
O
LA VECINA INESPERADA
Era lo que hoy llamamos un chalet adosado pero, en aquellos años, se conocía como "casa". La nuestra, en donde yo vivía con mis padres y hermanas, tenía a la derecha, según se miraba de frente, una larga hilera de casas contiguas pero a la izquierda, una, solitaria, cerraba la fila haciendo esquina, motivo por el cual, disfrutaba de un jardín algo más extenso que las otras. Cuando nos trasladamos a vivir allí, aquella casa de la izquierda estaba vacía, todavía no tenía dueño y yo, con mis recién cumplidos dieciocho años y la imaginación desbordada a causa de mi juventud e inexperiencia, la soñaba habitada por una bonita familia numerosa en la cual, uno de los miembros, sería un muchacho adornado con un montón de las mejores cualidades que acabaría enamorado perdidamente de mi persona y con quien contraería matrimonio.
Cuando pasaba por delante de aquella casa todavía sin habitantes, miraba el descuidado jardín y, en mi mente, lo adornaba de plantas, árboles frutales, césped, piscina, perro encantador y el muchacho soñado siempre observador de mi paso por delante de su puerta. Hasta que, un día, tuve la agradable sorpresa de ver comenzar las obras en el jardín. Unos hombres lo desbrozaron de las malas hierbas y cardos que crecían sin control y, poco a poco, fue tomando la forma que yo, más o menos, había imaginado. Se llenó de césped, plantaron un ciprés alto y estilizado, un magnolio que, con el tiempo dio unos olorosos capullos blancos, arriates de flores de temporada, y aunque no pusieron piscina, si se construyó un pequeño estanque en el que flotaban unos preciosos nenúfares rosas y donde jugueteaban algunos peces rojos dignos de admiración.
Yo seguía soñando con el muchacho lleno de cualidades y esperaba con ansiedad el momento de la llegada de los habitantes a la casa por ver si se cumplían mis deseos pero, el fin de semana, cuando descargaron los muebles para, se suponía, instalarse definitivamente, sólo pude ver a una señora mayor y otra mujer más joven que, por boca de mi madre, supe eran la dueña y una criada a su servicio.
Aquella casa me atraía misteriosamente hasta el extremo de llegar a pensar que entre sus paredes se encerraba mi felicidad o que, de alguna manera todavía oculta, encontraría en ella la realización de mis deseos y esa incógnita fue la que me llevó a interesarme por las características de sus habitantes; si la mujer estaba casada, si tenía hijos... algún chico joven..., pero mi madre sólo pudo decir que, por cuanto había podido conocer, la dueña era una señora viuda desde hacía muy poco tiempo y no tenía más compañía que la de su criada llamada Juanita. Naturalmente, me quedé un poco desilusionada, pero la esperanza juvenil siempre dispuesta a una nueva aventura, pronto me ayudó a olvidarme de aquella casa en la que se había afincado una vecina inesperada decepcionando mis ilusiones. Sin embargo, la casualidad o el destino, según se quiera entender, me llevó a intimar con la nueva propietaria de una manera algo inusual que voy a explicar.
Siempre he sido amante de los animales, esos seres vivos con los cuales compartimos espacio en este planeta, y muy especialmente de los perros. Incluso decían que tenía un particular don para manejarlos; cuando alguno se acercaba a mí, retozaba a mi alrededor como si me conociera de toda la vida y enseguida "me hacía con él", según palabras coloquiales de quienes me trataban. Dicho esto, he de informar al lector que la vecina inesperada en cuestión, que se presentó como "señora Valdés", tenía un hermoso perro Setter de pelaje rojizo llamado "Yumbo" con el que pronto hice amistad. Como cuando pasaba por delante de la pequeña verja del jardín, el animal colocaba sus patas sobre ella y me saludaba con un suave ladrido, yo cogí la costumbre de pararme, hacerle algunas carantoñas y luego, seguir mi camino. Un día, al acercarme a la puerta para acariciarlo, la señora Valdés que observaba como un jardinero plantaba unos rosales trepadores junto a su porche, se acercó a saludarme.
-Martita... ¿cómo estás? hace un día muy bonito.
-Sí...- respondí un poco azarada. Aunque ella había conversado más de una vez con mi madre, eran las primeras palabras que intercambiaba conmigo y esto me hizo sentir algo intimidada -¡Qué guapo y qué bueno es Yumbo!- dije acariciando al perro, y por no interrumpir la conversación de manera descortés, pregunté venciendo mi timidez: -¿Le gusta la casa?
Sí- respondió ella mirándome a los ojos de una manera muy directa que intensificó todavía más mi turbación, y mientras hablaba la observé con detalle.
Tenía unos ojos penetrantes entre gris oscuro y azul verdoso, con seguridad muy hermosos en su juventud. Su rostro, bien cuidado, aunque se veía de persona mayor, no marcaba demasiadas arrugas y el pelo corto, blanco y bien peinado con unas ondas naturales, le daba un aspecto elegante. Vestía de negro, medias color carne, y unos zapatos de medio tacón como si fuera a salir a pasear pero pude advertir con el paso del tiempo, que aquella forma de arreglarse era normal en ella incluso cuando se encontraba en casa. Como gesticulaba bastante, descubrí unas uñas bien limadas esmaltadas en un tono rosa pálido y varios anillos adornaban los dedos largos de unas hermosas manos. Un collar de perlas rodeaba su cuello, del que visiblemente se estaba apoderando la artrosis cervical. Cuando mi mente se ralentizó, puse atención a sus palabras:
-...siempre que tengas un rato libre...
Había perdido el hilo de la conversación y pregunté:
-¿Cómo dice?
-Decía que puedes pasar a casa cuando quieras y charlamos, tomamos un té o jugamos a las cartas.
La invitación me dejó un poco sorprendida pero, de manera educada, le respondí:
-Sí, ya pasaré... cualquier tarde que tenga libre.
-Veo que te gustan los animales....
-Sí, sobre todo los perros...
-Bueno... también tengo un gato que se llama "Pirracas"
Me hizo gracia el nombre y repetí:
-¿Pirracas? ¡qué gracioso! Sí, creo que ya lo he visto alguna vez por el jardín, es un gatazo negro muy grande ¿verdad?
-Sí, ese es.
Y por ahí siguió la conversación durante unos momentos más, comentando las diferencias entre gatos y perros. Luego me despedí y continué camino.
De esa manera, gracias a mi afición a los animales, comenzó mi amistad con la señora Valdés, mi vecina inesperada a quien, en mi interior, consideraba un poco la ladrona de mis sueños. Ella, al ocupar aquella casa, había destruido la ilusionada fantasía de encontrar allí el amor tan deseado.
Era una tarde de sábado de un mes de Febrero. Al día siguiente, domingo, estaba invitada por un amigo de la familia conocido desde hacía años, a una fiesta de carnaval y aunque me resultaba un poco pesado su interés por mí ya que el chico no me gustaba ni una pizca, acepté su invitación para evitar un aislamiento perjudicial si quería encontrar, alguna vez, esa pareja soñada con quien formar la familia numerosa tan ansiada. El vestido para disfrazarme de Dama Antigua, era largo hasta los pies, con un cuerpo de terciopelo azul noche bastante ajustado y una falda amplia adamascada con hojas doradas sobre fondo azul y aunque las piernas no se iban a ver con aquella vestimenta, empleé la mañana de aquel sábado en depilármelas, ponerme una mascarilla en la cara, otra en el pelo y relajarme para estar lo más guapa posible al día siguiente en el baile de carnaval. Nunca se sabía lo que podía ocurrir –pensé-. Después de este quehacer, la tarde se presentaba de lo más aburrida y para colmo, comenzó a llover, fue entonces cuando recordé el ofrecimiento de mi vecina.
Cogí unas cuantas rosquillas cocinadas por mi madre, las puse en una fuente, las cubrí con una servilleta y fui a llamar a la puerta de la señora Valdés. Me abrió la criada, la mujer llamada Juanita y me hizo pasar a una pequeña sala donde, sentada en una butaca junto a la ventana desde la cual se divisaba el jardín, se encontraba mi vecina mayor entretenida en hojear una revista, siempre vestida elegantemente. Le entregué las rosquillas que Juanita agarró con cierta rudeza y las llevó, supuse a la cocina, porque no volví a verlas. La señora Valdés me ofreció asiento y le pidió a la chica nos preparara un té mientras ella me explicaba cosas de su vida y me enseñaba fotografías antiguas. Esta fue la manera como me enteré de su nombre de pila: Isabelita y de que, en sus años jóvenes, había sido lo que entonces se llamaba una cupletista. En las fotografías resultaba bastante hermosa aun habiendo una diferencia de estilo del pasado al actual y poco a poco, desgranando sus fascinantes recuerdos, llegó a explicarme como en realidad no era viuda, aunque ella así se consideraba, pues había vivido junto a quien fue el amor de su vida durante más de treinta años sin llegar a contraer matrimonio. Aquel hombre, industrial, rico hasta el punto de no conocer con seguridad el saldo de sus cuentas bancarias, estaba separado de su esposa legal con la que había tenido un hijo, en la actualidad ya un hombre, y al morir, en lugar de dejar su herencia a la esposa y al hijo, le cedió a ella todos sus bienes, pero como le gustaban las cosas sencillas, -me aclaró-, había comprado aquella casita pequeña y huido del piso grande del centro de Madrid que además estaba cargado de nostálgicos recuerdos. Me pareció inmensamente sola, llena de una profunda tristeza, y tal vez este sentimiento fue el que me animó a tomar la costumbre de visitarla todos los sábados por la tarde. Durante estas visitas semanales, manteníamos unas charlas muy amenas, a veces sobre cosas insustanciales, otras jugábamos a las cartas, cosa que no olvidaré pues aprendí el juego del Bridge, de la Brisca y del Pinacle, todos desconocidos para mí. Otros días escuchábamos música, momentos que fueron el descubrimiento de la enorme cultura musical de la señora Valdés, y en ocasiones, nos limitábamos a merendar, unas veces las rosquillas cocinadas por mi madre y en ocasiones, lo que cocinaba Juanita, todo muy bien preparado y exquisito aunque he de confesar que a mi me causaba cierto reparo comerlo pues no me fiaba de aquella mujer. Siempre me asaltaba la idea de un posible envenenamiento. Siempre la comparaba con algún personaje malvado de las novelas de Agatha Christie de las que yo, por aquel entonces, era una asidua lectora; malhumorada, adusta. Tenía la mirada huidiza y sus ojos demostraban odio cuando me encontraba con ellos. Podía asegurar sin temor a equivocarme, que mis visitas no eran plato de su gusto aunque la acusada falta de cultura que demostraba, hacía hasta cierto punto, comprensible, su comportamiento. Este detalle, sin embargo, no sabía si calificarlo como una ventaja o, precisamente, un motivo más de preocupación pues dudaba sobre la reacción que pudiera tener en un determinado momento crucial.
Lo que si puedo asegurar es el agradecimiento de la señora Valdés por mi compañía. Su cara se iluminaba con una sonrisa franca en cuanto me veía aparecer por la puerta y si por alguna causa me retrasaba en llegar, me comunicaba su inquietud al pensar en que no me iba a presentar abrumada ya por el aburrimiento. Pero esto no era así pues aunque entre nosotras había una gran diferencia de edad, yo también disfrutaba de sus comentarios y sus historias que adornaba con infinidad de anécdotas ilustradas con fotografías muy estimulantes de mi imaginación.
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Para que el lector pueda comprender mejor la historia, explicaré que, en aquellos chalets adosados, la pared de mi habitación era contigua a la de la alcoba de la señora Valdés y como, desgraciadamente, los muros de las respectivas casas no eran demasiado gruesos, dejaban oír, aunque amortiguados, los ruidos originados en los apartamentos limítrofes. Esta era la razón por la cual, cuando yo me encontraba en mi dormitorio y ella en el suyo, si estaba en silencio, podía oír los movimientos de nuestra vecina, sus toses, conversaciones (aunque no se comprendían las palabras) e incluso, los momentos en que se acostaba por el chirrido del somier.
Una noche, entre semana, me pareció oír en el momento de acostarme unas voces alteradas que supuse eran de nuestra vecina con su criada, -aunque me pareció demasiado tarde para una discusión entre ellas-; luego, unos golpes como si se trasladase o empujase algún mueble, el chirrido de la cama durante un rato bastante largo y después el silencio. Al rato, los ladridos de Yumbo y el sonido de la puerta de la casa al abrirse, volvieron a despertarme avivando mi curiosidad. Me levanté y a través del visillo del balcón, tuve tiempo de ver a Juanita salir a paso ligero y desaparecer por la esquina de la calle. Me extrañó la hora, tan entrada la noche, para una salida de la criada y pensé si la señora Valdés podría sentirse mal. A punto estuve de salir a preguntar qué sucedía, pero lo intempestivo de la hora y el conocimiento de que ellas tenían teléfono para avisar por cualquier urgencia, me mantuvo quieta y no le dí más importancia a lo sucedido; si nos necesitaban nos avisarían -pensé-, y como ya estaba desvelada, me dispuse a leer un capítulo de la novela que tenía en la mesita de noche hasta que acabé durmiéndome sin recordar más el incidente.
El recuerdo volvió a mi memoria cuando, al día siguiente, al regresar de mi trabajo en la oficina, me encontré con una ambulancia y un coche de policía en la puerta de la casa de mi vecina. Mi madre se encontraba en la calle hablando con un hombre desconocido y algunos vecinos se arremolinaban curioseando junto a los coches.
-Esta es mi hija Marta- le dijo mi madre al hombre con el que hablaba cuando yo me acerqué.
-¿Qué ha sucedido?- dije yo alarmada. Lo primero que pensé fue en un accidente y la víctima podía ser o bien mi vecina o bien su criada.
La duda la despejó mi madre al decirme:
-Han encontrado muerta a la señora Valdés, parece ser que estrangulada y Juanita ha desaparecido.
La explicación me dejó muda y apenas pude comprender las palabras del hombre que se presentó como el Inspector del Pozo manifestando su deseo de hablar conmigo.
Necesité serenarme durante unos minutos antes de responder a las preguntas del inspector. Sí, yo la visitaba con frecuencia, principalmente las tardes de los sábados. No, no vi ninguna animadversión entre su criada y ella (omití la que creí podía sentir sobre mí pues lo consideré personal y no muy fiable); no, nunca habíamos hablado de dinero ni me comunicó alguna desconfianza o temor y entonces recordé los ruidos y las discusiones de la noche y la salida de Juanita a una hora bastante inusual.
-¿Entonces, usted cree que discutió con su criada?
-Bueno... no puedo asegurarlo... las voces no se oyen muy bien a través de las paredes pero sí parecían alteradas.
-¿Y pudo reconocer las voces? ¿Puede asegurar que eran las de la señora Valdés y su criada?
Esta pregunta me dejó perpleja, porque la verdad era que no podía asegurarlo.
-Sólo oí voces. Dos personas que hablaban o discutían... ¿quiénes iban a ser si no eran ellas dos?- Aunque no dije nada, estaba segura de la culpabilidad de Juanita, consideraba a la mujer capaz de todo y recordé su mirada aviesa, el odio reflejado en sus ojos, su seriedad continua, sin embargo, no comuniqué mis sospechas al inspector, podía equivocarme y me sentiría muy mal si metía en algún lío a una persona inocente.
El Inspector del Pozo me miró de hito en hito y luego dijo:
-¿Sabe usted si tenía algún pariente?
-Nunca me habló de nadie- dije yo ligeramente enojada, aquel interrogatorio me estaba fastidiando y comencé a sentirme asustada. No sé si fue porque el Inspector lo percibió o porque ya había terminado con las preguntas el caso es que cerró su libreta donde anotaba y se limitó a decir:
-Es posible que la necesitemos para un nuevo interrogatorio. La avisaremos.
Con gusto me alejé de él y me encaré con mi madre para que me diera detalles sobre aquel desagradable suceso.
-¡Si no sé nada!- me dijo- sólo cuando ha venido la policía y la ambulancia.
-¿Y quien lo ha descubierto, Juanita?
-No. Juanita no está en la casa, ha desaparecido, ya te lo he dicho, por eso la consideran culpable... bueno... no sé... creo... Descubrió el cadáver el jardinero que vino esta mañana, encontró la puerta abierta y como nadie le respondía oyó al perro arriba en la habitación y subió. Dice que la puerta del dormitorio estaba también abierta y la señora Valdés en la cama. La habían estrangulado con el cinturón de su bata...
-¡Santo Dios...!
En aquel momento sólo me acordé de "Yumbo", el perro, ¿qué iban a hacer con él? En una carrera salí de casa y entré en la de mi vecina para preguntar.
-¿Y el perro?
-Todavía no sabemos que haremos con él- dijo uno de los policías.
-¿Puedo quedármelo yo?
El inspector me miró afirmando y entonces le vi a él. Se quitaba unos guantes elásticos y oí como le decía a otro hombre:
-Por mi está listo- se refería al cadáver.
Se quedó mirándome. Era alto, bien plantado, ligeramente rubio y con unos ojos grises en los que destacaban unas chispitas color anaranjado alrededor de la pupila. No tendría muchos más de veinticinco años.
-El forense ha terminado con su trabajo- dijo el otro hombre -ya pueden llevarse el cadáver.
Aquel detalle me espeluznó, no quería verlo, cogí al perro por el collar y me lo llevé a casa. Al salir por la puerta el joven al que habían llamado forense, me dejó paso y por el escalofrío que recorrió mis vértebras al sentir su proximidad, adiviné que alguna energía especial nos unía pero la situación incómoda no me permitió considerarlo relevante. Me fui a mi casa seguida por su mirada que aunque no veía, sentí clavada en mí.
Unos días después me llamaron de la Comisaría para que fuera a firmar mi declaración. No se si fue casualidad o no, pero allí volví a ver al forense rubio y esta vez pude conocer su nombre cuando alguien lo llamó:
-¡Javier! Tienes que firmar unos documentos antes de marcharte.
-Ahora mismo voy-dijo y al pasar por mi lado se detuvo.
-¡Hola...! ¿Qué tal va todo?
Me quedé un poco sorprendida pues no creí que pudiera reconocerme y respondí:
-Bueno... todo esto es desagradable pero... bien... Vengo a firmar una declaración.
-Trámites legales, no te preocupes.
Se alejaba cuando se volvió hacia mí y algo tímido me dijo:
-Cuando termines te invito a un café para que se te quite el disgusto...- y sonrió de una manera que a mi me pareció un ángel.
-De acuerdo- respondí. No hubiera perdido aquella invitación por nada del mundo.
Antes de salir de la Comisaría, después de firmar la declaración, el Inspector del Pozo me preguntó si había recordado algún detalle más sobre la señora Valdés y aunque seguía recordando la misteriosa escapada de Juanita, le dije que no. El inspector me entregó una tarjeta y me dijo:
-Si recuerda alguna cosa o necesita decirme algo que le parezca importante, puede llamarme a este teléfono.
Se lo agradecí y guardé la tarjeta en mi bolso, pensando solamente en el café que me esperaba junto al forense o lo que fuera, eso me daba igual, situado cerca de la puerta sin perderme de vista.
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Esa fue la manera en la que conocí al que hoy, es mi marido. Cuando pienso en ello no puedo evitar sonreír y pensar en lo sorprendente del destino. ¿Habría sido intuición cuando yo pensaba en la posibilidad de tener un vecino con quien poder formar una familia? No fue exactamente un vecino pero sí lo conocí a través de una vecina aunque de una manera un poco forzada y trágica pero nuestras vidas no hubieran coincidido si no hubiera sido por aquel hecho cruel.
La solución del crimen la conocí, en parte, por medio de Javier que me explicó el resultado de la investigación.
La señora Valdés fue estrangulada por el hijo del que había sido su amante en vida. Fue él quien la visitó la misma noche del suceso y le dijo a Juanita que tenía que resolver unos asuntos personales con su ama. Juanita los dejó solos por orden de la señora Valdés y se acostó en su cuarto, una habitación pequeña junto a la cocina situada en el piso bajo y según explicó días después a la policía, se enteró de lo sucedido cuando, al ser despertada por los ladridos del perro, subió a la habitación de su señora para preguntar si necesitaba alguna cosa pero, al ver el cadáver, se asustó tanto que huyó sin pensar en otra cosa. Tenía miedo, por una parte de que la acusaran y por otra, de que el asesino la matara a ella también. Impulsada por ese temor, se refugió, a la espera de acontecimientos, en casa de una hermana que vivía en el otro extremo de la ciudad. Aconsejada por sus familiares, acabó presentándose en la comisaría donde declaró la visita del joven la noche de los hechos por lo que, la policía creyó tenerlo todo solucionado. Sin embargo, el hombre, que no era tonto, tenía una coartada. Días antes del crimen se había marchado en avión a Inglaterra, la policía podría comprobarlo en la lista de pasajeros del vuelo, pero volvió a España en un recorrido largo en autocar y tren sin que nadie lo descubriera puesto que, en el Hotel donde se hospedó en Inglaterra, pidió folletos informativos afirmando que deseaba recorrer una ruta turística por el país, pero lo que en realidad hizo fue pasar a Francia a través del Canal de la Mancha y desde París llegó a España en tren para, después del delito, volver al Reino Unido del mismo modo procurando pasar lo más desapercibido posible. Allí, al cabo de unos días, a causa de una bronca organizada una noche en un Pub de Londres, la policía inglesa lo detuvo completamente borracho.
-Pero esa coartada no tenía base. Juanita lo vio aquella noche...- le dije a Javier, sin comprender el pretexto.
-Sí, pero era su palabra contra la de él... y como la mujer no tenía muchas luces..., la policía podía creer la coartada del asesino. Además, no se encontraron huellas ya que había tenido la precaución de no quitarse los guantes y aunque Juanita insistiera en su visita, se podía creer que lo quería involucrar para salvarse ella, puesto que nadie más lo había visto llegar a la casa…, aunque también se barajó la hipótesis de un ladrón o cualquier otro merodeador que pudo entrar para intentar robar y cometer el crimen mientras Juanita dormía, ella, al despertarse y ver el cadáver se asustó y no se le ocurrió otra cosa que huir e inventar una historia o, incluso, se consideró la idea de que pudiera ser su cómplice
Parece ser, según la policía, que eso era lo que el asesino pretendía hacer creer si se descartaba la implicación de Juanita.
El caso, después, se solucionó fácilmente. La policía inglesa lo envió a España y acorralado ante las evidencias, confesó el crimen. El móvil fue naturalmente el dinero, el hombre intentó conseguir cierta elevada cantidad de lo que consideraba su herencia hurtada pero ante la negativa de la señora Valdés, la mató pensando reclamar, más tarde, todos los bienes que podrían pertenecerle por ley si ella fallecía. Tenía en mente huir a un país extranjero y disfrutar allí del dinero hasta que el delito hubiera prescrito pero sólo consiguió unos cuantos años de cárcel. Lo demás, lo conoces de sobra...
Sí, lo conocía de sobra. La señora Valdés le dejaba a Juanita una buena cantidad de dinero con la que no tendría que trabajar como criada si sabía emplearla bien. La casa adosada a la nuestra, el piso que tenía en la ciudad, las joyas y el resto de su fortuna, me los dejó a mí. "Por haberle ayudado a superar su soledad con mi amistad y compañía" según nos dijo el albacea.
Ahora tengo, tres hijos, el mayor de seis años, el segundo de cuatro y un chiquitín de dos, además de una preciosa perra Setter dorada a la que llamamos "Rubia", hija de "Yumbo".
Javier está de acuerdo en formar conmigo una familia numerosa así que todavía, es muy posible, que tengamos un par de hijos más. Él es uno de los forenses más solicitados en las investigaciones policiales y yo me siento la mujer más feliz del mundo pero cuando pienso en como nos conocimos, me asombro, y pienso que el destino siempre está dispuesto a ofrecernos una sorpresa a la vuelta de la esquina.
MAGDA R. MARTÍN
(Escrito en Madrid para entretener una tarde lluviosa de sábado)