INMATERIALIDAD +++RECOMENDADO MAYO DE 2010+++

(Esta fotografía está sacada de"Imagenes" de Internet)

INMATERIALIDAD

(CASI UN CUENTO)


No me gustaban las ceremonias, los papeleos, los agasajos, los ritos, el protocolo. Me hubiera gustado huir; agarrarme de la mano de Luis y escapar de la iglesia, de mi vestido blanco, de mis zapatos, mis velos y flores. Me hubiera gustado correr desnuda por la ciudad, volar entre los montes y allí, retozar como dos animales, como ciervos jóvenes, sin requerimientos sociales. Me sentía rural, primitiva. Deseaba el aire libre, la luz del cielo, las estrellas, el sol y la luna... No firmar papeles, no tener reglas que cumplir. Quería dejarme llevar por el instinto. Sin embargo, estaba allí, frente a un altar. Delante de un Dios en el que no estaba segura de creer, rodeada de un formulismo detestable. ¿Por qué otras personas de mi misma especie debían disponer sobre mis deseos? ¿Por qué tenía que acatar aquellas normas que otros habían creado sin mi aceptación? Era tan fuerte el rechazo social en aquel momento que hasta llegué a odiar a los míos, a todos quienes coartaban mi libertad. Me obligaban a vivir según sus creencias, a admitir su moral que más de una vez me había parecido hipócrita. Yo amaba la libertad, la sinceridad absoluta, lo natural, aquello que da la vida sin enmascaramientos. Y quería huir pero no podía. Aparte de las reglas sociales, me ataba el amor por Luis, un sentimiento muy profundo sin posibilidad de razonamientos, me unía a él.
Al quedarme sin madre en la temprana edad infantil, me crié en manos de unos parientes en los valles norteños cercanos a los impresionantes Picos de Europa. Entra vacas que ordeñar, mantequilla que batir y quesos que curar. Un poco a la buena de Dios como decía mi tía Rosa. La casa era de piedra por fuera y por dentro para no perder la temperatura ni en invierno ni en verano, según la sabiduría de los aldeanos. Era una casa de dos pisos y cuadra adosada que había arreglado mi tío Andrés el marido de Rosa, la que fue prima de mi madre y a la que acabé llamando tía. Me gustaba corretear por aquellos valles, unas veces umbríos y otras, las menos, calentados por los rayos del sol que se agradecían más, precisamente por ser tan deseados. Me gustaba subir al monte, a por las vacas, con mi tío Andrés, y mientras el las reunía, yo me sentaba en lo más alto desde donde divisaba las casucas que parecían de juguete por efecto de la lejanía. Dejaba que el aire alborotara mis cabellos siempre sueltos, no me gustaba sujetarlos, ya entonces, sólo aquel detalle de norma social, recoger el pelo en trenzas, me molestaba como si las hebras rubias de mi cabeza tuvieran una vida propia que no debía subyugar. Si el pelo crecía libre, así debía de ser, al aire, sin ataduras, para que el viento jugara con él. Con la ropa me sucedía algo parecido. Si por mi hubiera sido habría estado siempre desnuda dejando a mi piel tostarse con el sol y enrojecerse con el frío. Mi tía decía que yo estaba asilvestrada desde que pasó lo de la loba, que algo inmaterial me había traspasado aquel animal y por eso yo era tan poco civilizada. Ya desde entonces, con apenas tres años, en todas las casas del valle comenzaron a llamarme la hija de la loba y siempre he creído que mi tía Rosa tenía razón. Algo me traspasó aquel animal al no permitir que yo muriera de frío. Aunque también creo que algo ancestral ya llevaba yo dentro porque lo sucedido fue por un afán de libertad ya deseada con fuerza a tan corta edad.
Yo no consideraba lo sucedido como tal misterio. Para mi fue algo casual, normal entre las criaturas del mundo. Mi idea siempre ha sido que vivimos en este planeta para ayudarnos unos a otros, cada cual en la medida correspondiente. Los humanos haciendo uso de nuestra inteligencia, los animales de su instinto y la materia inerte para servirnos a unos y otros. El caso fue que, estando al cuidado de mis tíos Rosa y Andrés, después de la muerte de mi madre con apenas tres años de edad como he dicho con anterioridad, un mañana salí a la puerta de la casa donde en el escalón que separaba la entrada del camino, acostumbraba a sentarme a jugar, bien con piedrecitas, bien con ramitas o pequeños troncos, flores que brotaban al borde del sendero y casi nunca con muñecas pues ya, entonces, tampoco me gustaban demasiado. Aquellas caras inexpresivas, sus bocas mudas, unos ojos siempre abiertos, sin vida, que no comunicaban ningún sentimiento, me ocasionaban más que placer, pavor y en este buscar elementos distintos con los cuales jugar, me fui alejando de la casa sin temor pues nunca he temido a la naturaleza, todo lo contrario, era el ámbito originario en donde me encontraba a mis anchas. Parece ser (yo no lo recuerdo muy bien) que a causa de mi intrepidez, me alejé hasta subir al monte donde se hizo de noche y comenzó a nevar. Según toda la historia que más tarde he oído a lo largo de mi vida, cuando salieron en mi busca, no me encontraron hasta la mañana siguiente dormida tranquilamente al pie de un árbol, acurrucada junto a la tripa peluda de una enorme loba a quien todos consideraron mi protectora. La loba escapó al ver a la gente y a mí me llevaron a casa sana y salva como se acostumbra a decir pero el mote me quedó para siempre, en el pueblo me llamaron desde entonces, "la pequeña loba" o "la hija de la loba". A partir de ahí, fue cuando mi tía, al ir descubriendo mis inclinaciones primarias, comenzó a pensar que aquella loba que un día probablemente me salvó la vida, me había transmitido una parte de su naturaleza de animal libre. A mí me daba igual, ni me preocupaba el mote, ni las ideas de mi tía, ni mucho menos las de la gente del valle que, la mayoría de las veces, me miraba con cierto resquemor; lo único que me atraía y deseaba con intensidad, era poder reencontrarme con aquella loba que un día me cuidó como lo hubiera hecho una madre. Pero el tiempo pasaba y cada vez el encuentro resultaba menos viable pues había más posibilidades de que el animal hubiera dejado de existir y acabé por olvidar aquel deseo.
Después de la boda con Luis, teníamos dispuesto un viaje a las islas caribeñas donde, quien iba a ser mi marido, conocedor de mis peculiaridades, decía podría hacer nudismo, fundirme con la naturaleza, nadar como si fuera un delfín para después volver a la civilización y convertirme en una esposa ejemplar. Yo me reía y aceptaba el desafío pero antes de partir hacia aquellos lugares paradisíacos, le pedí hiciéramos una visita a mis amados valles norteños, quería subir a las cimas y empaparme de los vientos que cortaban la respiración y penetraban por todos los poros de la piel fundiéndose con el cuerpo como si fueran uno solo. El viento y yo, yo y el viento, dejándome llevar libremente empujada por él como hoja arrebatada de la rama que rueda unas veces a ras de tierra y otras elevada hacia el cielo escondida entre nubes y rayos de sol. Así quería ser yo, un átomo más de la naturaleza viva. Aire, hoja, hierba, nube, flor, roca, tierra, árbol, cielo o luna. No tener que pensar, no tener que fingir, sólo ser, ser una cosa más de este mundo que sirviera para embellecerlo.
Luis aceptó y nos dirigimos a la casa de piedra. Todavía igual, todavía la cuadra, todavía el escalón, el camino, las flores al borde, el viento en la cima… pronunciaba mi nombre…, me llamaba y al día siguiente, le pedí a Luis me acompañara a lo más alto. Nos abrigamos, él más que yo, pues sentía la piel palpitante, era hombre de ciudad y no de monte, y con nuestras mochilas comenzamos el camino. En la mitad de un sendero se me ocurrió variar el rumbo. Luis confiado en mis conocimientos del lugar, me siguió. Yo caminaba dejándome guiar por aquel sentido inexplicable que me llevaba a lo desconocido y después de pararnos a comer disfrutando de un sensacional paisaje, continuamos camino, pero la noche se nos echó encima y nos vimos obligados a detenernos. El viento comenzó a soplar y el frío se filtraba por nuestras cazadoras. Aunque Luis no decía nada yo conocía su miedo y le agarré de la mano para transmitirle una seguridad que, aunque yo tampoco poseía en demasía, en conjunto si podía decir estaba exenta de temor.

-Mejor será dar la vuelta por donde hemos venido- dijo Luis en medio de la tiritona, no sabía si de terror o de frío.

-Como quieras-. Pero aunque estaba de acuerdo con la sensatez de su opinión, yo sabía que de una manera u otra, encontraría el camino correcto, la naturaleza estaba conmigo, formaba parte de mí y me dirigía. No obstante, sabía que mis sensaciones no eran una explicación razonable para quien ya era mi marido; en aquellos momentos de confusión en su mente, no habría entendido la confianza absoluta que me unía a todo el universo.

Agarrados de la mano caminábamos a paso ligero alumbrados por las estrellas del firmamento cuando aparecieron ante nosotros dos ojos amarillos y el pelaje oscuro de un animal. Luego unos pasos más allá, el segundo y el tercero y así pudimos contar hasta seis hermosos lobos. Sentí temblar a Luis que se quedó más mudo que antes, incluso cedió su tiritona ante un terror superior al frío y a la confusión. Estaba clavado en el suelo. Sin embargo, dentro de mí surgió algo inexplicable, una unión, empatía, comprensión. No podía darle nombre, no encontraba la palabra adecuada, sólo le dije a Luis:

-No tengas miedo, son lobos- como si el sustantivo fuera nuestra salvación. Me acerqué al más próximo a mí que parecía ser el jefe de la manada. En la penumbra de la noche vi como retrocedían sus orejas y levantaba la pata derecha en señal de acatamiento. Le acaricié y sólo se me ocurrió decirle:

-Guíanos.

El animal emprendió la marcha y le seguimos. Poco rato después vimos las luces de las casas del pueblo y encontramos el sendero que nos encaminaba a la aldea. Volví a acariciar al animal que me miró con sus ojos amarillos y exhaló sobre mi mano el vapor de su aliento. Luego se alejó con rapidez monte arriba.
Cuando entramos en la casa, mis tíos nos tenían preparadas unas gachas condimentadas, bien calientes y con tropezones que comimos hambrientos. Les mentimos al decirles nos habíamos entretenido por el camino y así nunca supieron nuestro encuentro con los lobos. Ya era bastante conocida por mis excentricidades como para dar más que hablar. Cuando Luis y yo nos acostamos en aquella enorme cama atávica de casa de pueblo, me abrazó con fuerza y le oí decir:

-Nunca he pasado tanto miedo en mi vida... ¿Será verdad que la loba que te cuidó inculcó en ti algo sobrenatural?

-No Luis, sólo soy una parte más de la naturaleza, un ser vivo como ellos, soy la hembra de un animal que se hace llamar hombre y que se considera superior a todo, sin embargo, puedo asegurarte que no es el mejor.

Luis acabó dormido con su cara junto a mi cabeza que apoyé sobre su pecho, él era el macho, pronto llegarían los cachorros. Yo debía prepararme para ser la jefa de la manada.

Mis más intensas y extensas felicitaciones por el texto...me quito el sombrero. Leerlo fue retroceder en algunos pasos e instantes de mi vida en los que me he visto reflejado mientras te leía.

Teknarit, África.

Creo haber respondido ya a este comentario, pero no lo veo escrito,tal vez no lo he grabado bien así que lo repito.

¡Muchísimas gracias por tus comentarios! Es un placer compartir los sentimientos y la belleza de la naturaleza mediante palabras escritas. Gracias otra vez.Un saludo.

...El viento y yo, yo y el viento, dejándome llevar libremente empujada por él como hoja arrebatada de la rama que rueda unas veces a ras de tierra y otras elevada hacia el cielo escondida entre nubes y rayos de sol. Así quería ser yo, un átomo más de la naturaleza viva. Aire, hoja, hierba, nube, flor, roca, tierra, árbol, cielo o luna. No tener que pensar, no tener que fingir, sólo ser, ser una cosa más de este mundo que sirviera para embellecerlo.

Destaco éste parrafo,que me ha gustado en especial;pero en sí todo el texto es excelente.Precioso Xanino!

¡¡Mil abrazos de viento y flores!!

Gracias amiga. Me alegro de que te gusten estos textos que surgen de lo más profundo de mis sentimientos. Un abrazo.

Bueno, amigos, ¡GRACIAS! Hoy aquí es el día de la madre y me han despertado las felicitaciones de mis hijos. a continuación, con el cafelito en la mano, he encendido el ordenador y me he encontrado con este doble regalo, este relato recomendado y el micro titulado "SILENCIO" también, ¿qué más puedo pedir? La vida me sonríe. Gracias a todos y a quien lo ha recomendado un abrazo muy fuerte y sincero.

Cuando lo lei me quedé atrapada y con una grata sensación en el alma. Un abrazo y felicitaciones.
Silvina

Apoyo la expresión de Tek:
ME QUITO EL SOMBRERO ANTE USTED, mi querida señora.

Mis felicitaciones...

Me repito continuamente. ¡Muchisimas gracias amiga Etel! Es una gran satisfacción leer ess palabras que me animan a seguir con esas letras que son el sostén de mi vida. Un beso fuerte.

Tus palabras son siempre muy bienvenidas. Agradezco mucho que sientas esa cercanía de narrar y ser escuchada que yo intento conseguir siempre en mis escritos. Eso me llena de satisfacción. Me gusta conectar con el lector, es mi propósito. Gracias Jaime.