Capítulo 4. ¿Por qué los fantasmas
no tienen pies?
Galadiel Canto conocía de sobra esa
sensación; una punzada en el centro de gravedad de su cerebro, el
sentir que se elevaba y giraba de cabeza como un trompo, y el
despertar de madrugada sudando frío, sólo podían significar una
cosa: alguien había entrado en su apartamento sin anunciarse.
Se levantó de la cama y, con la oreja
pegada a la puerta de su habitación, trató de pescar algún sonido;
percibió un débil siseo deambulando por la casa. Galadiel Canto
suspiró cansado; aquella sería otra de esas noches en la que no
podría dormir.
No encendió ninguna luz. Revisó la
sala, y como no encontró a nadie, se dirigió a la cocina. Una
mujer se hallaba sentada a la mesa, jugueteando con una botella de
vino a medio consumir. Galadiel no se sorprendió.
—Es gracioso, aún duermes con la
boca abierta. Mal asunto, además de babear la almohada, despiertas
con la garganta irritada.
—¡Minerva?, !qué haces aquí?
—Galadiel, contrariado, se apresuró a la nevera para beber agua;
Minerva, aquella mujer cuya sola presencia era el anticipo de grandes
problemas, estaba en lo cierto: tenía la garganta reseca.
—¡Vaya!, yo también me alegro de
verte, Gala..., y estoy muy bien, gracias por preguntar.
Galadiel tomó asiento frente a Minerva
apurando el vaso de agua. La observó detenidamente, seguía igual
de hermosa que la última vez.
—Déjate de juegos, Minerva, sé que
tus visitas jamás son de cortesía, ¿qué quieres?
—Cuánto has cambiado, Gala, recuerdo
que antes solías hacerme el amor antes de decir hola...
—¡Minerva! —interrumpió Galadiel
bruscamente; comenzaba a impacientarse.
—Bueno, bueno, al grano, como las
gallinas. Se trata de Talbot. Ha desaparecido.
—No puede ser posible, ¿no lo
encuentras?
—Nada, se esfumó, ya no está,
pluff, cero, se acabó.
Galadiel intentó reflexionar, pero las
madrugadas con el cerebro hecho un charco de alcohol evaporándose en
el suelo no ayudaban. No podía concebir que Minerva hubiese perdido
a Talbot, la única forma de que ello sucediera era por el mismo
Talbot, y eso, según El Acuerdo, no era factible. Lo más probable
era que Minerva estuviera engañándole por alguna razón. No sería
la primera vez.
—¿Cuándo lo viste por última vez?
—preguntó Minerva rompiendo el silencio que comenzaba a
condensarse alrededor de ambos.
—Hace..., sí, desde el 83, lo
recuerdo por el “incidente del equinoccio de otoño”
1,
Talbot creía que Los Ordenados estaban implicados, inició su propia
investigación... no lo volví a ver... Han pasado 20..., 18 años
ya.
—Mmmh, creía que los de la cofradía
eran más cercanos.
—Eramos más bien unos monstruos de
feria que una cofradía: estaba el que leía el pensamiento, el
ilusionista, el domador de demonios...,sólo faltaba la mujer barbuda
y el enano —las palabras de Galadiel eran tan amargas como sus
recuerdos. A Minerva no le importó; se echó a reír.
—...Tú me dirás, a lo mejor yo
calificaba para la mujer barbuda.
Galadiel empezó a sentirse el ratón
hipnotizado por la cobra. Si permitía que siguiera hablando, pronto
se dejaría engatusar y terminaría dentro de sus fauces.
—¿Qué quieres de mí, Minerva?
—Talbot sabe muchas cosas. Incluso
más de lo que tú piensas. Ustedes comenzaron el jueguito de los
viajes en el tiempo. Se dieron cuenta de lo peligroso que era. En
El Acuerdo, juraron que jamás seguirían con el tema. Me temo que
Talbot faltó al Acuerdo y continúo la experimentación... Quiero
que lo encuentres, no quiero que el universo que tanto me costó
construir desaparezca, y yo con él.
Galadiel sabía que aunque quisiera,
no podía negarse. De haber sabido de la desaparición de Talbot por
su cuenta, él mismo se haría cargo de su búsqueda, pero no podía
ser de otra forma, alguien (siempre alguien) le decía qué era lo
que tenía que hacer. Mientras se detenía en la mirada decidida de
Minerva, tuvo la impresión de que jamás dejaría de ser un títere
en manos de los demás.
—¿Y qué te hace pensar que buscaré
a Talbot?
—Porque tienes miedo..., estás
aterrado.
La odiaba. No sólo por leer en él
como si fuera un libro abierto, eso era sólo una pequeña parte de
un odio orgánico de años, sino por no poder evitar desearla, tanto
como para morir por ella. Minerva se levantó. Sonreía satisfecha.
Su figura brillaba blanquecina, triunfante. Galadiel pudo
contemplarla de cuerpo entero unos segundos antes que se desdibujara
en el aire, transparentándose hasta desaparecer.
—Seguiremos en contacto —dijo,
cuando no era más que una sombra en la oscuridad. Galadiel no la
escuchó, su mente se atascó en la pregunta que muchas veces se
había hecho a sí mismo, desde siempre, desde cuando era un niñito
que lloraba aterrado porque unos seres descarnados se le metían en
la habitación en la madrugada para hablarle de desgracias, una
pregunta que nadie podría responderle: ¿por qué carajos los
fantasmas no tienen pies?
1.
26 de septiembre de 1983: Un satélite soviético de defensa alertó
sobre cinco misiles balísticos intercontinentales procedentes de
EEUU. La alarma resultó falsa, producida aparentemente por una
conjunción especial entre el sol, la tierra y la posición del
satélite, que produjo una reflexión particular de los rayos de luz
del sol sobre las nubes. El incidente bien pudo provocar el inicio
de una confrontación nuclear.