EL REFUGIO DE LOS SUEÑOS +++RECOMENDADO ABRIL DE 2010+++

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EL REFUGIO DE LOS SUEÑOS


Las farolas continuaban encendidas. Pronto dejarían el paso libre a la luz diurna. El reloj marcaba poco más de las seis de la mañana de un verano que finalizaba. Las horas matutinas comenzaban a acariciar los cuerpos con aquella brisa fresca anunciadora de los otoños brillantes de colorido ocre, rojizos apagados, amarillos dorados y marrones envejecidos. Mis colores preferidos en esa estación del año que nos trae proposiciones de metas a conseguir, de proyectos a finalizar, de esperanzas al fin, que nos ayudan a seguir un año más en ese trasiego continuo que es la vida.

Subía por la cuesta hacia la boca del Metro. Me había impuesto a mí misma coger el tren de las siete de la mañana que me dejaba media hora más tarde en las puertas del Hospital. En casa quedaban los hijos. Los mayores se ocupaban de los pequeños, la situación familiar los había obligado a ser responsables; se lo tuve que hacer comprender con el corazón hecho un puño, pero no había otra solución. Yo no podía multiplicarme más. A él no podía dejarlo solo, tampoco había suficiente dinero para pagar una asistenta, debían comprender que la enfermedad del padre y los estudios de ellos, se llevaban una importante cantidad de nuestros medios económicos. Todos teníamos que arrimar el hombro y así se lo dije cuando, aquella mañana, la ambulancia se lo llevó al Hospital después de la caída que le llevó a perder el conocimiento. El médico aseguró imprescindible su ingreso. Necesitaba estar en observación durante un tiempo, no sabía cuánto… un mes… dos… La enfermedad progresiva e incurable que padecía precisaba estabilizarlo antes de poder volver a casa. Pero había tenido suerte, sí. Los hijos fueron todos responsables, aceptaron la situación aunque nunca podría olvidar la tristeza de aquellos ojos tan amados, aquellos ojos claros prometedores de tanta alegría cuando me miraban con la inocencia infantil de los primeros años. Ahora, apenas si salían de la adolescencia pero ya conocían el rigor del sacrificio y la renuncia. Crecieron sin padre aunque lo tenían pero era…nada… La enfermedad lo había hecho un recuerdo de algo que fue… una vez… Cuando se miraban las fotos… cuando se hablaba de otros tiempos que parecían tan lejanos… aunque sólo habían pasado unos cortos años que, sin embargo, pesaban como eternos siglos.

El vagón del Metro, atestado de pasajeros que comenzaban la jornada laboral, no me permitió conseguir un asiento, quedé aprisionada entre una mujer de edad indefinible que no me quitaba los ojos de encima y un hombre cuarentón sin otra ocurrencia que ponerse a leer el periódico. Las hojas se enganchaban en mi pelo y yo me veía obligada a alisarlo continuamente. Fui consciente del comienzo de mi falta de control, debía serenarme y me refugié en lo que siempre me calmaba: mis sueños. Pero antes era obligatorio hacer otra cosa, orar.

Desde niña había adquirido la costumbre de encomendarme a los ángeles y a la Virgen María. Tal vez a causa de aquellas enseñanzas religiosas inculcadas por las monjas del colegio, imposibles de olvidar, sobre todo, cuando en el piadoso mes de mayo se ofrecían diariamente flores que adornaban el altar de la Virgen y, aunque con el tiempo, la madurez, los razonamientos y las vicisitudes diarias, aquella devoción la abandoné, había quedado guardado en mi corazón un rescoldo de fe que se avivaba en los momentos difíciles, así que antes de dar libertad a esas ensoñaciones protectoras de mis dificultades, recé. Una oración corta pero eficaz porque, aunque quizás fuera una casualidad, el hombre cerró su periódico, mi pelo pudo permanecer sin despeluzarse y yo controlé mi endemoniado genio.

La llegada al Hospital me obligó a poner los pies en la tierra y a ser consciente de la desagradable realidad. Nunca me ha gustado el ambiente hospitalario pero creo que desde aquellas fechas, he llegado a odiarlo y pido al cielo que no tengan que ingresarme nunca, ni aun en los últimos momentos de mi vida aunque este deseo es una incógnita que sólo se desvelará en aquel último instante. Los paseos que conducían a los diferentes edificios del complejo, eran hermosos. Adornados de jardincillos bien cuidados alentadores de los tristes ánimos visibles en los viandantes de aquello caminos. Cuando subí a la planta 19ª donde se encontraba la habitación de él, me revestí de esa alegría ficticia siempre exhibida al estar a su lado. Estaba demacrado, ausente, había dejado de ser. Su aspecto irreconocible causaba compasión. Enflaquecido, tembloroso, la mirada perdida, apenas posó los ojos en mí. Preparé su pijama limpio a la espera del aseo que todas las mañanas se ocupaban de realizar las enfermeras. Limpié su rostro con colonia como si fuera el de un niño y me acerqué al baño para coger un peine y arreglar su peinado. Al salir, el vaso que se encontraba sobre su mesita, se estrelló en la puerta a pocos centímetros de mi rostro. Su quietud se había transformado, de pronto, en violencia, como tantas otras veces sucedía. Era propio de su enfermedad según opiniones médicas. Sin hacer caso de sus improperios, llamé a las enfermeras que se ocuparon de calmarlo y mientras se relajaba, en silencio, me marché, necesitaba llevar la paz a mi corazón, me conformaba con eso. Durante todos aquellos años de agravamiento y cambios en su carácter, me acostumbré a evitar las lágrimas, no servían de nada y tampoco tenía tiempo para entretenerme en sollozos. La realidad era una y era imperativo enfrentarla con entereza.

-Vaya a la cafetería a tomar un café-me dijo una de las enfermeras que lo sedaba.

Yo sabía que allí ya no hacía nada y obedecí la sugerencia. Mientras tomaba el ascensor hacia la planta baja, me pregunté qué estaba pasando en mi vida. Y no supe responder. Sólo sabía que debía seguir… y esperar…pero lo que esperaba era terriblemente doloroso y cruel porque para conseguir otra vez la felicidad, debía esperar su muerte… Y me sentí ingrata, malvada… Fue en aquel momento cuando lo decidí. Sería fácil, como si fuera un resbalón. Me situaría al borde del andén y cuando viera asomar la máquina por el túnel, me dejaría caer a la vía. Seguro que sería un instante. Ni siquiera sentiría el dolor. Dejaría de padecer, de aguantar, de sufrir, de sonreír sin ganas, de ser esa locomotora obligada al arrastre de penalidades y dificultades, de pesares y situaciones indisolubles. Ya no me vería obligada a consolar, a proporcionar fuerzas a los demás cuando lo único deseado era recibirlas, de aparentar situaciones normales cuando todo era complicado y problemático. Ya no tendría que animar y decir: “¡no pasa nada, todo está bien”…, y ofrecer caricias cuando lloraba mi alma por conseguirlas… Ya se acabaría todo y llegaría la paz…

Pedí clemencia al cielo por aquella decisión y mientras abría la puerta de la cafetería del Hospital, aquel lugar donde se escondían los padecimientos y tristezas aunque fuera solamente el tiempo que duraba sorber un café, oí un llanto contenido. En una mesa, junto a la entrada, una mujer, más o menos de mi edad, lloraba sujetando un pañuelo sobre su rostro. La acompañaban tres hombres jóvenes, de la edad de los míos mayores, -pensé- y una muchacha, -de la edad de la mía -volví a pensar-. La acunaban entre abrazos con lágrimas en los ojos al mismo tiempo que cambiaban entre sí miradas de impotencia. La evidencia del parecido físico me dijo que eran sus hijos. No sé qué sentí exactamente ni por qué lo sentí. Fue empatía con el dolor ajeno. Compasión por la imposibilidad de aquellos hijos por consolar a su madre. Un rechazo visceral hacia aquella mujer que se derrumbaba ante lo inevitable cuando debía de ser el pilar, la fortaleza donde los hijos descargaran su desconsuelo… y me alejé con furia contenida para evitar enfrentarme a aquella desconocida y escupirle en la cara su cobardía.

Me senté a una mesa y pedí un café, aquel café que había pensado sería el último de mi vida. Mientras esperaba a que me lo sirvieran volví a pronunciar las oraciones recordadas de la infancia, luego, cuando finalizara, volvería a dejar entrar en mi mente las ensoñaciones, era la única manera de continuar el camino… tenía que seguir sonriendo…

Agradezco mucho tus palabras amigo Jaime. Soy una amante de este idioma castellano nuestro tan rico en expresiones, un poco adusto algunas veces pero de sonidos cálidos, duros, valientes y también llenos de ternura. Conseguir escribir una bonita frase tiene para mí tanto atractivo como componer una pieza musical, disfruto con el sonido del idioma, por lo tanto, comprenderás cuánto agradezco tus palabras. Muchas gracias por emplear parte de tu tiempo en leerme. Un abrazo.

Excelente como está escrito...y se siente al personaje como hablándole a uno....muy bien!!!!

Muy agradecida amigo Rotko.

Un relato que viene del alma humana (y llega al alma...) creado con expresiones que hacen al clima (y se nota, Xanino, cómo amas esas expresiones de este lenguaje como dices en tu comentario, porque en ello, creo, radica el plus que le das a esta realidad para conducirla al corazón del lector que se sensibiliza con la obra, con la protagonista, con la situación y su estorno. Felcitaciones y gracias por compartirlo.
Silvina.

Gracias a ti por tus palabras y por haberlo leído. Me satisface tu comprensión. Un abrazo fuerte.

Felicitaciones un cuento hermoso

Quiero agradecer a todo el foro de Letras y Algo Más, este nuevo reconocimiento que considero inmerecido. Gracias a quien lo ha propuesto y a todos en general.No sabéis cuán agradecida me siento, no tengo palabras suficientes. Sólo os diré que esta aceptación me estimula para seguir escribiendo en esos momentos malos en que todo lo tirarías a la papelera. ¡MUCHÍSIMAS GRACIAS!

Felicitaciones por el reconocimiento y además por la recomnedación a la lectura de este relato.
Saludos
Silvina

QUE BUENO QUE LO RECOMENDARAN POR QUE YO ME LO HABIA DALTEADO Y UFF QUE VALE LA PENA LEERLO
FELICITACIONES ABUELA XANINO,ME GUSTARIA TENERTE CERQUITA PA QUE ME CONTARAS CUENTOS ASI

Gracias, Mateo, muchas gracias. Te he escrito otra respuesta pero parece que no se ha grabado, no sé si saldrá en otro lugar.Esta abuela Xanino es un poco desastre,muy despistada, así que si lo lees pues van dos. A mi también me gustaría estar más cerquita, seguro que más de una vez vendrías a merendar conmigo, rosquillas, torrijas y buñuelos que los hago muy ricos y mientras nos explicábamos cuentos, a ver quien los contaba más bonitos. Un besote, eres un chaval muy majo. Me alegras el corazón.

Xanino, maravillosamente recomendado este texto...
Es un texto lleno de encanto y de magia....


Un besito

¡Muchas gracias Etel! ¡Me encanta la flor! Aquí es primavera y todo está muy verde y florecido. Pronto veré las amapolas desde mi ventana. Gracias por tus palabras, amiga.

Gracias Jaime, agradezco y valoro mucho tus palabras.

Mi más sincera Enhorabuena Xanino!!
Se lee deliciosamente bien tu historia,el titulo es muy sugerente;me gusta mucho así como la rica y variada cantidad de palabras que utilizas en tu historia.

¡¡Abrazos de pétalosdeseda!!

Gracias amiga por tus palabras, me alegra que te haya gustado este relato.

Te felicito Xanino de nuevo, consigues enganchar y eso es bueno para quien busca que sus escritos tengas esa magia tan importante. Un abrazo. Elisa.

Muchas gracias Elisa, para los que escribimos es muy gratificante oír esas palabras pues es lo que pretendemos, enganchar al lector. Un beso. Y gracias por leerme.

Pese al tema, disfrutado como siempre.

Gracias Antifaz. Es total y absolutamente mío, en ideas y en palabras.