RECUERDOS DE MI INFANCIA

UNA VIEJA FOTOGRAFIA

Encontré hurgando una noche, en el centenar de cosas que habían guardadas en un viejo y añejo baúl, una fotografía de cuando era niña. Acudieron a mi los recuerdos de esa etapa... Recordé a mi abuela Elvira, de unos bellísimos ojos azules, delgada y ágil, siempre de taquito, con su delantal largo, su extensa y sedosa cabellera gris perla, que peinaba en una hermosa trenza. Me agradaba cuando se lavaba el pelo, verlo como caía sobre su espalda, siempre soñé con tener mi cabello así. Por las mañanas muy temprano, ella se levantaba feliz, se dirigía al enorme gallinero, para alimentar a las variadas aves, yo la miraba desde mi habitación, en el segundo nivel, abría mi ventana para escuchar la conversación que mantenía matinalmente con las aves y como parecían contestarle. Los fines de semana era tradición que ella cocinara la cazuela y las empanadas, sus comidas eran realmente exquisitas. Por las tardes de verano, nos sentábamos a la sombra de los cerezos, ella cosiendo y yo bordando. En el invierno, cerca del fuego, escuchaba historias y vivencias de su vida. Siempre me gustó la historia de los maizales, aunque a esa edad, no apreciaba el verdadero contenido. Decía mi abuela que ella vivía en el campo, con su familia, la parentela, así se le llamaba al resto de la familia, estaba mas alejada del lugar. En una oportunidad, siendo ella muy jovencita, su padre se marchó a trabajar otros campos, muy lejos, quedando sola con su madre y sus dos hermanas. Al caer la tarde, escucharon el galope de varios caballos, asustada la madre, o sea mi tatarabuela, escondió a las dos hijas pequeñas en un canasto de mimbre y le indicó a mi abuela que se marchara por la puerta trasera y se escondiera en el maizal. Ella salía muy asustada y llorosa, siempre le había temido al galope de los caballos y a la gran polvareda que dejaban al pasar. Pasaba largas horas escondida entre el maíz, cuando escuchaba el retiro de los hombres, salía agazapada y volvía al lado de su madre, que con el rostro desencajado, sus ropas desordenadas y cubriéndose la cara, lloraba a mares sentada sobre un viejo choapino que ella misma había tejido. Contaba mi abuela, que ella no sabía por qué tenían que esconderse y el por qué su madre acudía al arroyo para bañarse. Luego de crecer, se lo explicaron. En esos tiempos, vagaban por la zona muchos cuatreros, bandidos y aparte, de robar en las casas, se llevaban a las jovencitas y ultrajaban a las madres jóvenes. Cuando a mi me lo contaba, me sucedía lo mismo, no me explicaba el motivo del miedo y tener que esconderse. Ya mucho mas grande, comprendí la situación. Quería mucho a mi abuela, hoy escucho canciones que ella entonaba cuando lavaba la ropa en el fregadero, a veces creo escuchar su dulce voz.
Un día, en mi casa había revuelo, la hija de mi abuela, hermana de mi padre y la mujer que me crió, corría de un lugar a otro llorando y mandó a Aurelia, la nanita, a buscar un doctor. Cuando me acerqué a la puerta de la habitación de mi abuela, la vi tendida en la cama, callada y muy demacrada. Mi abuela estaba muriendo. En los últimos meses, un cáncer silencioso se cansó de estar escondido y afloró con todo su poder. Fue cosa de días, mi abuela falleció. Escuchaba decir a la familia, que había tenido una muerte tranquila y sin dolor. Después de adulta, entendí lo que en ese entonces no era claro para mi.
Mirando la fotografía y con los recuerdos en mi alma, elevé a Dios una oración por esa anciana que vive en mi corazón y de mis ojos claros, cayó una lágrima de emoción.