LA HOJA DE ARCE REAL

Uploaded with ImageShack.us
Safe Creative: Certificado de propiedad intelectual 1102118474342


LA HOJA DE ARCE REAL




Cuando comencé a desprenderme de la rama me asusté. Rodaba por el aire sin poder sujetarme a nada, bamboleada por un viento invisible que, de pronto, había cambiado sus caricias por una violencia inexplicable. El arce real que me sustentaba, permanecía impertérrito ante la agresión de la naturaleza, no podía evitar mi caída. Los violentos soplos arremetían contra mí para alejarme de su lado. Yo deseaba gritar, volver a mi lugar en el árbol pero aquel viento frío que soplaba sobre mi superficie, me lo impedía. Dando volteretas, al fin, caí sobre el suelo entre un montón de hermanas que lloraban su suerte.

Yo era una hoja hermosa. Nací como un botón verde brillante abierto con lentitud a una primavera que cubría el jardín de una fronda olorosa dispuesta a ofrecer su sombra en los calores del verano. Luego crecí, palmeada, grande, dentada. El verde brillante se apagó para cambiar a un tono más oscuro. Fui la más hermosa del árbol y los mimos ofrecidos por cualquier espectador, me llevaron a ser algo vanidosa. Los pájaros, buscaban mi cercanía para posarse a cantar y cuando ya era una jovencita presuntuosa de su belleza, un petirrojo anidó a mi lado. Crecí admirando el tono anaranjado de las plumas de su pecho y el canto armonioso con el que, cada mañana, me deleitaba. Vi nacer a sus minúsculos polluelos y contemplé su primer vuelo después de ser alimentados por sus padres con gran ternura a base de insectos y bayas recolectados en los alrededores del jardín. Pero llegó el día de la emigración hacia tierras más calientes y me dejaron en la soledad del árbol, sumida en la tristeza; sólo conservaba a mi lado como un recuerdo de felicidad perdida, aquel nido vacío que se desmoronaba lentamente. Sin embargo, cuando la decepción se apoderaba de mí con más fuerza, una mañana, al nacer el alba, llegó en vuelo rápido a ocupar el sitio liberado por la familia de petirrojos, un mirlo de plumaje oscuro sólo adornado con un pico amarillo con el que, pensé, se afanaba por demostrar su bondad. En un principio, me asustó la negrura de sus plumas pero al oír su melodioso canto, dejé de añorar a mis antiguos amigos y volví a contemplar la construcción de un nido con el extremo amor de unos padres hacia los indefensos polluelos eclosionados de frágiles huevos azules pintados de máculas marrones. Más tarde, durante los calores del verano, esperaba con ansia los riegos matutinos cuando un humano dirigía la manguera hacia las altas ramas, después de mojar el suelo donde se afianzaban las raíces. El agua fresca resbalaba por mi superficie en ofrecimiento de una nueva vida hasta que la brisa nocturna, me alentaba a susurrar cantos de nanas aprendidos en otras vidas olvidadas.
Y así, llegó el otoño. Tanto mi envés como mi cara amarilleó después de tornarse en un rojizo apagado. El verde profundo envejeció mi textura con tintes marrones hasta variar mi color al amarillo uniforme. Aun así y todo, seguí siendo una hermosa hoja hasta el día en el que mi tallo se desprendió de la rama. Ya no pude sujetarme más. Quedé en el suelo inmóvil, sobre otras hermanas del mismo árbol y de otros ejemplares que adornaban el jardín. Todas revueltas, pisoteadas, sucias por el polvo y la tierra. Los paseantes indiferentes, parecían disfrutar con nuestra soledad y dolor mientras nos empujaban con sus pies, hasta que, por la tarde, perdidas todas las esperanzas, dispuesta a morir, una mano infantil me agarró con cariño. Al cogerme por el tallo, pude ver sus ojos azules posados sobre mi epidermis mientras estudiaba mi forma y color. Limpió, con esmero, la tierra que me ensuciaba y sin soltarme de su mano, me llevó con él.
Al llegar a su hogar, me colocó entre las hojas de un periódico, lo aliso con las manos y me dejó toda la noche en su interior. Aunque estaba asustada, me sentí cobijada en aquel tibio papel y la esperanza de seguir con vida, surgió con nuevos ímpetus. Por la mañana me separó del periódico, volvió a alisarme con la mano, suavemente y con mucho cuidado de no romperme, pasó sus pequeños dedos infantiles por mis nervaduras para comprobar su perfecto estado, sin rasguños ni cortes. Me puso sobre una mesa y con máximo cuidado, me colocó encima de una cartulina color oscuro donde me sujetó con una cinta adhesiva. Me observó. Percibí su orgullo, contento, tarareaba una canción cuando arrancó de un cuaderno una hoja de papel de seda trasparente con la que me cubrió y me guardó en el interior de la mochila en compañía de sus libros de estudio.
Ahora estoy en el tablón de la escuela admirada por todos. Continúo viva, cuidada. He ganado un premio a la hoja más hermosa y mejor conservada. Sigo siendo grande, tanto como la palma de la mano extendida de un hombre, poseo cinco puntas dentadas, mis nervaduras se han vuelto marrones pero siguen firmes, enteras y el tallo mantiene su pedúnculo como si acabara de desprenderse del árbol. Soy una hoja de arce real, feliz. MAGDA.

Muy lindo relato, Magda. Me encanto el enfoque dado al mismo con la personificacion de la hoja de arce. Siempre un grato placer leerte, querida amiga. Un abrazo,
Jose

Aunque en un principio parecia que iba a tener una final desagradable al final las cosas terminaron realmente bien. Me ha gustado tu manera de describir la vida de esta hoja.

Muchas gracias Jose, amigo. Sabes cuanto agradezco tu paso por mis letras. Un abrazo.

Isis, agradecida por tu lectura y comentario. Un beso.