Al despertar, inician el vuelo las mariposas negras y marrones que acompañadas del humo rojo en la habitación, vigilan el sueño de mi cuerpo que se pierde, doblegándose ante los hijos de Abel cayendo entre las causas lo oscuro en mí.
Con la noche y mi mejor vestido empieza este camino o tal vez; sea nada, donde el tutu perdió sentido, y mi piel se abraza a los labios que siempre se quedan en el silencio adecuado, quedándome en la noche congelada en el paso de las aves con todos los fragmentos de mi, esparcidos en mis hijos perdiendo se en la gloria de un minuto al fin pa’ buscar el misterio del lugar donde empieza el ritual. ¿Humo rojo? Me pregunto ahora, después de haberlo vivido en el cuarto de aquel hotel cerca de la casa grande del viejo Luis, no se como leer ese humo, como entender el acto. A veces apago el celular para desaparecer tras las cortinas y escuchar mis venas, queriendo vivir sin poderlo y sentir a los curas del pueblo intentando aliviar en el último aliento.
Y después de unas horas de sentir la tierra en mis manos, después de cavar profundo y enterrar mi olvido en las letras del tacto mis ojos miran hacia el presente y se encuentra hoy, con bostezos de madrugadas de domingo y mi piel marcada por el tiempo donde los delirios caen en el presente de las cuentas de tantas veces. Nuevamente atrás del telón se cierra la fiesta y escucho la voz de tantas canciones de números que dicen vos. Tal vez ahora importen más los códigos esos, que dijiste hace tiempo que no importaban. Tal vez ahora veas el espejo y ahí mismo fracture mi aliento. Entender las palmeras en días de invierno sobre esa tumba dónde recae mi cuerpo, ese cuerpo que se perdió sin intento, mirando de lejos sentí la calma del no -ser en este tiempo.
Vestidos sin botones y baúles sin presagios son los que deambulan entre los huesos de mi cuerpo pintando en colores de fiesta mi anunciado funeral, cantares y risas por cada montaña, entre el Valle sofoca el encuentro de la alborada y el llanto de mañana. Café en la hora del te, sentir ahora que estoy muerta, mi madre llora mis días de ausencia, mientras mi tiempo permite el recuerdo. De nuevo veo sus ojos y de fondo la voz de sus cicatrices esperando un atardecer con olor a café y su camisa olvidada.
He aquí mi cerveza frente a mi abandono y mi madre en el auto desterrando mi pensamiento.
El pecado de mis sentidos y la estación, han liberado mi mente y en el tiempo del cuervo la tinta en mi cuerpo ha nacido, las espinas nacen de mis poros frente a la casa que ve pasar el tranvía. Descubriendo la nueva ironía en la letra de una canción olvidada, tal vez como yo. Y hoy me quedo aquí, sentada a la orilla del desierto esperando tu palabra perfecta. Esa que me obliga a pensar en mí. Y nuevamente escucho entre frases sin sentido y a Superlitio detrás de mis sentidos, agarrándome el cuello sentí de nuevo mi cuerpo. Han pasado tantas muertes, que hoy, ya no sé, que vida vivo. Solo escucho libertad de mi muerte… la libertad, es poder…