II
Esta es la hora donde suena Janis, con su desafiante voz y palabras que encierran mis sentidos a los ruidosos pensamientos que me tiran al suelo. Escucharla es un sacrilegio en días de invierno, como dicen en el sótano de la casa vieja y olvidada donde están los recuerdos manchados de vos. El reloj sigue su curso, no quiero que avance. Grito con tono desesperado que pare, calle ese sonido parcial de militancias de quehaceres hoy. Trás un escritorio esta mi cuerpo; que suplica por un mes de calma, mi cuerpo está cada vez, más herido. Más ciego, sin posibilidad de moverse ni un paso más; zetas en mi mente deambulan en mi tiempo, durmiendo sin querer entre violencias y cerrojos.
Abrir la puerta antes de confesar los miedos, es abrirla al mayor de ellos. En bocas agrias y sabores dulces el pecado se postra en mí y el olor se hace cada vez mayor. Putrefacto, alucinógeno, Violencia entre mi mente y cuerpo, sin dejarlos salir. Miedos de guerra, miedos de olvido, perdones que han hecho sesgar el tiempo.
Tomar café a borbotones y con mi soledad acompañada de tequila, calmar la ansiedad de una noche.
Sueños perversos de mi piel y escritos en ella, con tinta marrón de fondo como en aquel bar…
“Pour un oiseau Qui passe, pour un roseau, Pour une ombre, pour un rienJusqu'à ce que tombe la nuit Tombe, tombe la nuit Jusqu'à ce que tombe la nuit”
Llamando la atención de mis ansiedades, aquella melodía despierta mi piel al marrón de su tinta, que; en sus agrios matices seduce mi pensamiento ante su verbo. Como ave de paso en la noche, la canción de sus verdes ramas. Mi piel se marchita y augura el alba. Sus ojos se pierden entre las hojas escritas y los libros de tantas caídas en mi abdomen. Sus letras convierten mis pesares en venturas y mi aliento en su espalda recae. Ante la juventud de sus temores mi disfraz de valentías permanentes empieza el otoño de imágenes rojas y cande de piezas de tonos a de pocos saxos y sabor a humo permanente.
¿Recuerdas el sabor de la avenida?
Avenidas de tiempos olvidados, melancólicos caminos, que; en incendios han quedado. A veces despierto ansiosa después de una fuerte pesadilla dónde me siento como una hormiga bajo la piel de los niños jugando a cazadores de insectos. Así, recuerdo la avenida, donde fui tan pequeña que olvidé mis sueños y postre los tuyos en el lugar sacro de mis silencios. Hablar de ser sensible no es la mejor de mis glorias y con las mariposas en mi bolso, es más difícil escuchar mí voz al caer de nuevo.
De regreso a la novena esquina doblo mis dedos y cierro mis ojos, intentando creer qué sólo me hace falta respirar. Al no lograr convencerme de esta tesis. Busco mi cigarro y el mp4 donde puedo encontrar el aniquilado aliento de las canciones que pierden la verdad y recordar dos veces el olvido.
Ruidos de cenizas, aclamando los tonos de la música que sonríe silencios y sostiene la ironía de mi pequeña verdad. El sabor de la avenida dónde tropecé con mi sombra y me di cuenta que huí siempre de mi.
Queriendo complacer a mi madre en su gracia, y en mi culpa sanar el capricho de ser la octava pesadilla de ella, donde jamás convirtió un mural de desechos en un minuto de esperanza. Donde perdió la vivencia por olvidarse de mí, queriendo creer en mí a la mujer que olvida sus textos por ser un maniquí que olvida su credo.
Al darme cuenta que perdí la quinta prueba y que huía de mis sentidos, tome la tijera por el borde gris, y llevándola hacia mi pelo corte en un minuto la larga presencia de este. Dejando mi cuello y la libélula pintada descubiertos. Permitiéndole volar e iluminar hacia el sonido de los carros con colores berenjena en mi cabeza que atropellan las pinturas blancas y recuerdan aquella muerte en 1997, la primera de tantas muertes, cinco minutos bajo el túnel de los vivos, intentando en el viejo hospital de aquel pueblo venerado por las palabras papales, vivir un segundo, saborear el chocolate en un beso nada más. Abrí mis ojos para darme cuenta de que aprender de nuevo el esquema social seria mi causa de pena, y entre los viajes verdes y catatónicos momentos, ¿Recordás el primero de estos viajes? Tal vez en el mismo lápiz con su caminar a pleno después de las copas y vestidos de papel, la catatonia llegó a la ventana y a orilla de la avenida se enciende la luz del carro de fiesta. Olvidando quien fue y por que perteneció .