Este fue el primer relato que escribí, hace un año. Y creo que a por aquí y no en el otro lugar donde poesteé un cuento como este.
Saludos
El bajo
Usaré en extenso mi inseparable editor de palabras de Microsoft; Word.
Miedo, Terror, espanto, pavor, pánico, horror.
Todos los sinónimos antes referidos, son poco para lo que sentí aquella noche. ¡Sí señor!, ya que por el significado en carne viva de los términos que acabo de escribir, hice algo que jamás creí poder hacer.
De regreso de casa de Gerardo, el baterista de nuestro grupo de música, amigo al cual se le ocurrió vivir en uno de los lugares más peligrosos de la ciudad perteneciente a un águila y un nopal; y cuando con mi vehículo había avanzado lo suficiente desde la casa de mi camarada como para volver sobre mis pasos; de pronto, mi fiel pero viejo jeep, comenzó a expeler humo negro.
Y así, sin más, y justo cuando había hecho amagos para acercarme al borde de la vía, quedando prácticamente bien estacionado, mi auto quedó extinto.
No conocía aquella calle; porque a tres cuadras de haber salido de la casa de Gerardo, tuve que desviar el curso habitual hacia casa, por arreglos de pavimentación en la avenida que frecuentemente utilizaba para el regreso.
Con mis manos en el volante, y con cara de, “Y ahora qué hago”, me quedé unos instantes maldiciéndome a mi mismo, por no haberme quedado con Antonio y Ramón tomando cerveza en casa de Gerardo. Siempre venían conmigo, pues también son integrantes del grupo; y a 15 minutos de mi hogar, los dejaba en sus moradas. Pero esa noche no fue así, ya que quien escribe simplemente no quiso quedarse, argumentando cansancio; pero en realidad fue y es, que el trago, cualquiera sea, no es lo mío; por cierto.
Y allí estaba sólo, pensando en la estupidez de aquella decisión, y en lo peligroso de la actual situación.
Intenté llamar a mi hermano, pero curiosamente el celular estaba con batería agotada; cuestión que rara vez ocurría, pero que justo aquella noche sucedió. Y mientras en esos asuntos pensaba, incontables veces intenté encender el motor del vehículo, pero sin resultados positivos. Entonces me dije:
“Bueno, ha de ser las diez de la noche, es mejor que me vaya de aquí.”
Pero yo llevaba mí bajo. Aparato amado desde hacía varios años, con en el cual me desempeñaba bastante bien como bajista.
¡Cómo adoraba aquel instrumento! Pero en la situación en la cual me encontraba aquella noche, ese elemento del alma llamaría mucho la atención. Pero bueno, volví a pensar; no pasará nada; de todos modos lo más probable es que abran el jeep.
Y así, con esos pensares en mi inocente mente, bajé del vehículo con mi bajo guardado en su bella funda de cuero, y lo cargué en mi hombro cerrando las puertas del jeep. Luego, en el momento en que me doy vuelta para caminar hacia alguna avenida principal, me dí cuenta que aquella calle estaba absolutamente desierta; y observando hacia dónde dirigir mis pasos, veo que como a dos cuadras y por ambos lados de la acera, se acercan personas; dos entes por el lado en el cual yo me encontraba, y tres más por la vereda del frente.
Comencé a sentir una sensación helada en la espalda, la cual pronto de trasladó hacia mi rostro, transformándose en un calor insoportable. El corazón empezó a latir muy rápido, y enseguida sin más pensé: estoy muerto. Y dando un giro rápido hacia el lugar opuesto desde donde venían aquellas personas; justo, se me cae el celular a tierra, el cual había guardado en el bolsillo de atrás de mi pantalón; y en esos segundos, en los cuales vi que en el suelo yacía mi teléfono medio desarmado por el golpe, escuché también que aquellos hombres corrían hacia mí y agachándome; tomo el aparato, y una idea impensada se me viene a la cabeza; y gritando como si hablara con alguien a través del comunicador, digo lo siguiente:
-¡No infeliz, No!
- Estoy aquí, fuera de tu casa…
Y mirando hacia arriba, vuelvo a hablar más fuerte:
- Mejor baja ahora, para arreglar esto de hombre a hombre.
- Sé que estas con mi novia; te traje tu bajo. ¡Desgraciado!...
En ese momento estaban más cerca aquellos seres, y por el miedo que sentí, lo último en gritar, y medio volteado hacia ellos, poniendo mi mano en la parte trasera de mi espalda y cinturón fue;
- ¡Y también traigo un arma, cabrón…!
aquí
En aquel segundo yo temblaba. Pero vi por el rabo del ojo que efectivamente eran cinco hombres jóvenes los que tenía a sólo casi seis metros de mí. Así que volví a gritar con mucha más fuerza, pero esta vez de frente a la supuesta casa a la cual me estaba dirigiendo en mi monólogo; y arrojando el celular con rabia contra el piso, grito:
-¡Baja cabrón!
-¡Mira lo que hago con tu puto bajo!...
Y en ese instante, tomo mi instrumento querido, amor de mis amores, le saco su funda con rabia, lo tomo por los trastes, y en un acto de esquizofrénica demencia, comienzo a golpearlo incontables veces contra el suelo mientras seguía gritando:
-¡Mira! ¡Mira Infeliz!
- ¡Mira lo que le hago a tu pinche bajo!
Mi respiración estaba muy agitada y sudaba muchísimo también; y arrojando mi bajo destrozado en dirección a los personajes, y cayendo de rodillas mirando hacia el piso como derrotado, termino diciendo:
-¡Qué mierda de vida!
-¡Por qué! ¡Por qué!
-¡Yo te mato infeliz! Grite al final, mirando hacia arriba:
- ¡Yo te mato! Repetí.
Mientras, y otra vez por la rabadilla del ojo, miré hacia donde estaban los hombres; y allí yacían a tres metros de mí. Se habían detenido.
Unos apoyados en la pared, y otros con las manos en los bolsillos, mirándome de vez en cuando.
Y cuando volteo para mirarlos de frente les digo:
- Y ustedes, ¿qué chingados me ven?...
Uno comenzó a caminar hacia donde yo estaba, y todos lo siguieron. Y al pasar por delante de mí lentamente, mientras yo seguía arrodillado, y resignado además, porque según yo el asalto era inminente; el que venía más atrás me dice:
-¡Qué honda guey!
Y el que había avanzado primero, señala:
-Tranquilo guey; vamos pasando por acá nada más.
-Sí guey, ¡Mata a ese cabrón guey! ¡Y a la ramera de tu novia también! Dijo un tercero.
Y alejándose la tropa lentamente, otro me grita riendo:
-¡Te salvaste guey eh!...
…Y me quedé allí, de rodillas y aterrorizado, con sentimientos revueltos de dicha, incredulidad, miedo, y un sinfín de sensaciones; y además, llorando de verdad.
Cuando ya casi no les podía ver de lejos, me levanté; miré mi querido bajo, tomé su funda de cuero casi como en un rito funerario, y torné mis pasos en dirección opuesta de donde habían desaparecido los hombres aquellos. Y a dos cuadras estaba la estación del metro.
Al otro día volví a aquel lugar con mi hermano en su vehículo para remolcar el mío; si es que por alguna casualidad o milagro seguía ahí mi jeep. Efectivamente estaba en el mismo lugar; así tal cual como yo lo había dejado; y un poco más allá, yacía el celular destrozado y el cadáver del instrumento amado; por el cual yo la noche anterior, me había salvado.
Moraleja:
Lo siento por mi bajo; pero siempre en la vida, todo es a cambio de algo.