La mujer se dejó mojar por la lluvia. El bruto hombre, un herrero
aparentaba, la tomó del hombro, ella no dejó de abrazar el bulto blanco
que llevaba en brazos. Un taxi los esperaba, el taxista fumaba en
dentro del auto, no atinó a bajarse ayudarles, no lo haría con esa
lluvia. El hombre abrió
la puerta del vehículo, la mujer se perdió en un instante brutal, en su
alma se mezclaban la melancolía, el dolor y ese deseo de llorar que por
alguna razón no se atrevía a dejar explotar. Entró al auto, el aroma a
tabaco se le antojó dulce, la lluvia ahora se escuchaba sorda, por un
momento olvido al bulto en su brazo, pero allí estaba. El hombre dio
indicaciones al taxista, no contestó, solo movió la cabeza y arrancó.
El camino a la casa era un rio, la lluvia fue un diluvio la noche anterior. Casi se llevo la usina
eléctrica, es lo que el taxista comentó al hombre que también hizo
algún comentario. La mujer seguía bajo la lluvia y no dejaba de abrazar
el bulto blanco. Yo me apresuré, después de 40 años, a recordar este
suceso frente a la tumba de mi hermana.