Cuando faltaba poco tiempo para llegar hasta la choza que me vio crecer sentí de nuevo las raíces de aquella mañana cuando deje el hogar, pero ahora parecía que se extendían en mi estomago, era como si el polvo de la terracería cobrara vida entre mis ropas, se sacudía algo en mi, como si las verdaderas raíces se me revolvieran ansiosas de pisar el suelo en que viví, suelo que tanto regué con mis gotas de sudor, avanzando entre la noche, rompiendo las sombras que se escurrían de los faros, mezclándose con el polvo que levantaban las llantas, sediento de llegar a casa y acabar con la miseria familiar mi mente fabricaba miles de oportunidades para dejar de ser campesinos, teniendo una camioneta en estos lugares, es como tener buena suerte, tal vez hasta mi padre pudiera mostrarme algo de aprecio si yo lo arrancaba de las garras de sus terrenos que año con año producían menos, librarlo a el y a mis hermanos de tanta necesidad, en eso estaba cuando una persona a la orilla del camino parecía necesitar algo de ayuda, me detuve solo para preguntarle si se le ofrecía un aventón,
- usted no es de por acá amigo –me dijo-, es la primera vez que lo veo por estos suelos que nadie visita, ni los políticos se acuerdan de estos lugares, respondí que venia del otro lado, de Estados Unidos,
- voy a mi……., no llegue a terminar la frase cuando un golpe seco me mando al suelo, azotando en la tierra como si el pedazo de leño hubiese cortado los hilos de alguna marioneta, vi salir a dos personas más, reían, me miraban.
- ya cayo, con este tenemos para una semana, -murmuro uno de ellos mientras sus ojos se clavaban en mi cuerpo-, creo que este amigo esta perdido, este camino solo lleva hasta esos pueblos que solo el viento recuerda.
Eso fue lo último que oí, mis parpados pesaban tanto que me deje envolver en un sueño artificial resultado de un golpe fuerte en la nuca, desperté horas después, amarrado de pies y manos y con la boca vendada, recargado en las paredes de una casa improvisada con techos de ramas y muros de piedra y lodo, extrañado y algo aturdido pude distinguir mi camión que avanzaba aunque de un modo que no imaginaba, uno de los sujetos parecía conducir pero con el motor apagado, solo se limitaba a mover el volante mientras los otros se dedicaban a jalar un par de bueyes que remolcaban penosamente al vehiculo, no era necesario ir mas lejos para darse cuenta de que no sabían conducir, su máxima destreza consistía en poner en neutral y el resto quedaba a merced de la fuerza bruta de un par de astados, pude percibir otros vehículos o lo que restaba de ellos, la luz de la fogata solo iluminaba un palmo de terreno y no dejaba distinguir con nitidez, al fondo solo se veían siluetas con los movimientos del fuego, sombras moviéndose, estirándose, danzando con la noche entre la oscuridad y los grillos.
- ¿cómo te llamas paisano? –pregunto uno de los tipos que me quito el pedazo de pañuelo-, me llamo Miguel -respondí-.
- mira Pancho, este se llama como nuestro hermano el finado.
Hubiese pensado en cualquier posibilidad, Pancho era el nombre del mayor de todos mis hermanos, el que me despertaba a coscorrones en las mañanas, el que me enseño a sembrar el maíz, eufórico intente contestar que él era uno de mis hermanos y que al parecer los demás también, de no ser porque de nuevo me amordazo mientras reía, intente gritar que uno de ellos se llamaba Juan, y que el otro se llamaba Néstor, justo como el abuelo, pero solo llegue a decir :¡suéltenme! ¡Yo soy ese Miguel!, quise decir que estaban en un error, que yo era el Miguel que un día se harto de ser ahijado de la miseria, el que un día sorprendió a todos con su idea de irse a suelo gringo para dejar de ser un campesino mas, romper con la tradición familiar de pobreza y necesidad, quise explicarles mucho pero el maldito trapo se apodero de mi boca, sus hilos amarraron mi lengua, costurándola, dejándome recargado, gimiendo y casi llorando, cansado de tanto gritar para adentro, ellos solo reían.
- ya ibas a ser el –dijo Pancho-, como si mi hermano se cargara buena suerte, lo que mas nos dolió no fue el que se fuera para allá, lo que más nos dolió fue que nuestra madre casi se muere de la pena, nunca supimos más de él, nos dijeron que quedo por ahí, olvidado en el desierto, muerto de sed, eso nos dijo un paisano, pobrecito, se murió buscando una mejor vida, su cuerpo quedo para alimentar el hambre de los zopilotes.
Quise gritarle que yo era el Miguel que ellos creían muerto, decirles que nunca morí, que a veces tenía ganas de mandarles cartas o dinero, pero no sabía cómo escribir y ellos menos leer, el lugar más cercano al que podían llegar las cartas se encontraba a tres horas a lomo de burro, quise explicarles que volví cargado, con las bolsas repletas de billetes, dispuesto a librarlos de las garras de la nada, y lo único que pude hacer fue sacudirme, morder la tela, apretar los dientes, enterrándolos, hundiéndolos en el silencio.
Tenia unas ganas enormes de ver a mis hermanos y a mis padres, sobre todo a mi madre, imagine como fue la vida al pensar que su hijo Miguel; su consentido quedo en el ardiente desierto, seco de sudar, faltaba poco para llegar hasta lo humilde su morada, pero mis hermanos me atraparon pensando que estaba perdido en lo solitario del camino en medio de la noche, comprendí su negro negocio cuando uno de ellos sonrió diciendo que tenían mucho hueso que despedazar refiriéndose a mi camioneta.
- ¿Cuántos pesos crees que nos den por esta chulada? –Pregunto Néstor a Juan-, el se guardo su respuesta cuando vio mis maletas llenas de dinero y regalos, su espeso bigote se movió, simulando el vuelo de un ave, después dijo:
- si que vienes cargado paisano, sabrá Dios que hacías vagando por estos lugares, solo sé que caíste después de muchas semanas de no tener nada que hacer, embarrados en el petate, acostados sin nadie que pase por estos caminos.
Vi sus gestos de alegría, inmediatamente se repartieron las cosas que ya les pertenecían sin saberlo, mi hermano Pancho entro en la choza al parecer a quitar algo,
- te vas a conocer el rastrojo con Juan, el te llevara a dar una vuelta, no te asustes, es bueno, tiene tino y no sentirás nada, tendrías problemas si fueras conmigo, pero la ultima vez me toco a mí, -me susurro Néstor al oído - si se tratara de un simple paseo no hubiese problema, el verdadero problema comenzó cuando lo vi salir con un viejo rifle; el rifle de nuestra lejana infancia, aquel que nos proveía de palomas y otros animales, comprendí a que se refería cuando dijo: “tiene tino”, Juan era el orgullo de nuestra familia, eran raras las veces en que erraba en sus disparos. Retorciéndome de miedo, me llevaron cargando hasta el lugar donde mi propio hermano acabaría con todo, no tardaron en llegar, fue el viaje más largo de mi vida, sacudiéndome con la boca completamente cubierta, retorciéndome de desesperación y miedo, levitando en el aire a punto de morir por segunda vez, vi mi vida pasar frente a mis ojos, no deje de moverme, ni siquiera cuando Juan dejo ir dos culatazos entre mis costillas, no me dolió eso, me dolió el hecho de morir en manos de mi propia sangre, me lastimo el ver a mis hermanos convertidos en buitres, asesinos, ladrones.
- chillas como niña- dijo mientras me levanto de los cabellos- me desato los pies.
- ni modos paisa, todo es para tener que tragar, es la necesidad la que nos obliga, son las tripas que nos arden porque el campo no da para más, así es esto,
Los pies me temblaban de miedo, ahí estaba yo, parado con las manos amarradas y un trapo en la boca, llorando, gimiendo, gritando o intentando gritar que regrese, pero ellos no oían eso, a ellos solo les importo el dinero,
-¡¡corre!! –Fue lo que oí- ¡corre antes de que te madrugue de cerca!, mira que no me gusta matar cristianos sin aviso. Dos empujones bastaron para entender que solo quedaba correr, conociendo a Juan tenia la muerte esperando metros adelante, la luz del quinqué era innecesaria para darme cacería, la luna se asomaba en el cielo, mi camisa blanca no era tan difícil de percibir, corrí apresurado por entre los surcos, esquivando cañuelas, volteando agitado, oí el primer disparo, recuerdo que caí, recuerdo el dolor del plomo quemándome la carne, haciendo un esfuerzo sobrehumano me levante de un modo que no imagino, la muerte pisaba mis huellas succionando vida a través de mi espalda agujerada, de nuevo sentí como las balas zumbaban a centímetros de mí, no sé cuantos metros avance, llegue hasta una casucha con las puertas cerradas, la luna plateada ilumino de manera débil el camino que seguí. Recargado en la puerta, con las manos en la espalda y la camisa casi roja por la sangre que mi cuerpo lloraba, mordisqueando el pañuelo oigo las voces de mis hermanos que me buscan, sacudo la cabeza, si solo pudiera quitarme el pañuelo de la boca podría explicarles que soy el hermano que se fue hace años y que volvió para ayudarlos, si solo pudiera……..
Un disparo mas rompió el silencio de la noche, el cuerpo de Miguel se desplomo sobre su costado izquierdo con la cabeza destrozada por el certero disparo de Juan, su cuerpo se movió dos o tres veces, atado y con la boca rellena de un sucio pañuelo rojo, espesa; la sangre resbalaba por su piel formando un charco de coagulo, justo ahí, en la casa que su padre construyo meses después de su partida, la hizo para su hijo por que algo le decía que el tardaría mas en irse que en volver. Días después su camioneta fue vendida por su propio padre en el pueblo más cercano, a cambio de una carreta jalada por dos bueyes y repleta de un montón de hierros retorcidos recibió unos pesos, ese era el negocio familiar, vender los restos de vehículos que ellos mismos se encargaban de convertir en hierros viejos, Miguel fue enterrado en un terreno cercano, ahí reposa, junto a otros desafortunados que tuvieron la desdicha de pasar de noche en esos caminos que solo el viento visita.