HISTORIAS DE MI PADRE

LA IDA A LA CASA DE HUIFA Y EL POZO

En las pocas ocasiones que tuve de conversar con mi padre, recuerdo algunas de sus historias.
Mi padre era campesino y bajaba una vez al mes al pueblo a abastecerse, lo que el llamaba “pedido mensual”. En una ocasión, yo vestida con mi trajecito dos piezas, de taquito y muy bien emperifollada, me lo encontré una tarde, frente al bar que solía el frecuentar, en esos años aun no se perfilaban en el pueblo los restaurantes de hoy y todos los campesinos que acudían al pueblo, tenían una” picá” y la de mi padre era la de” Los Ojitos Lindos”, nombre que caracterizaba a la dueña que tenía unos ojos preciosos.
Me invito a servirme un traguito, me dijo:
- Hija, venga pa’ cá, a servirse un trago con su viejo, no sabe lo orgulloso que estoy de verla así, tan elegantita y bonita.
Mi padre ya andaba medio mareadito, sus ojos azules parecían reírse y la alegría de encontrarme, le afloraba por todos sus poros.
La dueña del local, arregló una mesa un poco más alejada del bullicio general y arreglándose el delantal, anotó en una libretita el pedido.
Mi padre le contó a la Ojitos Lindos, que yo era una de sus hijas menores, que era profesora y que…. En fin, lo veía tan orgulloso y feliz presentándome, que me causaba alegría a mí también.
Y por supuesto, ya avanzada la hora, él se puso a recordar su niñez y se detuvo en este recuerdo.
- "Ay hija, si de nada me arrepiento, gocé mi niñez a mi manera. Recuerdas a mi hermano Armando? Al del bigote negro, ese que llegaba en el caballo alazán, que tenía una montura de cuero puro y espuelas de plata? Bueno, cuando él tenía diecisiete años le gustaba mucho ir a las casas de huifa , donde habían niñas lindas, sobretodo los días viernes, ahí llegaba con platita del trabajo. Se preparaba el bribón, se vestía con lo más elegantito, se afeitaba el rotito y perfumaba hasta los talones. Yo como era tan rechico aún, estaba curioso del lugar al que iba y en una ocasión, cuando lo vi preparándose, le dije que me llevara, o si no, le diría a la mamá. El, para que yo no hablara, me daba monedas, pero esa vez no le acepté, yo quería ir con él. Tanto le insistí, que finalmente cedió,pero me advirtió que no me dejarían entrar, de todas maneras me arreglé también y usé de su perfume, yo iba requete contento.
Cuando llegamos a la casa, que tenía unas puertas de colores, se escuchaba la risa y los cantos de los que estaban en el jolgorio, mi corazón estaba hinchado de contento, iba a conocer a las muchachas de las cuáles tanto hablaba mi hermano con el primo Fermín.
A la entrada, había un farolito con luz muy tenue, una estatua de una mujer desnuda y una mesita. Luego supe que esa mesita era del control de los clientes, ahí se dejaban los objetos peligrosos, en esos tiempos era el revolver, los cortaplumas y navajas.
Mi hermano saludo a un hombrecito que cuando nos vio llegar se acerco y dijo:
- El cabro chico no puede pasar, vos lo sabis Armando, no se permiten menores, así que mándalo pa’ la casa.
- ¿Viste Oscar? Te dije que no te dejarían entrar, así que ándate pa’ la casa, aquí tenís dos monedas.- Me dijo mi hermano, pero yo insistí en esperarlo, la casa quedaba lejitos, así que me daba miedo volver solo. Vi la desesperación de mi hermano por deshacerse de mí, pero yo firme en mi decisión. Finalmente, le dio unas monedas al hombrecito (al cual llamaban campanillero, pues avisaba con una campanilla la llegada de los clientes) para que me cuidara. Ahí me quedé. Luego de un rato, el campanillero que se llamaba Eulogio, me llevó para su pieza, la cual tenía una ventana sin vidrios, por la cual él miraba hacía la entrada del burdel y por la cual también entraba el viento de refilón. Encendió unos carbones en el brasero y se sentó en una silla de mimbre, a mi me acercó un banco pequeño y me acomodó en él. Encendió su pipa de color café y le dio unas chupeteadas, me miró y me dijo:
- ¿Queris probar? Toma, échale unas aspiradas. - Yo le mandé la primera chupeteada, haciéndome el grande, pero hasta ahí me llegó, me vino una tos de los demonios y unas ganas de vomitar, traté de ocultar las molestias causadas para que no me dijera más cabro chico y le mandé la segunda, me contuve, sentía la cara roja e hinchados los cachetes, pero apreté no más. Luego, don Eulogio, sacó de su bolsillo una botella, sorbió dos tragos y se refregó la boca con la mano, la extendió hacia mi y me dijo:
- Ten, hazte hombrecito cabro, tómate un trago.- Me empiné la botella y tragué el líquido que me quemó la garganta, toditas las estrellas del cielo se me presentaron ahí mismo, pero no aflojé y le volvía dar otro sorbo.
Me comencé a sentir muy mal, el tabaco, el olor del carbón y el trago estaban surtiendo su efecto. Como no quería que don Eulogio se diera cuenta, le dije que quería ir al baño, pero lo que deseaba era aire. El hombre me indicó que caminara hasta el final del patio, que ahí estaba el baño. Salí mareado y con unas ganas de vomitar tremendas. Divisé el pozo del agua y me acerqué. Cogí el balde y lo lancé abajo, comencé a subirlo despacio, quería mojarme la cara para refrescarme, el lazo estaba mojado y mis manos pequeñas se resbalaban, lo tironee varias veces y seguía resbalándose de mis manos… ya estaba por llegar con el balde arriba, cuando se me resbala el lazo nuevamente y para no soltarlo me incliné y fue ahí, pasé con balde y todo al fondo del pozo.
Se me pasó lo mareado, las ganas de vomitar, me aferré a un tablón que había y comencé a gritar, pero nadie me escuchaba.
No sé cuanto rato estuve ahí, pero vi pasar a todas las estrellas en lo alto, hasta la luna se asomó a mirarme, pero nadie iba al rescate. De pronto sentí unos pasos y voces… grité con toda mi fuerza y aprecié las carreras. La cabeza de mi hermano se asomó arriba, lo quise tanto en ese momento, a pesar de la oscuridad, podía ver sus ojos brillantes de alegría por encontrarme.
Me sacaron del pozo, me abrigaron y me llevaron a la habitación de una de las muchachas lindas, todas las mujeres pendientes de mi, me abrazaban y hacían cariño, me daban agüitas calientes… me sentía en la gloria, había entrado a la casa prohibida para mi.
Luego de esto, mi hermano fue muy cauto en sus salidas, nadie de nuestra casa supo de esto, guardamos el secreto, pero siempre me daba monedas y me llevaba a pasear a caballo todos los domingos".

- Salud hija, no sabe lo contento que estoy de verla.- Me dijo.
- Salud papá, por estas historias que me cuenta y que usted sabe me encantan. Ahora, ¿Nos vamos? Llamaré un taxi.
- Si hija, váyase usted no más, no se preocupe por mi, aquí esperaré al Fermín que debe estar por llegar. Saludos al recotín del Nano, dígale que le llevaré una gallinita cuando bajé el otro mes.

Me fui feliz a mi casa, sabía que no lo volvería a ver hasta la próxima fecha que bajara del campo, ahí quedó mi padre, esperando a su primo, en su picá, la de Los ojitos Lindos.