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| Hasta que la muerte los separe | |
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Invitado Invitado
| Tema: Hasta que la muerte los separe Sáb Feb 14, 2009 4:44 pm | |
| En este San Valentín, un cuento erótico. Felicidades a todos.
Una mujer me observó insistente durante las dos horas que duró mi conferencia en Dublín. En conjunto ella resultaba agradable a la vista, no la hacía desmerecer su ligero sobrepeso. El elegante traje sastre de color chocolate dejaba al descubierto las rodillas, sin importar la fría época del año; llevaba medias y zapatillas de tacón alto, del mismo color que su traje. En cada ocasión que nuestras miradas se cruzaron la mujer flirteó conmigo, sin importarle la clara diferencia de edades, a simple vista se podía calcular que era veinte o más años mayor que yo.
Concluida la sesión de preguntas y respuestas, tras agradecer a los asistentes su presencia, más por lo insólito de la situación, que por corresponder a su actitud, le sonreí y me dispuse a retirarme. Estaba guardando mis documentos cuando escuché una voz que me decía en perfecto español: ¡Maestro! Antes de girar sobre mi eje para ver quien me llamaba percibí el aroma de “Chanel N° 5”. Una vez vuelto, al ver su cara, me atrajeron sus ojos brillantes y la leve sonrisa que se dibujó en sus labios. Sin embargo, algo no encajaba en aquella mujer, la viveza de la mirada y la candidez de su sonrisa, no correspondían con la cara y el físico que los acompañaban. Ella tendió su mano diciendo: Mariete Magner. Al estrechársela sentí el calor que emitía y la firmeza de su saludo. En la mirada denotaba decisión. Sin soltarme, con voz frágil y tono imperativo me invitó a cenar con ella; rehusé con cortesía, aduje, a manera de disculpa, la necesidad de levantarme temprano al día siguiente para abordar el avión que me regresaría a México. Fue grande mi sorpresa cuando ella, sin importarle mi objeción, se aferró a mi brazo y empezó a caminar.
Me condujo a un discreto “Pub” no lejos de allí. Como es de esperar en una cena irlandesa, iniciamos con ostras, después nos trajeron otro platillo típico, riñones de cerdo; Mariete me informó del nombre, pero al notar que no lo entendía en irlandés, me lo tradujo. Era algo así como “riñones orinados”; al escucharlo solté una carcajada. Así continuó nuestra cena, entre risas y platillos desconocidos para mí. Antes de terminar el postre Mariete me invitó a bailar, nos dirigimos a la pequeña y penumbrosa pista tomados de la mano. Bailar con ella fue una experiencia de adaptación total, tanto física como rítmica. No solamente se acercó a mí, sino que verdaderamente se acopló, como el agua al cuenco, como al aire la vida. Abrazando su generoso talle, al cabo de algunas piezas tuve plena conciencia de toda su anatomía. El ligero sobrepeso que adiviné al verla, ahora se aliaba a mí como secreto cómplice. Acaricié su espalda cuanto pude, mordí sus labios y su cuello varias veces, libé de su boca hasta saciarme.
Regresando a nuestra mesa pedí la cuenta y me sorprendió una vez más, ella había liquidado todo desde el día anterior. Le reclamé cariñosamente pero sin ningún éxito. Salimos del restaurante abrazados y empezamos a caminar. Como mi hotel quedaba a dos cuadras de allí, la conduje en esa dirección. Ahora era yo quien tomaba la iniciativa. La besé en cada portal, en cada resquicio y la encauce hasta mi habitación. Ya allí, cerré la puerta y la abrace con tanta pasión que me asombré a mí mismo. Despacio recorrí su cuello con manos y boca, ella correspondió con besos, caricias y suspiros. Retiré su saco y desabroche la blusa, cada nuevo espacio de piel que se revelaba a mis ojos era sujeto a la adoración de mis labios. Ella continuó despojándose de la blusa y yo me consagré a la concienzuda labor de besar su entre pecho. Despojé sus senos del palacio de encaje en que se guarecían y me deleité observándolos; estaban perdiendo su batalla con la gravedad, pero aún se mantenían firmes. Apliqué toda mi devoción, los lamí, besé y mordí repetidamente, de manera alterna, mientras con las manos acariciaba sus mullidas vastedades. Bajé mis manos por su espalda hasta encontrar el borde de su falda, desabrochándola provoqué que se desmayara a sus pies. Descendí lentamente besando su vientre hasta quedar hincado ante ella. Me ceñí de manera enérgica a su cintura, y al compás de una música imaginaria, recorrí sus nalgas con las manos, marcando el ritmo con mis dedos en su piel. Varios minutos dediqué especial atención a la descubierta superficie de sus muslos, pasando de las medias a la piel, siguiendo el recorrido hasta encontrar nuevamente su cintura, con el único objetivo de iniciar el recorrido en sentido inverso y con la promesa de una nueva ascensión. Deslicé cauteloso la sedosa prenda con que cubría sus glúteos, al dejarla caer escuche como Mariete se sofocaba y noté que sus piernas se separaban ansiosas. Cambié el blanco de mis afanes, mientras mis dedos se abrían paso, mi lengua acariciaba la cerradura, provocando que su excitación se insuflara y dejara el camino franco. Me abrazó con una de sus pantorrillas regalándome su buqué y escancié su solera. Mariete jadeó, con sus manos me aprisionó contra su bajo vientre, al tiempo que se estremecía musitando en su idioma natal. La conduje a la cama y después de desnudarme reinicié mi rito de adorarla. Ahora Mariete también me prodigaba sensaciones, ya no se limitaba a sentirme. Se volvió activa, subió y bajo por mi cuerpo, lo mordió en varias ocasiones, escoció mi piel con sus uñas y se rebozó en mi sudor. La sentí extinguirse repetidas veces y en cada una renació con mayor pasión. Me recibió con avidez y me cubrió de ella. Sus años sufrieron regresiones de las que fui testigo, rejuveneció ante mis ojos varias veces, recupero la sonrisa y agilidad de una colegiala, su piel se tensaba por momentos perdiendo la flacidez de los años y sonreía al mundo con alegría. Los rayos del sol atestiguaron el último brindis de nuestros cuerpos.
A las once de la mañana me despidió a la puerta del aeropuerto con lágrimas en los ojos. Le pedí una vez más que viniera a México conmigo y volvió a contestarme de la misma manera: Pasado mañana se casa mi nieta, tengo que estar con ella, y agregó con un suspiro: además, una mujer debe estar con su marido hasta que la muerte los separe. Enrique Gali. |
| | | Marioes Escritor activo
Cantidad de envíos : 4307 Fecha de nacimiento : 23/02/1957 Edad : 67 Localización : Uruguay Fecha de inscripción : 14/03/2008
RECONOCIMIENTOS Mención: - a la excelencia en sus comentarios Mención: - por sus Aportes a Letras y Algo Más Premios: 1º Lugar en Concurso Honrando a la poesía 2012- 2º Lugar en Concursos Letras y Algo Más
| Tema: Re: Hasta que la muerte los separe Dom Feb 15, 2009 11:15 pm | |
| Una buena historia,me gusta como llevas el hilo de la historia,su desarrollo y un final,perfecto. Buen texto,un caso que no distaría mucho de la realidad. Un saludo _________________ En busca de la Fortuna. Marioes.
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| | | Invitado Invitado
| Tema: Re: Hasta que la muerte los separe Lun Feb 16, 2009 12:26 am | |
| Gracias amigo. Es un cuento en el que trato de mostrar que la edad no cuenta. |
| | | Etelsaga ADMINISTRADOR
Cantidad de envíos : 15488 Localización : Cali, Colombia Fecha de inscripción : 12/03/2008
RECONOCIMIENTOS Mención: - A la excelencia en sus comentarios Mención: - por sus Aportes a Letras y Algo Más Premios: 1º y 3º Lugar en Concursos de Letras y Algo Más
| Tema: Re: Hasta que la muerte los separe Lun Feb 16, 2009 6:17 pm | |
| Claro que la edad no cuenta para nada. Al contrario, existe mucha más madurez para el amor... Entretienes al lector de una manera viva, detallas muy bien la situación dándole un toque de claridad tal que uno, no logra perderse. Es como un hilo por donde se comienza hasta que se llega al final. Muy agradable tu forma de escribir. Mis felicitaciones... _________________ La alegría se multiplica cuando la dividimos... Richard Bach....
Te invitamos a que dejes comentarios en los post de tus compañeros. Al igual que tú, también ellos merecen ser comentados. Gracias
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| Tema: Re: Hasta que la muerte los separe | |
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| | | | Hasta que la muerte los separe | |
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