EL PRÍNCIPE SALVAJE Y EL PRÍNCIPE MÍSTICO
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por Alejandra Correas Vázquez
EGIPTO – siglo XIV A.C.
La comitiva que traía hacia el río Nilo al futuro Faraón de Egipto, el príncipe ario Zananza, avanzaba por los caminos al son de laúdes y tambores. Guirnaldas de flores cubrían las poblaciones que lo recibían a su paso. Todos los habitantes del imperio egipcio en la media luna fértil, asomábanse con asombro para verlo pasar. Era el enemigo en su propia casa, y en su trono faraónico.
Zananza era un príncipe salvaje de las hordas hititas que asolaban el medio oriente en el siglo XIV a.C. Pertenecía a la nación aria invasora (Hatti) que hallábase ahora a las puertas de la nación egipcia, sitiada por ellos.... Arrogante y espléndido. Muy blanco y rubio con luminosos ojos celestes, exhibía ese vigor primitivo de su robustez indoaria, de su raza nueva y llena de empuje. Este príncipe contemplaba todo con sumo asombro. El protocolo era desconocido para él, y los alambicados orientales brindábanle sus honores como futuro rey y amo, del hasta entonces dos veces milenario Egipto. Una nación muy antigua que aún viviría mil años más de esplendor... hasta Cleopatra.
La gracia de las doncellas vestidas de tules transparentes, que dejaban translucir sus espigadas figuras, preparaban al rudo guerrero para los refinamientos que más tarde recibiría. Rociaban con perfumes sus cabellos de oro desordenados. Friccionaban su cuerpo blanquísimo, que nunca fuera bañado hasta entonces, con paños humedecidos en esencias. Acicalaban sus sudores propios de un caballerango, con toda clase de aromas. Zananza, quien nunca conoció antes estas sutilezas, sometíase a ellas viéndolas danzar en torno suyo. La caravana iba además escoltada por soldados hititas.
¡Pero estaba ansioso de ver a su futura reina y esposa! Quien era nada menos que a la hija de Akhenatón y Nefertiti, recientemente viuda de Tutankamón.
Los cortesanos egipcios cambiáronle su tosco ropaje de pieles que él trajera, por el fino lino muy blanco del Nilo. Lucía hermoso. El príncipe salvaje no podía comunicarse con ellos, por más que lo deseara, pues su lengua germánica era muy distinta a la “copta” de los egipcios. Pero viéndose tan halagado por todos esperaba aprenderla, para hablar con sus futuros súbditos. Zananza hablaba un alemán casi clásico (confirmado por la arqueología), que los hititas aprendieron a escribir durante sus correrías por medio oriente, con letras fenicias cuneiformes. La Biblia les llamó “heteos”, Urías Heteo (esposo de Betsabé) y el gigante Goliat eran hititas (lo que indica la altura notable de ellos). Ambos se hallan en la historia del rey David.
Este príncipe salvaje sabía muy bien (pues había hablado previamente con su padre el conquistador hitita Shupiliuluma, hombre rudo pero talentoso) que el faraón Amenhotep III —abuelo de su futura esposa— fue su gran amigo, y que juntos habían celebrado un pacto de paz ante la presencia del Dios Nerik “Dios hitita de la Tormentas”, el Thor hitita. Pero su hijo Akhenatón, sucesor de Amenhotep III, un pacifista a ultranza, y también un monoteísta a ultranza, negaba a todos los dioses y en especial la existencia del cruel Nerik, que se contraponía a su monoteísmo solar. Por ello Shupiluliuma, indignado, desbordó con sus hordas salvajes las fronteras del imperio egipcio oriental, para vengar este agravio. El general Horemheb, gran gendarme de Akhenatón, hacía todo lo posible para detenerlo. Sin mucho éxito.
Los hititas eran por otra parte, muy paganos, y debido a esto adoptaban a todos los dioses que encontraban en los países que ellos mismos invadían, en una “confusa mezcla” según la opinión de expertos. Como algo muy curioso, no respetaban sus poblaciones ni sus construcciones, pero se postraban ante sus dioses. Debido a ello no aceptaron el “Monoteísmo” de Akhenatón.
Pero la ideología “atonista” de Akhenatón y Nefertiti había llegado a su fin (en gran medida provocado por Shupiluliuma y su avance guerrero) con todo su mensaje de panhumanismo, paz, amor e igualdad entre las razas y los hombres ¡Y Monoteísmo! De este modo le sucedió oficialmente en el Faraonato el débil Tutankamón, un rey títere que murió misteriosamente con 18 años ... en forma demasiado oportuna. Tiene una escara en el rostro que evidencia la picadura de un reptil, su momia no cumplió los dos meses de embalsamamiento, y en su tumba —que no le estaba destinada— ¡Se escondió (o almacenó) el más grande tesoro de los egipcios!
Entonces sucedió el milagro ...La gran sorpresa para los bárbaros... Llegó a manos del jefe invasor Shupiliuluma una carta de la propia viuda de Tutankamón, la hija de Akhenatón, con una solicitud increíble: deseaba casarse con un príncipe hitita. Era en realidad el gobierno egipcio (derrotado) quien proponía al vencedor coronar a un hijo suyo como Faraón. Pero el gran jefe de la horda salvaje no confió en esta misiva, ordenando de inmediato a sus emisarios que fueran allá para ratificarla, quienes regresaron confirmando el pedido de la “heredera real” de Egipto.
Sorprendido, pero orgulloso, Shupiliuluma envió hacia la tierra del Nilo a su vástago favorito: el príncipe Zananza, su mano derecha en todas las lides invasoras, para recibir la corona faraónica. Un príncipe salvaje y primitivo como eran todos los hititas. Como fueron después los bárbaros que invadieron Roma.
Como Genserico, Alarico y Ataúlfo. Pues los arios al entrar en la escena humana, esta raza que es el ejemplo de avance y progreso en tiempos actuales, ellos, los muy blancos arios, eran en su amanecer ¡salvajes! Y atrasados. Tanto en Egipto cono en la India. El arqueólogo escocés Stuart Pigott demuestra el alto grado de destrucción y atraso que provocaron los arios al entrar en la India destruyendo la civilización del Valle del Indo (Mohengo-Daro y Harappa) por las mismas fechas. Y algo les queda todavía de salvajismo como se vio en Vietnam, Hiroshima, Irak, Libia y Afganistán.
Este pedido de la reina egipcia era la desesperación transformada en súplica de paz. Es todo el Egipto Faraónico que ha llegado al extremo máximo de su impotencia frente al salvaje. Civilización y Barbarie. Y civilizar al bárbaro parecióles la mejor alternativa. El rey bárbaro Shupiluliuma (nos cuenta su hijo Murshil) no creyó de inmediato en semejante misiva de la reina viuda. Pero sus embajadores fueron hasta Egipto y lo convencieron de que el pedido era auténtico.
Ya sabemos que los pueblos antiguos (como aún sucede con los judíos y gitanos) consideran sólo la herencia uterina. La mujer transmite la raza, y con más acentuación se conoce este sistema entre Faraones e Incas, donde además para más seguridad se practicaba el “incesto real”. Los propios Ptolomeos que eran griegos (país donde estaba prohibido el incesto) para ser Faraones de Egipto debieron adoptarlo. Fueron macedonios de herencia uterina., casados con sus hermanas.
No cabe duda de que la reina viuda de 18 años (de nombre Ankh-Sa-Atón) siendo la hija de Akhenatón y Nefertiti, transmitiría por medio de su útero la sangre real, no importaba quién fuese el padre. Pues el padre de la criatura nunca es determinante en estos casos de herencia racial. La ley faraónica se cumplía con ello. Además, con vástago o sin él, todo Faraón o Inca debía casarse con la Princesa Real para gobernar.
¡Pero no sería así! Al tocar suelo egipcio una partida militar asaltó la caravana y asesinó al futuro faraón ario... Zananza.
Allí en el terraplén quedaron tendidos en el suelo sus cabellos de oro que admiraban las odaliscas. Sus ojos celestes que ya no vieron más. Las bellas orientales con sus gasas transparentes. Los laúdes y sus músicos. La escolta de soldados hititas.
Todos sabemos que cuando hay un atentado de esta naturaleza política, nunca se dejan testigos. Los laúdes, las doncellas orientales, los partidarios y los enemigos por igual, son todos víctimas. Pues como se dice en las tradiciones criollas gauchas argentinas “se pasa a degüello”. Todos los autores ven en este suceso la mano del general Horemheb ¡No había este patriota luchado tantos años contra los hititas para ser ahora traicionado por los políticos egipcios, a sus espaldas, de una forma tan ofensiva! ...Pero la contestación no se hizo esperar y Shupiliuluma, el padre desesperado y furioso, invadió Egipto.
¡Pero lo detuvo La Peste!... que diezmó a sus tropas hititas y terminó con su propia vida. Los bárbaros al retornar enfermos a su país transmitieron la peste a toda la nación, que iba a necesitar un siglo completo para recuperarse. Aunque recién después de cinco faraones más, en la próxima dinastía egipcia con Ramsés. Pero esta peste providencial tiene su propio argumento. Como los tiempos se hallan encuadrados dentro del período posible del Exodo (al que no se llega a dar aún una definición exacta de fecha y se proponen tres) muchos analistas la comparan con las hazañas de Moisés y sus plagas. O sea, hay dos documentos que hablan de ella, de esta peste fulminante (que ocultaron los egipcios) descripta en el documento bíblico y el documento hitita.
Murshil —el sucesor de Shupiluliuma— nos entrega el extenso relato, que se conoce actualmente. Murshil fue un emperador-poeta hitita, al que se considera el primer pensador de los pueblos arios. Su poesía es la primera de esta raza nueva. La gran tragedia que vive su pueblo atacado por la peste, fue provocada según él, por los pecados de su padre que había faltado a su juramento frente al Dios Nerik, de no atacar Egipto. Este hecho hizo de él, ante el dolor, el primer escritor que dio la raza aria al comienzo de su carrera histórica. Además, habla de “pecado”, tema desconocido en el antiguo oriente.
Murshil era dueño de una lírica personal y dramática, que ha sido comparada por su intensidad a las páginas del Libro de Job. Su palabra es clara, convincente y ordenada. Es una personalidad preocupada por la vida humana y su destino. Se plantea el castigo divino por la culpa, y la expiación que deben cumplir los hombres. Su concepto místico ha sido comparado sucesivas veces con trozos bíblicos. Como también con los conceptos de la iglesia cristiana.
Aquí está la transcripción de uno de sus poemas:
¡Oh tú, Nerik, Señor mío!
¡Dios hitita de las Tormentas!
¡Y vosotros Dioses que estáis por encima de mí!
Así es : Todos pecamos
Y también pecó mi padre que infringió las órdenes,
De mi Señor... ¡El Dios hitita de las Tormentas!
Yo no he cometido pecado alguno,
Pero los pecados del padre caen sobre la cabeza del hijo
De modo que sobre mí ha caído el pecado de mi padre.
Yo lo he confesado ahora :
Al Dios hitita de las Tormentas, mi Señor,
Y a los Dioses, mis Señores.
Así es : Nosotros pecamos
Y como he confesado la culpa de mi padre,
Que se aplaque la ira del Dios de las Tormentas.
Y de los Dioses que están por encima de mí.
¡Sed benévolos con vuestro humilde servidor!
¡Y ahuyentad la peste del país de Hatti!
Me presentaré ante vosotros ... ¡Oh Dioses!
Y como os elevo mis humildes preces
¡Atended mi ruego!
Puesto que no he cometido pecado alguno...
En cuanto a los que pecaron y faltaron
Ya no queda ninguno : Hace tiempo que murieron...
Y porque debo soportar las consecuencias
De lo que mi padre hizo, quiero ofreceros sacrificios
¡Oh Dioses, Señores míos!
A causa de la peste que asola el país de Hatti.
¡Quitadme este dolor que mi corazón siente!
¡Libradme del miedo que embarga mi alma!
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Mientras Murshil escribía estas sentidas páginas, en Egipto, el general Horemheb asumía como Faraón, casándose con la hija de Akhenatón. No tuvieron hijos ni sucesores. Más de treinta años después cambiaba la dinastía, con una familia nueva, la Ramesida.
Con la hija de Akhenatón y Nefertiti se extinguió la Dinastía XVIII, la familia más destacada y notable de faraones que el Egipto había conocido. Este país nunca llegaría al mismo nivel de jerarquía.
Tampoco los sucesores de Murshil, ya más civilizados, repetirían las hazañas victoriosas y saqueadoras de Shupiliuluma. A pesar de vencer a Ramsés II en Kadesh (un siglo posterior), fue este triunfo en verdad el “canto del cisne” para Hatti. Su despedida. El imaginario colectivo actual, con intereses turísticos, ha hecho de esta derrota egipcia una novela, cuando en realidad no tuvo importancia histórica para los egipcios, ya que dicha batalla se dio en el Medio Oriente y lejos del Nilo, donde Ramsés acudió a solicitud de sus aliados orientales. Pues los hititas nunca más se atrevieron a poner un pie en tierras del Nilo. Como un “tabú” dado que ellos eran muy religiosos.
Muy poco después fueron devastados por los “pueblos del mar” en tiempos del faraonato de Ramsés III. Quien en cambio, sí venció a estos invasores navegantes, tomándolos cautivos. Como una tragedia prevista por Murshil, los hititas son barridos de la historia sin dejar huellas por estos conquistadores marinos, y sólo serán recordados en la Biblia en tiempos del rey David, como sus soldados.
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