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BELLA BOHEMIA CON ROMILIO POETA INDIO
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Como muchos teatros antiguos, de modelo europeo, nuestro “Rivera Indarte” cordobés (Argentina) posee en el piso superior una serie de departamentos luminosos, completos, muy espaciosos, cocina amplia, salas de ensayo, donde antaño se alojaban las compañías operísticas. Una posada para artistas invitados.
Fue el Rivera un teatro construido a todo lujo dedicado a la Opera, de modo que sus características responden más a ella que al Ballet (actividad que se desarrolla más ahora). Y esas elevadas salas del último piso estaban destinadas a los gorjeos de ensayo de las “primas donnas”. Mientras que la escuela de ballet tiene su lugar propio en los pisos bajos, dado que nadie se queja con ella de “ruidos molestos”.
En aquellos años de su inauguración hacia la antepenúltima década del Siglo XIX, no había aún servicio de hotelería en la ciudad argentina de Córdoba (puramente universitaria en ese tiempo) por lo cual se proyectaron esas amplias dependencias para recibir allí, compañías teatrales. O era un hábito muy europeo. Lo cierto es que nuestra posada del piso último en el Teatro Rivera Indarte, ha alojado a toda clase de huéspedes durante el reciente Siglo XX, menos a compañías teatrales.
Cuando yo la conocí por dentro –admirando su silencio en medio de la urbe que la rodea– se hospedaba en ella mi hermano indio, mi amigo del alma, Romilio Riberos. Un poeta indio. Romilio tenía allí su atelier, sus libros, sus sueños, su escritorio, su vanguardia, sus pensamientos, sus saraos, su vida intelectual... Y a nosotros : sus innumerables amigos de la bohemia citadina para quienes él representaba un eje de convergencia. Gozábamos allí a su lado, atraídos por su magnetismo personal, contemplando a la ciudad desde los inmensos ventanales en aquella cúpula enorme y elevada del Rivera Indarte.
La condición para acceder a ella era estar bien vestido, pulcro, ya que su puerta de acceso es la misma del teatro. Para luego subir jadeante las inacabables y pesadas escaleras de mármol blanco, cuyo esfuerzo es casi andinista. Hay que ser un escalador serrano como él que procedía del propio cerro “Uritorco”, con su porte alto y atlético, para lograr realizarlo sin fatiga, a zancadas, varias veces al día.
Había que ingresar antes que el Rivera se cerrara de noche, ya que luego no se podía salir de allí, pues una guardia policial lo impedía. Creo que esto determinó en sus comienzos la vida noctámbula de Romilio con continuidad hasta la madrugada. Y se logró con ello, concretar la delicia intelectual de una parte viva y sonriente en ese alegre Aureum Otium, que muchos compartimos con él (sin saber que lo perderíamos de pronto y en pleno vigor juvenil).
En hermosas carteras o envueltas en abrigos elegantes, escondíamos botellas de vino, empanadas, tamales, sánguches, canapés o tortas... Y llegábamos jadeantes para disfrutar allá arriba de una velada interminable hasta el amanecer. El sol visto desde sus ventanales, ocultábase mostrando el color ocre de la sierra teñida de rojo, para volver a aparecer en rosado por el lado opuesto. Isis y Neftis, las dos diosas gemelas egipcias que despiden (Neftis) y reciben (Isis) al sol, luciendo sus trajes rosados de poniente y naciente, cautivaban nuestra visión de artistas coloristas.
Todo ese tiempo habíamos leído poesía, comentado ensayos literarios, analizado la tarea de artes plásticas presente y pasada, escuchado a concertistas jóvenes y noveles que aún no tenían acceso a participar en la gran sala. Y creo que en conjunto, en ese “privé” competíamos con gran éxito, con todos los eventos que acontecían abajo en el escenario.
Creo que en aquellos días todos nosotros, los contertulios de Romilio, nos sentíamos verdaderos habitantes del teatro Rivera Indarte. Y debido a ello comenzamos a compartir la historia, las anécdotas y las penurias del edificio. Se apagaban las luces, se enrollaban los pesados cortinados color granate, se guardaban los telones... y nosotros descendíamos al sótano siniestro penetrando en la trastienda teatral, donde se ocultan los fantasmas míticos del Rivera.
Y allí comenzaban a desfilar “ellos” ante nosotros : El caballero vestido de gala que transita siempre por el teatro vacío. O los tiesos fantasmas que asisten a las representaciones sin aplaudir, vistos desde los palcos del frente (pero cuando se accede al de ellos, ese palco está vacío). El acomodador entra disgustado a reclamarles el boleto... y por cierto, no los encuentra pues no existen. El fantasma de la escoba limpia sin cesar toda la noche y no barre nada. Figuras blancas y nocturnas, bailan en la soledad del teatro vacío, deslizándose por el escenario a obscuras...
Ángeles o Demonios, visiones danzantes o duendes llegados en los vestuarios de trouppes visitantes, que han decidido quedarse para siempre, en el Rivera.
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Alejandra Correas Vázquez
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