EL RELATO DE LA ANCIANA
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Alejandra Correas Vázquez
La Anciana entrelazaba hojas de otoño con champa fresca. La encontramos a la entrada de su vivienda y le preguntamos por qué estaba asomada siempre sobre el camino, cuando la luz de su estrella podía penetrarla en el sitio más apartado.
Fue entonces cuando escuchamos su relato indefinido:
“El llegó hace tiempo. Su ignorancia lo trajo hasta mí.”
“Me extendió su mano derecha, eché sobre ella mi aliento y de inmediato levantóse la piel de la palma. Me expuso la otra mano y mi nuevo aliento le abrió un ancha herida por donde brotó sangre que rodó hasta el suelo.”
“Dirigí entonces sus pasos hasta la entrada y le mostré el camino por donde había llegado. Hícele observar el trayecto largo que nos separaba de su lugar de partida, y le mostré el atajo que lo llevó a mi encuentro.”
“Esa diferencia estaba sellada en la llaga de sus manos. Comprendiéndome, se alejó nuevamente hasta el punto del desvío. Desde entonces lo espero.”
Luego la Anciana hizo silencio. Mientras su frente de vieja sabiduría continuaba esperando a Aquél que avanzaba hacia ella, por la recta natural de su camino. Sin la prisa errada de la impaciencia.
Perdió entonces Ella para nosotros el rostro, y sólo fue una hoja de un libro que contenía signos antiguos y futuros que no nos estaban destinados. Pudimos haberlos tomados y arrebatado, pero preferimos seguir andando pasivamente… sin volver a interrogarla.
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