UNA DURA GUERRA: YO CONTRA MÍ.
En mi opinión, la relación con uno mismo se convierte demasiadas veces en una guerra sin respeto –y, además, totalmente innecesaria-, en un malestar en que a uno le apetece huir de sí mismo, en un auto-enfado de difícil solución, o en un pesimismo y una tristeza que enturbian la vida y el trato que uno tiene consigo mismo. Trato que ha de ser siempre amable y respetuoso –por lo menos- y que puede y debe alcanzar una calidad óptima, donde el Amor Propio, la Autoestima y un buen Autoconcepto ocupen un lugar destacado.
En cambio –en un mal cambio- nos tratamos irrespetuosamente y hasta llega a parecernos que hacerlo es algo “normal”. Nos tratamos como no nos permitiríamos tratar a otras personas.
La injusticia, la falta de auto-respeto y el desequilibrio en nuestra dignidad, permiten que se produzcan esas situaciones, reprochables del todo, en que uno se insulta, se menosprecia o se desprecia, se humilla, se enoja y se llena de ira… enturbiando una relación en la que la premisa debiera ser preservarse, ponerse a salvo de todos y, por supuesto, también de uno mismo.
Si uno se pone a buscar, sin duda encontrará motivos para sentirse decepcionado consigo mismo por alguno o algunos motivos. El hecho de tener que afrontar toda una vida y sus circunstancias sin estar preparado expresamente para ello, nos lleva a tomar decisiones que demuestran después no ser las más adecuadas. Se necesita una gran cantidad de comprensión, de perdón, de paciencia, de respeto, y de cuidado, para no caer en la mala costumbre del auto-reproche y el posterior auto-enfado. Actuar así es una pataleta infantil. Un adulto ha de manejar este asunto de otro modo.
Un adulto comprueba el resultado indeseado, analiza lo que ha sucedido para que no sea correcto, y toma nota para no volver a repetirlo. Y nada más. En cambio, uno se auto-exige como si fuese perfecto y lo supiese todo… y ni es perfecto ni lo sabe todo.
Cuando uno se equivoca no necesita guerrear contra sí mismo sino todo lo contrario: reconciliarse, acogerse, abrazarse, proporcionarse consuelo. Acompañarse con más atención. Darse ánimos.
Yo contra mí. Esta actitud no tiene sentido y es contraproducente. Absurda. Negativa. Inútil. El principio básico en esto de vivir es amarse uno mismo, a pesar de los errores, las decepciones, las dudas, los miedos, los sueños rotos, la tristeza, y ese no saber bien las cosas que nos domina tantas veces. Yo contra mí es la peor y más improductiva guerra.
Tal vez el sentido sea aprender a llevarse bien con este torpe que somos, con este ser cargado de buena voluntad que a veces estropea alguna cosa, y aceptar que uno no es ni será nunca perfecto, y que en la vida no se busca el éxito ni la perfección sino la unión consigo mismo partiendo de una aceptación incondicional. Se dice que a los hijos se les ama y se les perdona todo. ¿Por qué no aplicas este mismo criterio para contigo mismo?
Será bueno convertir la relación con uno mismo en un trato amable y cariñoso y no en una guerra sin final.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
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