A CARTA DE ARISTEO
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por José Alvarez López
Hay que recordar el origen histórico de la primera versión griega de la Biblia, la llamada “Biblia de los Setenta” o más escuetamente “La Setenta”. Se llama así en recuerdo de los supuestos setenta traductores enviados a Alejandría por el Sumo Sacerdote Eleazar de Jerusalem, a pedido de Ptolomeo Filadelfo.
Flavio Josefo dice en Antigüedades Judías que deseando Filadelfo poseer en la Biblioteca de Alejandría también una muestra de la sabiduría judía y aconsejado por su bibliotecario Demetrios Faleros, hizo ricos presentes a Eleazar, Sumo Sacerdote de Jerusalem, quien era el “Nasi” o sea jefe del Sanedrín (el Sanedrín estaba a su vez compuesto de setenta sacerdotes) del cual obtuvo el envío de setenta eruditos para que en Alejandría tradujeran los libros sagrados hebreos –La Thorá– y quedara así incluída entre los libros (papiros) de la famosa Biblioteca de Alejandría.
Según Josefo las comunidades judías de Egipto llegadas allí antaño como tropas de Alejandro Magno, habían prosperado en la Tebaida, Alejandría, Heliópolis y Cirene, haciendo circular numerosas Biblias apócrifas que ofrecían entre sí muchas contradicciones. Las cuales, a pesar de sus fallas, circulaban en Alejandría y esto es lo que se interesó en corregir el bibliotecario Demetrios aconsejando a su rey solicitar al Sanedrín de Jerusalem la versión original de las escrituras sagradas hebreas.
En otro documento, la llamada “Carta de Aristeo”, leemos que este personaje –Aristeo– era un judío alejandrino que ocupaba un lugar prominente dentro del gobierno de Ptolomeo, siendo por ello mismo enviado como embajador del rey egipcio a Jerusalem. Es así como el judío helenizado Aristeo describe toda la pompa que rodea a Eleazar en el templo y la gran fiesta con que es recibida la embajada egipcia que él encabeza. Luego finaliza relatando un diálogo de estilo socrático entre Ptolomeo Filadelfo y los setenta y dos enviados (se agregan dos más en esta carta), donde el erudito monarca consulta sobre el arte de gobernar a estos sabios judíos elegidos por Eleazar.
Cabe destacar el número “setenta y dos” (seis docenas) empleado por Aristeo en lugar de los “setenta” como más ajustado a la tradición duodecimal de la historia hebrea. Además que Aristeo fue testigo presencial de aquel momento histórico.
Se cumplió lo convenido, los setenta y dos traductores viajaron con Aristeo y estuvieron un largo tiempo en Alejandría; y así quedó confeccionada la más antigua versión escrita de la Biblia.
De ella surgieron, por traducción, las otras versiones : por ejemplo, la traducción latina de San Jerónimo llamada la “Vulgata” por ser el latín una lengua vulgar y no erudita como el griego. De esta versión latina derivan las ediciones europeas que nosotros leemos.
Se ha dicho que fueron setenta traductores. Modernamente una traducción bíblica es efectuada por un solo traductor. Las decenas de modernas traducciones de la Biblia : la traducción de Casiodoro de Reyna (en castellano antiguo), la traducción de Cipriano de Valera (en castellano Siglo de Oro), o la traducción de Luthero en alemán, o la “King James Version” (la traducción de Jacobo Estuardo) de los ingleses, la argentina en castellano de Straubinger, etc. son todas traducciones unipersonales. ¿Por qué antiguamente hacían falta setenta y dos personas para lograr lo que modernamente hace una sola? La explicación es tan simple que sorprende no haya sido presentada con anterioridad.
Los setenta y dos traductores eran en realidad las setenta y dos personas que se necesitaban para tener en la memoria toda la Biblia. Modernamente no creo que lo hubiéramos hecho con menos de setenta y dos memoristas. Es, pues, el número de personas necesarias para el mantenimiento de la tradición oral de toda la Thorá.
Si pensamos que esta situación de la Biblia como tradición oral es única, tal vez podríamos encontrar algún reparo a la tesis. Pero, por el contrario, la tradición oral es un hecho general de todas las civilizaciones y culturas antiguas y particularmente de los hebreos que sostienen la jerarquía de la tradición oral. Al respecto se conocen numerosas situaciones culturales equivalentes que nos muestran una extraña, para nosotros, proclividad de los antiguos por la tradición oral. Como esta actitud resulta insólita para nosotros, no se le ha prestado la debida atención, pero los hechos conocidos son tan numerosos que obligarían a escribir un tratado para incluirlos a todos. Por ello me limitaré a unos pocos ejemplos, bien claros por otra parte.
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