LAS PREGUNTAS INCÓMODAS QUE TRATAMOS DE ELUDIR
En mi opinión, a veces se nos cuelan en el pensamiento algunas preguntas muy directas, muy claras, y muy firmes en la exigencia de una respuesta veraz. Eso nos requiere tal implicación y esfuerzo y tan duro encuentro con una realidad que no nos gusta, que tratamos de eludirlas de todas las maneras posibles, preferiblemente intentando borrarlas o mandándolas al olvido y poniendo en su lugar otras cosas más amables en la que pensar.
No siempre son preguntas trascendentales que nos enfrenten a nuestra ignorancia en esos asuntos; más bien son preguntas que tienen que ver con nosotros mismos, con nuestras actuaciones, nuestras mentiras, con reclamaciones que nos hemos hecho ya mil veces y seguimos sin atenderlas tal como se merecen.
A veces no hay nada más ingrato que la verdad. A veces es imposible maquillarla y aceptarla cuesta mucho porque es inaguantable; resulta mejor eludirla y quedarse con una mentira que sea más amable y digerible.
En más de una ocasión nos sorprendemos haciendo cosas de las cuales nos abochornamos y arrepentimos, y deseamos que nadie se entere de ello porque eso nos hundiría; a veces nos sorprendemos con unos pensamientos que nos escandalizan por su osadía o su desvergüenza; a veces nos pillamos eludiendo algo de lo que nuestra conciencia nos impone, o algo que el Amor Propio no desea que hagamos, o bien hacemos cosas que se salen y alejan de nuestros principios éticos de vida. De esto no se libra nadie.
Entonces, en esas situaciones, nos surge una voz que no se calla la verdad y nos la suelta a bocajarro, y por eso decidimos, cobardemente, que es mejor no enfrentarnos a nosotros mismos y optamos por escapar del modo que podamos.
Si decido que quiero cambiar algo en mi vida, y como sé que no lo voy a cumplir, y que no cumplirlo conlleva aparejada una sarta de reproches, y que no cumplirlo va a mermar mi Autoestima, tomo la irresponsable decisión de NO ESCUCHARME, de evitar esa propuesta personal cuya realización sería de mi agrado, y me quedo como estoy. “Virgencita, que me quede como estoy”, se dice cuando uno teme que lo que venga puede ser peor.
¿Y qué es lo peor que puede pasar si uno se hace preguntas sobre sí mismo y las respuestas no gustan? Lo peor es, tal vez, que uno se lleve un disgusto y se sienta incómodo con ese descubrimiento, pero, a estas ya lo sabemos, “descubrir” es destapar y poner a la vista algo que YA EXISTÍA; no es que al descubrirlo se cree, sino que ya estaba pero uno acaba de ser consciente, ya sin excusas, de lo que hay.
Lo mejor que tienen los descubrimientos, por muy ingratos que sean, es que al darnos cuenta podemos poner en marcha los mecanismos necesarios para resolverlo. Descubrir un algo que no nos gusta de nosotros debería ser motivo de alegría y no de frustración. Descubrirlo abre la oportunidad de resolverlo.
Las preguntas incómodas merecen nuestra atención y no nuestra huída, pues la búsqueda de la respuesta es la búsqueda de la solución.
Partamos del hecho ya sabido de que NO somos perfectos, así que cualquier cosa ingrata que encontremos, cualquiera, es una manifestación de nuestra imperfección, o sea de nuestra Humanidad. Y no hay que avergonzarse por lo que aparezca ya que ni siquiera merece un reproche: lo que merece es la intervención necesaria para modificarlo.
A esas preguntas no hay que temerlas. Hay que atenderlas con atención y dedicación. Hay que cuidarlas: nos ponen a la vista los conflictos interiores.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
Si le ha gustado este artículo ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. Gracias.