HAZTE MUCHAS PREGUNTAS
En mi opinión, la persona se conoce mejor cuando se atreve a responder esas preguntas incómodas, duras o dolorosas, que uno trata de eludir cuando se presentan porque sabe que tras ellas, y antes de las ansiadas respuestas, van a aparecer algunos reproches, tal vez arrepentimientos, posiblemente penas, y una retahíla de sentimientos desagradables que no van a gustar.
Todos guardamos preguntas sin responder. A veces se nos presentan de improviso y tratamos de despacharlas con un “no lo sé” que de algún modo nos consuela porque nos auto-engañamos haciéndonos creer que lo hemos intentado, que hemos indagado y buscado, pero no hemos encontrado la respuesta. Mentira.
Ese auto-engaño es perjudicial. Se supone que estamos en esta vida para aprender. Se supone que el proceso de auto-conocimiento es la mejor herramienta para incrementar y afianzar la relación con nosotros, porque nos es útil para descubrir lo que aún no conocemos o aquello que hacemos pero nos gustaría que fuese de otro modo y para ello se requiere un cambio o una modificación.
Eludir las preguntas que surgen de nuestro interior con fuerza y con exigencia de una respuesta veraz es maligno. No se ha de evitar ningún tipo de preguntas, ni siquiera las que aparentan ser más leves o menos importantes, porque si han surgido es porque algo dentro de nosotros tiene necesidad de una aclaración y no atenderlas es otro auto-engaño.
Elimina el miedo a no encontrar respuestas. En mi caso, he comprobado que cuando me hago alguna de esas preguntas trascendentes, o cuando busco alguna solución a un problema, no adelanto mucho si me obsesiono con encontrar la respuesta inmediatamente, porque descubro que me quedo enganchado a una respuesta -cualquiera que me vaya más o menos bien- y no soy capaz de dejarla a un lado y seguir a la búsqueda de otra y por otro camino. Algo dentro de mí me sugiere que me conforme con esa respuesta al mismo tiempo que otro algo deja clara su disconformidad y me empuja a seguir buscando la buena.
Dejo que la pregunta recorra mi interior al ritmo que considere, o que se tumbe en la parte más mullida de la mente y espere a que sea el momento del encuentro con la respuesta. No trato de urgir una contestación a mi duda, salvo que sea un asunto que requiera una solución inmediata. Respeto una norma en la que creo firmemente: no busco soluciones ni tomo decisiones cuando estoy eufórico o cuando estoy pesimista. Cualquiera de los dos estados anula la objetividad que es necesaria y lo tiñen todo del color con que uno vea las cosas en ese momento y la realidad no es tan maravillosa como la ve el eufórico ni tan deprimente como la ve el pesimista.
A veces las preguntas necesitan un tiempo para aposentarse o para ser asumidas, comprendidas realmente, o modificadas para que expresen correctamente lo que uno quiere conocer, o para encontrar a quien esté capacitado y le corresponda responder. A veces le hacemos al corazón preguntas que le corresponden a la mente, o viceversa. En ocasiones la respuesta nos viene de fuera en forma de una conversación casual, de una frase en un libro o de un anuncio en la televisión.
Y hay respuestas que no estamos preparados para comprender, reconocer, asumir, aceptar… así que hay que esperar pacientemente el día que ellas consideren que es el momento adecuado para manifestarse; es por eso que a veces nos aparece de golpe una respuesta firme a una pregunta que todavía no era más que un esbozo… y, para quien está atento a su vida –si tiene el Yo Observador activado- hasta es posible que aparezca la respuesta antes que la pregunta.
Como cada persona y cada mente son distintas, la recomendación es hacerse todas las preguntas que uno se imagine, sobre todas las dudas que uno tenga, de todo aquello que le gustaría conocer, y que les dé preponderancia –en el modo que mejor le vaya- porque la mejor forma de saber es preguntar.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
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