CONVIVIR CON NUESTROS DEMONIOS
En mi opinión, estamos destinados a convivir con nuestros demonios, entendiendo por demonios todas aquellas cosas importantes que no son de nuestro agrado pero nos configuran o nos pertenecen.
Es inevitable arrastrar durante mucho tiempo –aunque vayamos deshaciéndonos poco a poco de ese lastre- la desazón por aquellos sucesos de nuestro pasado de los que no nos sentimos satisfechos, y es habitual que esa pesadumbre aproveche los momentos en que estamos más bajos anímicamente para presentarse y que se valgan de esa fragilidad del momento para causar más daño. Es cruel e innecesario que aún sigamos permitiendo que esto suceda.
Esos demonios –y cada uno puede cambiar esta palabra por la que use habitualmente para definirlo- son los lamentos, las penas, los dolores, los arrepentimientos, los errores, los fracasos, las frustraciones… y todos juntos, o cada uno por su lado, están ahí, vivos y acechantes, esperando los momentos de debilidad para tomar su venganza.
Todos tenemos un pasado que no está inmaculado. Todos tenemos motivos justificados para el arrepentimiento porque no todo lo hemos hecho bien. Ya sabemos, a estas alturas, que el pasado como historia es imposible de modificar pero sí podemos cambiar nuestra comprensión y concepto de él y de las cosas que nos sucedieron.
Con un ingrediente básico, que está a nuestro alcance fácilmente, podemos empezar a solucionarlo: Amor Propio. Se puede hacer solamente con Amor Propio, porque en ese Amor está incluida la comprensión, el perdón –si fuese necesario-, la aceptación de los resultados en cualquier acto en el que hayamos intervenido, el ánimo para seguir adelante, la sonrisa generosa y el abrazo preparado…
El Amor Propio es la llave mágica, porque en su nombre y cumplimiento podemos encontrar todo aquello que necesitamos para proveernos de una vida lo más amable y feliz que sea posible.
Es absurdo el sufrimiento, sobre todo cuando es innecesario y está provocado por una excesiva autoexigencia, o por un enojo contra uno mismo al no ser capaz de aplicar generosamente la aceptación de que los Humanos nos equivocamos y ese no es un motivo suficiente para crear un abismo insalvable entre uno mismo y uno mismo.
Vamos a recurrir una y otra vez al pasado. Es inevitable. Por eso conviene sanarlo, enfrentarse a las cosas que mantenemos produciéndonos malestar o dolor, comprendiéndolas y hablando con ellas para arreglarlas.
Escuché un chiste que me parece apropiado: “¿Vienes solo?, pregunta una persona a otra. No, vengo con mi pasado, mi Niño Interior, mi Yo Superior, mis Maestros Ascendidos y mis Demonios Internos. Nos gusta andar en banda”. Así es. Uno alberga en su interior, vivos e influyendo cada uno a su manera, todas sus experiencias, quien ha sido en cada una de las edades de su vida, todas las emociones y sentimientos notables que ha sentido, los recuerdos… así que es inevitable que cuando uno contacta con algo de lo que no le gusta sienta arrepentimiento y frustración. Uno contacta con el arrepentimiento, pero éste no puede hacer nada más que aportar su empatía. Es uno mismo quien tiene que empezar a mirar esa cosa que se presenta desde otra actitud, dejándolo sólo en una experiencia que le aportó una lección –el hecho de arrepentirse por ello confirma que la lección se aprendió- y consolándose con buenas palabras, o con un silencio en el que no intervengan las críticas ni los reproches.
¡Qué se le va a hacer!, entonces uno era menos experto que ahora y veía las cosas de otro modo o tenía unas circunstancias que no le permitieron actuar de distinta forma. Hay que ser inmensamente generoso y comprensivo con uno mismo y con su pasado. Hay que seguir adelante y no estancarse en ese malestar. Hay que seguir y con buena cara y buen ánimo. La inteligencia está para darse cuenta de que cualquier actitud no positiva es absurda.
Esa presión continua contra uno mismo no lleva a buen puerto. Si uno está bien consigo mismo la travesía es más cómoda y productiva. Estamos obligados a convivir con el pasado para siempre. Lo mejor que uno puede hacer es llevarlo del mejor modo posible. Por ejemplo, comenzando por llamarles experiencias en vez de demonios. Y por tratar de ser más comprensivo y más amable y más dado al perdón, a mirarse con ojos compasivos y generosos, a no ser tan crítico ni tan riguroso ni tan exigente de una perfección de la que se carece. O sea, cambiar la etiqueta que le hemos puesto a ciertos asuntos de nuestro pasado y quitarles el poder de seguir haciéndonos daño.
La amabilidad es necesaria en la vida.
La magnanimidad en el perdón es imprescindible y más aún cuando se trata de uno mismo.
La vida es un camino hacia el Amor Propio y es mejor no andar dando rodeos.
Hay que saber discernir y separar y valorar de distinto modo el error intencionado del error que se comente sin querer.
Es mejor vivir lejos del dolor.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
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