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 MARGARITAS MISTÉRICAS

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Alejandra Correas Vázquez
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Alejandra Correas Vázquez


Cantidad de envíos : 718
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MensajeTema: MARGARITAS MISTÉRICAS   MARGARITAS MISTÉRICAS Icon_minitimeMar Jun 15, 2021 2:28 pm

MARGARITAS MISTÉRICAS
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por Alejandra


La noche de Año Nuevo tiene un margen de teatralidad propia, que nos invita a los festejos. En ella todos somos actores de una misma escena que ensayamos año a año. Tiene su libreto, su vestuario y su telón de fondo, como de cierre. Propio es que alguna vez se represente en el mismo teatro. Tal aconteció para mí un Año Nuevo, cuyo escenario fue el mismísimo Teatro Rivera Indarte.

Teatro vacío. Platea. Palcos. Cazuela. Tertulia. Gallinero. Etc. Todo. Todo vacío ...menos lo nuestro : el espacio donde vivía el poeta indio Romilio Riberos, ubicado en el piso superior de este teatro cordobés, con sus grandes ventanales mirando hacia toda la ciudad, donde él dispuso festejar con nosotros, sus amigos, aquel Año Nuevo.

Preparado de antemano y con todo el frenesí de una generación bohemia, que no quería ceder el paso a la cotidianidad burguesa, aquel festejo inusual nos comprometía en una lid. Tanto por los concurrentes, como por nuestras premisas y ante todo, por el escenario elegido para tal fin.

Como si se tratase de la cima de una montaña compacta, el Rivera nos ofrecía su esplendor hermético, su solidez estructural, el silencio manifiesto de aquel vacío nocturno en la más callada y silenciosa de sus noches : ¡La de Año Nuevo!

El teatro del Año Nuevo… allí… en  nuestro propio teatro Rivera  Indarte.

Esta invitación suya me produjo una magia emocional que dejóme días de expectación, hasta llegar el momento aguardado. Había que preparar el libreto completo, el vestuario adecuado y los acordes para levantar el telón que daría comienzo a la escena. Pero la escena comenzó antes, precisamente el día anterior.

Nos encontramos todos sin habernos citado, la víspera del Año Nuevo, en la pinturería COPLAN donde todos los artistas plásticos teníamos habitualmente, casi una cita tácita. Llevados en conjunto, tanto por la necesidad de adquirir elementos básicos para dibujar y pintar, como por la agradable compañía y atención del Sr. Carlos Ferro, su dueño, quien dejara una huella indeleble en el afecto de muchos artistas cordobeses. Una figura que nos acompañaba siempre con su presencia y gentileza.

Era él para nosotros un buen crítico, un buen amigo y un gran entusiasta de nuestras actividades. Su casa particular en el Cerro de las Rosas, también nos estaba abierta.

Se producían allí en COPLAN los diálogos más complejos o más simples, que derivaban en verdaderas tertulias. El ambiente que nos rodeaba era propicio para esta sugestión por su estética : ubicado en el Pasaje Santa Catalina con su colorido colonial, sus rejas españolas y sus adoquines jesuíticos. Lindero a la Catedral y el Cabildo Histórico, frente al convento-museo de las Catalinas, en ese sitio especial que un poeta argentino describió con su encantadora de rima

"Pasaje de Santa Catalina en iglesia comienza en iglesia termina" (COPLA de Fernández Moreno)

COPLAN ocupaba una casona de época (por ironía, la única que en ese espacio muy restaurado no existe hoy). Y de ese conjunto arquitectural emanaba un aire de diseño y pensamiento, como reservorio de nuestras emociones.

Era la tarde anterior al Año Nuevo. Y de pronto Romilio entró en COPLAN.
Su sonrisa siempre de júbilo, junto a la alegría que él sabía transmitir al encontrarse con personas de sus afectos, se transfirió —como otras veces— en derredor suyo. Como un encanto generalizado, produciendo vibración inmediata, deseos y placer de vivir... Lo presente, lo que estaba en ese momento, lo que acontecía y compartíamos allí mismo. Todo tomaba una dimensión palpitante, porque sin duda, él hacíanos sentir comunicados entre sí.

El grupo donde estuviese giraba en torno suyo, en su favor o en su contra, pero haciéndose eco evidente de su presencia.

Tenía en sus manos en esos momentos un ramo de flores, que yo no podía identificar. No soy especialista en el tema, pero aún así, me creaban dudas y no comprendía de qué flores se trataban. Eran desconocidas por completo para mí.

—¿Qué flores son ésas?— le pregunté intrigada
—Margaritas.

Hasta donde yo sabía, las margaritas tienen un centro amarillo y pétalos blancos. Aquellas flores eran violetas, naranjas, azules, fucsias, lacres, celestes. Había centros de otros tonos semejantes y pétalos con líneas negras y azules, en suaves filigranas rizadas... Me hechizaban y no lograba separar mis ojos de ese ramo de flores exóticas, a las cuáles no podía identificar. Por más que haciendo en mi memoria una colección mental de flores, no podía ubicarlas. Pero de algo sí estaba segura:… ¡No eran margaritas!

—¿Pero qué margaritas son ésas?
—Margaritas.

La incógnita seguía en el mismo punto. La pregunta y la respuesta continuaron igual. Por su parte, cuando un indio resuelve ser parco, cuando se propone no ceder, es irreductible... a ultranza.

Continué mirándolas sorprendida ¿Qué flores eran ésas? No eran margaritas, de ello estaba yo muy segura. Pero cuando Romilio cerrábase en una actitud, era inamovible. El era la persona más sociable y dicharachera que yo conocía entonces en la bohemia cordobesa. Pero había puntos y segmentos que no admitía y a los cuales borraba automáticamente de su mente, como si nunca los hubiera escuchado.

Llegado a ese punto, cambiaba el tema de conversación por afable que ésta fuese. El diálogo por tanto, no tendría allí continuidad, y ante mis ojos asombrados estaban aquellas flores extrañas, mistéricas, que yo nunca antes había visto, pues no pertenecían a mi conocimiento sobre especies vegetales. De modo que continué insistiéndole dado mi alto grado de curiosidad.

Pero cuando un indio se propone ejercer el mutismo, tiene una firmeza que nadie puede doblegar, ni podrá imponérsele nunca locuacidad alguna. Y la respuesta a mi pregunta seguía siendo invariablemente la misma : “¡Margaritas!”

Y mientras ello acontecía, dejándome cada vez más intrigada sobre la existencia de un género de “margaritas” para mí hasta entonces desconocido, a mi lado ...El... Romilio... iba solicitando al gordo y morocho empleado de COPLAN, témperas y tintas color violeta, naranja, azul, fucsia, lacre, celeste.

Al frente nuestro Don Carlos Ferro con su buen humor de siempre, proponíanos a todos los allí presentes un brindis con pinceles y espátulas, que fue repartiendo entre nosotros por el nuevo año que se anunciaba presto. Pues estábamos ya en el atardecer del penúltimo día, y todo el antiguo Pasaje Santa Catalina habíase teñido de un manto rosado.

En definitiva, me fui con la incógnita despidiéndome hasta la noche siguiente, cuando nos reuniríamos para festejar juntos el Año Nuevo en ese mágico y romántico Teatro Rivera Indarte.
......................

Los festejantes del nuevo año salían como una exhalación del centro de la ciudad, ensordeciendo con la bocina de sus autos. Nosotros, a la inversa, íbamos llegando a nuestro encuentro para instalarnos allí, en el corazón del microcentro. Teatro por el Teatro mismo, como sería aquel festejo.

El Rivera lucía un silencio y una obscuridad inconcebible en aquella noche, aquella hora y aquella ocasión. Nunca está más silente que en un Año Nuevo. Las escalinatas inmensas trepadas a luz de linterna, ofrecían un encanto sobrecogedor. Piso tras piso con todo ese monstruo completamente vacío, donde hasta los fantasmas parecieran haberse buscado otro lugar de festejo, para dejarnos a nosotros la ocasión de gozarlo, tenerlo y “temerlo”, en toda su plenitud... Así fuimos avanzando.

Casi abigarrados. Unos con otros. Con el temor de separarnos. De pronto alguno se perdía tomando un ramal distinto en ese laberinto de escaleras y al llamar, buscándonos, dentro de aquellas inmensas galerías desiertas y en absoluta obscuridad, su voz como “eco” parecía proceder de una dimensión muy lejana a esta tercera, la nuestra, la cual habitamos y que todos compartimos.

Finalmente llegamos, tanteando paredes e iluminando con las linternas hasta la última tela de araña del último corredor. Ese camino que en días normales recorríamos sin preocuparnos, ahora, completamente a obscuras, parecíanos igual a una aventura inédita de una exploración insólita.

No recuerdo cómo franqueamos la entrada en planta baja del teatro. Si alguien tuvo una llave proporcionada por Romilio o si un policía de guardia nos abrió con una contraseña. Pero sí recuerdo que el trayecto era absolutamente teatral como el teatro verdadero donde esto sucedía...

Y ya creíamos habernos sumergido en la caverna más absoluta sin salida alguna —como no fuese la morada del ogro de cien cabezas— cuando al abrirse la puerta de nuestro anfitrión, la luz nos bañó de improviso en un mágico :

¡ Fiat Lux !

Dicen que Prometeo entregó a los hombres el fuego del pensamiento, pero la luz tiene un imponderable poderoso que se remarcó dentro mío por esos penumbrosos pasillos, de manera imperiosa. Pues yo nunca he ansiado tanto la luz como en aquellos momentos. ¡Y la alegría estaba allí! ...apenas ingresamos a la fiesta “romiliana”, pues la luz que nos sacara de esas tinieblas, lo condicionaba todo.

La cena preparada iba a ser muy especial y elegida, pues nuestro anfitrión gustaba hacer gala de sus dotes de excelente cocinero. Especialidad en la que descollaba cuando tenía inspiración para hacerlo, como esa noche. Fui una de sus discípulas y aún utilizo secretos culinarios suyos.

Romilio había seleccionado para nosotros un menú francés (mi “hermano indio” era siempre muy europeo en sus gustos) diferente a todos los conocidos, de acuerdo a lo que él deseaba brindarnos en aquella noche especial, emotiva, allá en la cima del Rivera Indarte.

Pareciéndonos todo ello muy justificado después del extraño “andinismo” en la obscuridad más profunda, para acceder a su fiesta, que habíanos tocado vivir. La emoción del descanso y la llegada hacia la “luz”, hacían más placenteros esos manjares. Y así los comensales fuimos llenando la feliz mesa de amigos.

Los vinos serían también de un hermoso bouquet, a los cuales los mejores catadores allí reunidos, saboreaban con placer exquisito. Los había blancos, negros, rosés. Todo el servicio generoso para una celebración de Año Nuevo.

Abajo nuestro, la ciudad de Córdoba habíase silenciado por completo. Faltaban minutos apenas para las doce de la noche, el champagne, el brindis ... Y entonces Susana Sumer, la insólita esposa de mi “hermano del alma” no pudo resistir la tentación de lograr una nota especial (su característica propia) esa originalidad que le otorgara su lugar de siempre, inconfundible, y habitual entre nosotros... En ese preciso instante : ¡decidió ducharse!

De modo que cuando la ciudad estallaba con su algarabía de fuegos artificiales volviendo diurna la noche, haciendo que por los ventanales de esa cúpula del Rivera y tras sus inmensos cristales, nosotros contempláramos cientos de luces de bengala casi a nuestra altura ... También estallaba al lado nuestro el diluvio de la ducha en medio del choque de nuestras copas de champagne. Todo continuaba insólito por cierto. Cuando se aplacó, ella apareció con su melena rubia aún húmeda y su porte de alemana, para colocarse junto a su marido indio.

A partir de allí vino el encuentro esperado por todos, el emotivo festejo con las salutaciones del nuevo año y sus deseos de prosperidad, para unos y otros. Los abrazos y besos múltiples que esa oportunidad ocasiona…. ¡ Feliz Año Nuevo !

Y no podía faltar el presente simbólico, el homenaje del anfitrión a sus invitados, el “souvenir” de aquella noche, propio y de rigor en casa de un artista. Fue así que Romilio puso sobre el escenario con todos los actores presentes, allí en el propio Teatro Rivera Indarte, el broche de oro y de cierre. Su agasajo a nosotros : y trajo las ¡Margaritas Mistéricas! ...

Las mismas de la tarde anterior. Flores violetas, naranjas, azules, fucsias, lacres, celestes, con centros semejantes y líneas negras o azules en los pétalos, en forma variada. Todos ovacionaron la ocurrencia ... Menos yo.

—¿Les gustan?— preguntó él entusiasmado como si se tratase de un cuadro de exposición
—¡Pero ya las vi ayer!— comenté yo —Todos las vimos en tus manos en COPLAN
—Ayer eran margaritas ... Me pasé la noche pintándolas para ustedes, mis invitados de hoy.
—Ayer estaban ya pintadas— insistí
—No. Las he pintado anoche ¿No viste acaso que yo ayer tarde en COPLAN compraba témperas y tintas de estos mismos colores?— respondió él
—¡Sí!— dijo otro de los presentes —Ayer eran margaritas comunes.
—Dentro del ramo que Romilio llevaba ayer en sus manos, yo vi margaritas corrientes con pétalos blancos y su centro redondo amarillo— apuntó otro amigo
—Exacto— opinó alguien más —Ayer eran simples margaritas blancas. Hoy están pintadas pétalo a pétalo de distintos colores... violetas, naranjas, azules, fucsias, lacres y celestes.
—Es un trabajo precioso y preciosista, cada pétalo tiene dibujos de espirales hechos a plumín— insistió alguno más con minuciosa observación
—Quedaron exóticas y bellísimas— comentaron todos los otros asistentes a aquel festejo.

Y así asombrada me he quedado desde aquel Año Nuevo en la cima del teatro Rivera Indarte, con todo el inmenso edificio a obscuras y vacío por dentro. Aún hoy busco explicaciones diversas. ¿Se puede ver la obra de un artista antes de que él la realice? ... O pintamos aquellas margaritas entre ambos. Entre Romilio y yo.

Yo como deseaba verlas, y él como deseaba que yo las viera. Porque la verdad es que lucían con garbo mis colores favoritos, en violados y naranjas. Pero resulta que también eran los suyos, pues nuestra identidad artística tenía muchos elementos en común. Color. Forma. Ideas.

En esa tarde de la víspera de año nuevo en compañía del señor Carlos Ferro, allá en COPLAN, mirando hacia la vereda colonial del bello y dulce Pasaje Santa Catalina, se unieron en mis ojos dos tiempos. Futuro se transformó en presente. Todos cuantos allí estaban presentes (menos yo) vieron con claridad, margaritas simples en el ramo de nuestro amigo. Sólo para mí eran violetas, naranjas, azules, fucsias, lacres y celestes. Con líneas en los pétalos.

Las mistéricas margaritas ahora eran iguales para todos. Con sus centros en colores semejantes y líneas negras o azules en formas variadas. Un trabajo detallista y casi de fina orfebrería, pues no estaban solamente coloreadas sino a la vez, dibujadas pétalo a pétalo. Una finura que habíale demandado toda la noche y era el homenaje más gustoso que él hiciera para sus amigos, reunidos en torno suyo, en el último piso del teatro Rivera Indarte, para recibir con lujo ese Año Nuevo.

Esas exóticas flores no podían existir... como yo había pensado la tarde anterior. Porque allí, en ese atardecer de la víspera, aún no existían…

¡Pero ya existían!

En algún punto fijo del espacio ya existe sin duda, todo aquello que los hombres van a crear. Y el artista lo hace descender por un hilo finísimo, para materializarlo aquí en la tierra, en nuestro planeta.

... Sí. Creo hoy, que preexiste ...
 
¿Preexistirá todo lo que pintamos? ¿Todo aquello que escribimos? ¿Preexistirá este mismo escrito que aún está en gestación, hoy, en este exacto momento? ¿Preexistirá y yo estoy haciéndolo descender simplemente y naturalmente?...


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