CAPÍTULO 52 - PERDER EL RESPETO
- LO QUE NO ES APROPIADO -
Este es el capítulo 52 de un total de 200 –que se irán publicando- que forman parte del libro RELACIONES DE PAREJA: TODO LO QUE NO NOS HAN ENSEÑADO Y CONVIENE SABER.
“Cualquier persona, por el solo hecho de serlo, merece ser escuchada con atención y ser respetada.”
Amar al otro es respetar que, aun cuando no se comparta algún gusto o alguna idea, no se le menosprecie ni se le intente anular. Uno de esos ingredientes tan imprescindibles en la relación es el respeto.
Hay una serie de principios que hay que salvaguardar, y en esto tiene que haber un criterio unánime que ambos deben acatar escrupulosamente: respetar al otro, respetar sus sentimientos y respetar sus opiniones. A cambio, el otro deberá hacer lo mismo.
La dignidad del otro ha de ser inatacable. Sin justificaciones o excusas por estados de alteración, arrebato, enojo, o descontrol. La dignidad del otro… ni tocarla.
Lo mismo pasa con los insultos, desprecios, descalificaciones, ataques crueles al pasado o la familia del otro, o en alguna situación en la que se sabe que el otro es vulnerable, o cuando se presiona o chantajea por cosas que se han sabido en los momentos de intimidad de la relación. Bajo ningún concepto se puede atacar con crueldad, con la mala intención de hacer daño, ni con ruindad.
En nombre del amor que ambos se profesan –o se profesaron en algún momento, si es que ya va mal la relación- es deseable no perder la compostura, no convertirse en un ser desquiciado, loco, o sanguinariamente alterado, porque no se consigue nada positivo con ello y porque el otro, o la otra, es un Ser Humano, merecedor de una consideración personal. Es sensible, frágil, y respetable. Y eso hay que cuidarlo.
Soy capaz de entender y aceptar que el amor acabe transformándose en indiferencia, pero no que se convierta en odio, en animadversión, en rencor, en repugnancia, o en cualquier otro sentimiento agresivo.
Se cree que lo contrario al amor es el odio, pero lo verdaderamente opuesto al amor es la indiferencia, porque la indiferencia es la ausencia de cualquier sentimiento hacia el otro. Si odias, sigues teniendo un sentimiento hacia la otra persona, y ese odio es la suma de varios ingredientes, entre ellos el despecho, el orgullo y la vanidad heridos, un amor maltrecho y malherido… pero sigue habiendo amor, aunque sea un mal amor. En suma, se sigue mostrando un tipo de interés hacia el otro, mientras que la indiferencia hace que el otro deje de existir para uno, puesto que ya no importa.
Si es lamentable perder el respeto a una persona cualquiera, aún lo es más cuando se trata de un ser querido. Y quizás aún más si ese ser querido lo es porque uno mismo, por propia voluntad y deseo, ha decidido quererlo.
Sería bueno –y muy realista- cambiar la idea por la que uno se compromete ante el altar -si se casa por el rito católico-, o por cualquiera de los otros tipos de unión, a garantizar una serie de cosas del estilo de “hasta que la muerte nos separe”. El amor no se puede garantizar por tanto tiempo sin saber cómo va a ir la relación.
Sería bueno enmendarlo añadiendo algo al final del texto habitual: “…hasta que la muerte nos separe. Pero si antes decidimos separarnos, prometo colaborar para hacerlo del mejor modo posible, y no tratar de herirte ni ponerte dificultades; prometo reconocer abiertamente cuando nuestro amor no esté latiendo vivo en nuestra vida, y aceptarlo cuando ya no estemos aportándonos más amor; prometo que aceptaré que la mutua libertad de este compromiso será beneficiosa para ambos, y lo aceptaré sin recurrir al despecho, o a la rabia. Colaboraré del mejor modo para que podamos emprender nuestro futuro por separado”.
Cualquier cosa, cualquier texto, cualquier modo de llevarlo adelante, pero siempre, siempre, desde el respeto que se merece la otra persona por ser persona, eximiéndola de ataques crueles innecesarios que sólo serían la venganza de un ego dolido. Aceptando serenamente que no salió como estaba previsto o como se hubiera deseado, pero sin que eso sea un argumento para que se destape la ferocidad contra el otro o contra uno mismo.
Y sin que eso sea motivo de desolación para el resto de la vida, ni sea el principio de una guerra contra el otro- que en realidad será una guerra contra uno mismo- hasta el fin de sus días.
Cuando uno está dolido –que es cuando el ego de uno está dolido- es difícil mantener la calma pero es conveniente no perder el respeto al otro, porque eso es, también, perderse el respeto a uno mismo.
Uno tal vez no tiene derecho a que le sigan amando, pero sí tiene todo el derecho a que le respeten.
SUGERENCIAS PARA ESTE CASO
- La pérdida de respeto por parte del otro miembro de la pareja es intolerable. Bajo ningún concepto ha de ser permisible.
- La dignidad personal ha de estar por encima de cualquier cosa y hay que salvaguardarla de cualquier ataque.
- Cuando uno está furioso es mejor no tener conversaciones porque van a estar contaminadas por ese malestar. Es más conveniente aplazarlas hasta otro momento.
- Una persona que no respeta no es digna de ser respetada.
Francisco de Sales
(Si le interesa ver los capítulos anteriores, están publicados aquí:
http://buscandome.es/index.php/board,89.0.html)