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 NIEBLA SOBRE CORDOBA - NOVELA (cuarta entrega)

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Alejandra Correas Vázquez
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Alejandra Correas Vázquez


Cantidad de envíos : 718
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NIEBLA SOBRE CORDOBA - NOVELA  (cuarta entrega) Empty
MensajeTema: NIEBLA SOBRE CORDOBA - NOVELA (cuarta entrega)   NIEBLA SOBRE CORDOBA - NOVELA  (cuarta entrega) Icon_minitimeLun Sep 21, 2020 9:50 pm

NIEBLA SOBRE CORDOBA
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NOVELA
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por Alejandra Correas Vázquez
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4 - LECHE
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Dos horas y media después la sobrina hallábase de regreso en casa, desde la Biblioteca Mayor, con las hojas blancas de papel liso llenas ahora de apuntes en ambas carillas. Traía ese rostro serio y con mirada distante, casi meditabundo, que adquieren los lectores en aquel recinto de estudio creado en Córdoba por los antiguos Jesuitas.

Y allí estaba nuevamente frente a su tía, su contertulia, en la caldeada cocina de un día especialmente frío. Pero eran horas para ellas, cargadas de patetismo y remembranzas, imposibles de disimular. La leche tibia bullía servida por Clara, la sirvienta, quien también sentíase compenetrada de la situación en esa casa. Como intentando un consuelo, ella habíales preparado con cuidado unas tostadas de pan que colocó en la mesa junto a un frasco con dulce de leche.  

El tarro con chocolate en polvo dispuesto en el centro de la mesa, con su cuchara lista para fraccionar ese cacao dulce, de acuerdo a cada comensal. Abundante para la sobrina, algo menos cargado para la tía, y poquísimo para los niños demasiado golosos durante todo el día. Los gurises alborotaban. Bebieron sus leches chocolatadas, rechazaron las tostadas, exigieron galletitas de coco, y salieron de allí. De esta manera una vez solas, las dos mujeres recomenzarían el diálogo:

—“A él le gustaban también las galletitas de coco. Y tomaba el chocolate de la tarde muy cargado en invierno”— recordó la tía

—“Tenemos gustos comunes, yo era su sobrina”

—“Me pareciera verlo en este momento. Como espiándome a través de los vidrios húmedos de esa ventana... Y oculto allí en la Niebla”

Expresó aquello con viveza la joven viuda, mirando hacia la opacidad exterior, en dirección a los vidrios empañados de la ventana donde un ánima penaba y revoloteaba, confundida en esa neblina de agosto.

—“¿Cómo fue posible que con tanto gusto por la vida, atentara contra la ajena ... y la propia?”— preguntó la sobrina

—“Es una forma de ver las cosas... esa opinión tuya”

—“¿Sabes que gateábamos juntos? Se tendía a mi lado cuan largo era  convirtiéndose en un niño de mi edad, de apenas un año, gateando conmigo en la alfombra de la sala como si ambos fuésemos dos bebitos”

—“Tenía ese encanto”

—“¿Y por qué renunció a él? ¿O creyó que la guerra era otro juego?”

—“¿Y quién te dice que ésa no sea la explicación? Yo misma no lo pensé”— admitió la tía

—“Pero tuvo tiempo suficiente para palpar lo contrario... e insistió en ello. Coleccionaba siendo niño soldados de plomo y coches bomberos. Pero lo que él nunca imaginó cuando creció, es que en vez del jinete a caballo con casco dorado, iba a convertirse en el soldadito de plomo rengo, y arrojado al asfalto”— expresó con drama la sobrina

—“Hay algo que no podemos negarle, niña mía. El creía en lo suyo y no se traicionó nunca a sí mismo, ni falseaba su postura en modo alguno”

—“No... no lo negaremos”  

—“Quizás él no pudiera medir, por su juventud, la dimensión de los hechos y hasta dónde los mismos iban a llevarlo. Embarcóse en una contienda antes de haber vivido, experimentado. Y conocido mejor la naturaleza de la sociedad cordobesa, y los deseos de sus habitantes. Algo que ahora yo luego de diez años he palpado con esfuerzo, trabajando, ahorrando y dando de comer a los niños”

—“Eso hizo. El no se adentró nunca en los deseos cotidianos, pues ya estaba en guerra en contra de ellos, antes de conocerlos y vivirlos”— confirmó la sobrina

—“Es cierto ello. Todos cambiamos al adquirir responsabilidades. Nuestros anhelos ya no son más la expresión de nuestros sueños propios. Cambian nuestros deseos, pues éstos se convierten en las necesidades de quienes dependen de nosotros. Ahora esas imperiosas necesidades, son nuestros nuevos deseos”— admitió la joven viuda

—“Los deseos de una madre para con sus hijos. De un padre. De un abuelo”

La tertulia tornábase afable, en medio de la triste tarde nebulosa. Cada una de ellas presentía a la distancia, un amanecer distinto, pero aún faltaba mucho para concluir el diálogo iniciado al amanecer.

Quizás ambas mujeres, una muy joven y otra menos joven, pero igualmente en plenitud, sentían a dúo la necesidad de una maduración real, firme.

—“El no alcanzó a sentir la evolución que va desde el enamorado, hacia el padre”— siguió insistiendo la tía

—“No tengo dudas, su presencia de padre siempre faltó en esta casa donde ambas vivimos”

—“Porque quedaría apartado de ellos en el momento de su nacimiento. Lo reclamaba la lucha comenzada. Y no veló sus gripes, anginas, vacunas, hambres ...como yo. No tuvo tiempo de hacerlo. Sus hijos fueron para él una ensoñación mágica, a quienes dedicaba poemas en sus cartas, que me llegaban viajando de mano en mano. Pues era peligroso para nosotros, recibir correspondencia por correo”

—“Los leí muchas veces”— confirmó la sobrina

—“Eran mi fortaleza en su ausencia”

—“Como asimismo enviaba pequeños paquetes con juguetes hechos por sus manos, autitos, camioncitos, avioncitos”

—“Preciosos, son artísticos. Allí tienes uno de adorno, arriba de la vitrina”— expresó la niña

—“Pero en su conciencia siempre fueron los gurises, producto de nuestra sensualidad, de una preñez surgida en delirio amoroso, que no llegaría para él a concretarse en un ser vivo. En un infante que llora y mama, corre y cae. No alcanzó a vivirlo. Sólo pensó en una nueva sociedad para ellos”

—“Idealismo puro”

—“¡Pero de amor!”

—“¿No era idealista también Robespierre?... y produjo el Terror”— interrogó la sobrina

—“Lo era y se le llamó: El Incorruptible”

—“¡Cuánto peligro hay en las ideas puras!”

—“Fue la revolución que se escapó de sus manos en forma incontrolable y lo guillotinó al final ... pero aún así no se corrompió”— insistió la tía

—“¡Entonces es un abismo!”

—“Sin tregua ni retroceso”

—“¡Apartemos para siempre ese cáliz!”

—“¿Crees niña que yo tengo los ojos tapados?”

—“Así es, tía ¿Acaso no estamos evocando a un guerrillero muerto que trajo muerte?”

En ese momento pusieron cada una de ellas, la mirada en el rostro de la otra. Y tras el vidrio del ventanal, un sutil movimiento entre el manto de neblina, parecía corresponder sus pensamientos.

—“El no supo nunca de esta sobrina que creció, y quiere triunfar en la profesión de medicina, para aliviar enfermedades. Nunca lo pensó, pues desechó y dejó sus estudios, buscando la violencia”— opinó nuevamente la más joven

—“No lo pensó en forma directa. Lo arrolló, como a todos los estudiantes que estuvieron junto a él al comenzar los 70. Era pasión por una idea. Amor. Desechaba, eso sí, los éxitos personales ¡Ese era su idealismo!”— respondió la tía

—“Tampoco pensó en sus hijos que cuando crezcan querrán sin duda, lograr un techo propio, nacido de su progreso”

—“No. Se fue ignorando muchas cosas, es cierto. Lo admito”

—“¿Lo admites?”

—“Por cierto. Saltó de golpe a mi vista, luego de ser madre. Y me alejé así de ellos, del grupo, y su compromiso con una causa...”

—“Una decisión tía, que nos sorprendió, nos desconcertó”— recordó la niña

—“Te explicaré, niña. Hoy veo a los profesionales encerrados muchas horas en sus estudios. O a los científicos en sus laboratorios. Los pintores pacientes en su atelier, pincel en mano. Los ceramistas en su taller, con las manos entre arcillas y esmaltes. Los músicos en su sala acústica. Los comerciantes empeñados en distribuir mercadería, corriendo  con el riesgo de traslados y sueldos. Los estancieros alimentando y ordeñando vacas. Los chacareros sembrando y esperando lluvias. Los veterinarios haciéndose responsables de la hacienda. Los agrónomos de la semilla. Los industriales de la producción... El no lo vio”

Como si un llamado tras la ventana llegase a sus oídos, la tía se levantó dirigiéndose a ella. Y colocó allí su rostro contra los vidrios empañados y llorosos por la Niebla. El tránsito afuera habíase reanimado debido a la hora, cubriendo al Paseo Sobremonte de una nueva multitud. Cual si con ello pudiera recrear las antiguas tertulias del Marqués, para aliviar esas frías tardes de agosto que preludian por anticipado, a la Tormenta de San Rosa.    

—“El no vio esa pesada carga. El riesgo que asume a diario la sociedad... Pero sin embargo, fue honesto. Fue honesto consigo mismo, conmigo cuando me despidió para no involucrarme en hechos irreversibles, también con sus compañeros adicto ¡Y por ello murió!”— dijo motivada la tía

—“¡Murió también mi padre! Un médico de Urgencias. Cuando intentaba levantar heridos en un enfrentamiento, pues cada vez que miraba el rostro de un caído creía descubrir a su hermano. Este temor le hizo exponerse demasiado y cayo sobre él una granada desde el bando guerrillero”— contestóle rápido la sobrina

—“No lo he olvidado, pues te acompañé en esos días, ya que vivíamos juntas. Ya ninguno de los dos hermanos, tan opuestos en la vida, vive más”

—“Ninguno de ambos hermanos. Una familia quebrada”

—“Y los que quedamos, con la juventud golpeada entre tensiones y desencuentros, hemos comenzado a tejer la tela de otra manera”— sostuvo la joven viuda

—“Se hace imprescindible”

—“¡Que tu generación sea más exitosa que la mía! Es mi mejor deseo para ti... Cuándo los 80 finalicen ¿como serán ustedes? ¿Qué pensarán? ¿En cambios totales como nosotros? ¿O en la continuidad, como los abuelos?”

—“En Córdoba, la Docta… ¡que mucho ha sufrido en esta década!”


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

¡Treinta años tendré y tres que no te veo!

Treinta años serán, y vendrán otros más,
con nuevos goces y nuevos huracanes.

Años que pasarán sin poder ver más, tu boca fresca,
Y esa claridad de tu mirada llena de incalculables fantasía.

Años que pasarán sin poder percibir ya.... esa aroma de virilidad
que  emanaba de tu cuerpo.

Sin volver a palpar más, la piel tersa de tus largas manos,
que parecían envolver al mundo y la vida...

¡Treinta años tendré, sin ya poder tenerte a mi lado!



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