FABULAS DE LOS ESTUDIANTES
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NOVELA
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por Alejandra Correas Vázquez
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FABULA DIEZ
UNA PALMERA ENANA
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Luz estaba con la cabeza apoyada contra un sillón de alto respaldo, ubicado frente al ventanal de la sala. Era una mampara de hierro con vidrios de color blanco y rojo. El sol de la siesta hacía que se recortara sobre aquellos colores, la sombra de una palmera enana. El primer día de su estancia allí sorprendióse al divisarla. Abrió el ventanal y pudo verla, llorona y orgullosa, en el centro de aquel antiguo patio de baldosas, emergiendo de su macetón con patas gruesas.
—“¿Es curiosa, verdad?”— le dijeron en su espalda —“Ya estaba allí cuando yo era niño, y me balanceaba colgándome de sus ramas. La abuela me gritaba muy enojada. La trajo su marido de Catamarca, era un regalo de la época. Hoy hay pocas por los campos. Pues las palmeras han servido durante años para sostener el alumbrado. Ahora prefieren los postes de cemento, o sea que sólo queda la maceta”
Ella lo miró con sorpresa.
—“Mi nombre es Luz”
Todo era nuevo para la niña en aquel día de su llegada, varios meses atrás. Como también la figura del muchacho que acercóse a ella, quien era una huésped desconocida, rompiendo sus temores.
—“Bueno, yo soy Ramiro. El menor por ahora. Otras veces estoy en el medio o en la punta. Mi abuela tuvo doce hijos. Somos muchos nietos. A veces vivimos más de siete y no nos hablamos. Comemos en distintos horarios, por los estudios. Pero Marina nos acompaña a todos. Tiene seis años”
—“Mi hermanita Inés ha cumplido cuatro. Ayer. Apagó las velitas por la mañana y al mediodía se fueron”— sonrió con tristeza —“Creo que por lo menos ella me extrañará”
—“¿Y los otros? Tienen su juguete ¿Verdad? Una nena de cuatro años. Nosotros crecimos y dejamos de ser graciosos. Podemos irnos lejos. El juguete cobró vida y el titiritero se aleja. Al menos nos queda la ilusión de que el hada de la Juventud nos tocó con su estrella”
—“Tal vez... No había alcanzado a pensarlo con esa claridad”— respondióle Luz
La niña lo miró. El rostro morocho de aquel joven parecíale bastante sombrío, pero la expresión suave de sus ojos color oliva servíale de contraste. Era de estatura mediana con músculos fuertes en los brazos, que traían arremangada la camisa. La impresión general de toda su persona, hacíalo parecer bastante desaliñado.
—“Tengo las manos con grasa de motor. Debo lavarme, no puedo darte la mano. Pues yo tengo un taller para reparar motos, cerca de aquí. Sabía de tu llegada a casa de la abuela, todos te esperábamos. Hasta luego”— despidióse Ramiro
Fue al primero de los muchachos que encontró y con el que menos hablara después. Le pareció ver que no hablaba casi con ninguno. Aún así, los otros primos le demostraban afecto. Sus ironías zumbaban por el aire, como insectos del verano, pasajeros. Luego supo que era el novio de su amiga Andrea.
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Durante aquella siesta de varios meses después, Luz estaba en el mismo sillón. El silencio se entrecortaba cuando entraban los jóvenes y volvían a salir. Marina la llamó un momento.
—“¿Esta noche me vas a contar el cuento del Pajarito y la Araña?”— le pidió la pequeña
—“¿El mismo de ayer?”
—“Sí. Pero no quiero que peleen”
—“Bueno van a jugar. Ya están jugando. Ahora debes descansar en la siesta. Yo estoy cerca de tuyo, aquí al lado, en el sillón frente al ventanal”
La nenita se retiró a su cuarto. Ella se levantó del sillón apoyándose en el ventanal. Luz miraba el reflejo de la palmera enana a través de un gran vidrio rojo de la mampara.
—“Todo rojo”— pensó
La visión ofrecíale un mundo onírico donde el patio y la palmera enana componían un ensueño. Al darse vuelta vio a Ramiro sentado en el sillón de la abuela.
—“¡Oh! ... no te había visto”— díjole ella sorprendida —“Tu hermano Martín te estuvo buscando. Creo que recibió una carta de tu padre”
—“¡Estoy cansado!”
—“Has ocupado el sillón de la abuela, ella no permite que nadie lo ocupe”— le advirtió Luz
—“¡Estoy muy cansado! Me cuesta llegar hasta el dormitorio ¿Pero ves mis manos? Son útiles, aprenden a trabajar. Están sucias de aceite de motor”
—“Sí, las veo trabajadoras. Es tu valor. Una valentía. Lo digo con sinceridad, Ramiro, no hay burla. El niño lindo sale a la lucha. Te has quitado el pantalón de terciopelo por este mameluco de mecánico ¿Estás seguro de no entremezclar al trabajador con el guerrero?”
—“No... es claro, dices bien. Sin embargo y aunque no me creas, a ese señor formal que escribió esa carta que ha recibido mi hermano, yo lo quiero mucho... Y él debe quererme, supongo”— sostuvo Ramiro
—“Es tu padre ... y lo tienes preocupado. Ya no estudias”
—“¡Trabajo!”
Por un espacio quedaron en silencio. La siesta era espesa. Un despertador interrumpió el tiempo. Era en la pieza de la abuela. El muchacho sacudió la cabeza y un rayo de sol muy liviano se posó sobre su rostro.
—“Me había alcanzado a dormir, pero la abuela es tan ordenada en todo su día que hasta siestea con un despertador”— dijo Ramiro sacudiendo su melena revuelta y ondeada —“Soñaba que estaba rodeado de una multitud extraña y hacia el fondo mi hermano agitaba un papel escrito ...pero sin estampilla”
Abrió los ojos y la miró. Cuando él dirigíase a alguien dilataba profundamente sus pupilas. El sol que las bañaba, acentuaba la coloración casi amarilla de sus ojos, donde el iris negro quedaba remarcado.
—“El fondo de tu corazón debe ser amplio como tu mirada”— le dijo Luz
—“¿Así me ves?”
—“Sí, y no esquivo. Eso dice tu mirada. Pero siempre te expresas áspero en las palabras”
—“¡Oh!”— respondió él mientras giraba la cabeza —“Bello cumplido para un varón de una damita que aún es una niña... ¿Tan cáustico soy siempre?”
—“Al menos, algunas veces”— sostuvo Luz
—“Debo higienizarme las manos ¿No es cierto? Lo pensaste sin duda ¿Por qué no me lo has dicho? Antes de recostarme debo hacerlo ...pero estoy cansado. Aquí mismo dormiría una siesta larga... Pero vendrá la abuela y me expulsará de su sillón, siempre hay demasiado movimiento cerca suyo, a pesar de sus años”
Luz se puso de pie y lo tomó por los codos para ayudar a levantarlo. Ramiro no oponía resistencia, pero tampoco intentaba erguirse.
—“¡Vamos! ...con un poco de esfuerzo te puedes levantar”— le dijo ella tratando de empujarlo por los hombros —“No es mucho el esfuerzo, lo lograrás, bastará con que te empeñes”
El no intentaba levantarse. Ella se detuvo mirándole el rostro que tenía las facciones subidas de tono, con un tinte rosado. Y le colocó la mano sobre su frente.
—“¡Debes tener fiebre! Con este cambio de temperatura constante y estas heladas tardías de Córdoba a comienzos de primavera, cualquiera se congestiona...”— dijo ella preocupada
—“No tengo nada, pero deja tu mano aquí sobre mi frente”— le respondió Ramiro sujetándola con la suya —“Me alivia. Me serena. Me adormece”
—“¡Déjate de monerías que no es el momento!”— gritóle Luz —“Voy a llamar a Andrea para que te cuide. Aquí no está tu madre y yo no soy enfermera, ni tampoco tu novia. Es ella quien debe brindarte alivio y ocuparse de tu fiebre, te dará mayor alivio que yo”
—“¡No la llames!”— reclamó con orgullo Ramiro —“Hace días que no quiere hablarme”
—“Su razón tiene. Este mediodía preguntaron por tu nombre al teléfono, tres voces femeninas diferentes. Yo no reconocí a ninguna de ellas”— díjole Luz con algo de reproche
—“Si eran diferentes voces, como dices, no es que Andrea me haya llamado tres veces... Está claro... Clarísimo”
Ramiro levantóse con un gran dificultad. Luego apoyó sus manos en la pared ayudado por Luz.
—“¿Hace frío aquí adentro?”— preguntó él
—“No. Tienes escalofríos. Voy a decirle a la cocinera Juana que te lleve un caldo tibio a la cama. La abuela tiene tubos completos de cafiaspirinas. Te bajarán la fiebre”
—“Me voy a acostar, pero a las cinco de la tarde debo abrir el taller”
Salió por el pasillo del extremo hacia su dormitorio, mientras Luz atravesaba el patio en dirección a la cocina. Juana, una anciana vieja como la abuela y como la palmera enana, retiraba en aquel momento su pava hirviendo de la cocina económica, para servir el mate.
A las cinco de la tarde Ramiro estaba con fiebre alta.
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