FABULAS DE LOS ESTURIANTES- NOVELA
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por Alejandra Correas Vázquez
(cuarta entrega)
FÁBULA CUATRO
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MOLINITOS DE COLORES
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Volvió a alejarse por la misma puerta que entrara. La multitud de las calles no habíase interrumpido durante la siesta. Sin embargo las casas aún tenían sus ventanas semicerradas, como acontece en tal horario. Empleados, profesionales, trabajadores y estudiantes, partían y regresaban a ellas. Y entre las dos migraciones, una pausa. La siesta. Córdoba. Primavera.
Luz recorría las calles de su ciudad. Cuatro en punto de la tarde. El descanso postmeridiano habíase desvanecido en los hogares, y algunos niños agrupábanse por las veredas.
—“Tenemos que hacer los deberes de la escuela para mañana”
Le expresó así al conjunto de niños, uno de ellos sentado en el umbral de su casa. Estaba bien aseado y conversaba con todos, pero la voz imperante de su madre le exigió a volver adentro. Entonces tomando de la mano al hermanito menor, se introdujo en la primera puerta.
Los otros niños continuaron sentados en el escalón de mármol, muy desaseados y con la melenas revueltas como crenchas. Eran morochitos, de ojos obscuros muy vivaces, mostrando al sonreír sus dientes de un blanco brillante. Parecían muy contentos de hallarse allí, en el centro citadino, escapados de sus barrios periféricos.
Al ver a Luz se levantaron de un salto, ofreciéndole una lluvia de colores, sostenidas en varillas de árbol paraíso.
—“¿Qué es esto?”— dijo ella un poco asustada
—“¡Cómpreme uno a mí!”
—“¡A mí!”— gritó otro
—“Ya te compraron. Me toca a mí”
Y le extendían aquel objeto. Cada uno de ellos llevaba varios en la mano. Eran un molinitos de papel glasé sujetos a la varilla por un alfiler de costura.
—“¿Y los hicieron ustedes?”
—“Sí. La maestra nos enseñó hacerlos”— contestóle uno de ellos
—“Le hacemos unos tajos al cuadradito de papel glasé y lo prendemos en el medio ¡Tome uno!”
Tenían los ojos brillantes y las narices con resfrío. Pocos llevaban abrigo en aquella tarde destemplada. El menor traía en cada pie, un zapato diferente.
—“¿Y qué más les enseña la señorita de la escuela?”
—“Nos preguntó qué era el 25 de Mayo”— respondió el más chico
—“¿Y qué le contestaste?”
—“Que había una fiesta con chocolatines”
—“No, Che, se murió San Martín”— intervino el más grande
—“¡Hicieron la bandera!”— dijo otro
—“Claro, claro, todo eso”— comentó Luz con dulzura
—“Y después nos preguntó qué era la Argentina”— dijo el tercero, un rayo de sol iluminaba su carita morocha
—“A ver ¿Qué le contestaste?”— volvió a interrogarle la joven
—“Le dije que era el mapa que nos mostraron la otra semana”
Ella se había inclinado de cuclillas para escucharlos. Los niños estaban sentados sobre las baldosas a su alrededor. Algunos transeúntes debían arrinconarse contra el cordón para poder continuar el camino. La vereda era estrecha. Los niños no se fijaban en ellos.
—“El equipo de fútbol donde jugaba mi tío se llamaba así”— insistió uno
—“No. Mi papá le dijo a un agente cuando vino a buscarlo que él era argentino”— siguió el vecino
—“Bueno ... díganme ¿Dónde viven ustedes?”— Luz les hablaba serenamente
—“Yo acá a la vuelta, pasando San Juan, en la Villa del Pocito”
—“Yo soy de otro barrio. Me vine a ver la televisión en la casa de él”— y señaló al más chico
—“¡Ahhh!”— expresó ella
—“Sí. Pero tenemos que sacar las sillas a la calle, porque en el garage donde vivimos hay muchas camas y no entramos”— dijo el aludido
—“¿Y cuántos son?”
—“Los chicos seis, mis dos tíos, mi mamá y el papá del Carlitos”
—“¿Quién es el Carlitos?”
—“Mi hermano más chico. Porque el papa mío y el de los más grandes, ya se fueron hace mucho”
Luz los miró un momento sin hablar. Luego volvió a preguntarles.
—“¿Les gusta mucho la televisión?”
—“Es linda. Pero cuando nos cortan la luz algunos meses, mi mamá le compra pilas nuevas al radio transitor y no nos aburrimos”
—“En mi casa también tenemos un transitor a pilas. Pero mi hermana se lo lleva a pasear, y lo trae recién cuando vuelve con los rulos hechos de la peluquería. Ayer nos quedamos sin pan, porque ella lo gastó todo para que le hicieran unas canas color violeta”— explicó otro
—“Se llaman reflejos”— explicóle Luz
Ella y los niños quedaron callados. Luego, muy curiosa, la joven volvió a preguntarles:
—“Bueno ... bueno ¿A qué grado van?”
—“Yo voy a primero ”
—“Y yo a segundo. En mi escuela enseñan religión. Ayer nos contaron la historia de “Sansón y la Lila”.
—“¿La Lila? ¿Así te dijeron?”— Luz lo miró sonriente
—“Sí. La chica mala se llamaba como mi hermanita, la Lila”
—“Debe ser así, nomás”— le comentó ella
Luego se incorporó. Los chicos levantáronse también, ofreciéndole de nuevo sus coloridas y simples obras. Ella acarició aquellos molinitos. Observó un momento los rostros infantiles. Luego tomó a cada uno el que le ofrecía.
—“¿Un peso vale? Les compro uno a cada uno de ustedes”
—“Sí. Deme. Tome”
Después los vio alejarse en frenéticas corrida. Sus piernitas morochas se mezclaban entre el tráfico.
—“¿Cuánto tiempo les durará esta energía?”— se preguntó Luz —“Si pudiera mantenerse intacto, ese proceso feliz de la construcción de este molinito. O más bien, el momento de estar realizándolo, como algo permanente ¿Pero puede mantenerse el momento de algo?”
El sol seguía caminando bajo un paño de nubes.
(Anécdota real vivida por la autora en esa calle de Córdoba)
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