ACUARELAS COLONIALES
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por Alejandra Correas Vazquez
NOVELA
LIMA IMPERIAL
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ACUARELA SIETE
Los progresos de las Mercedes en la provincia del Tucumán que en tres generaciones se hicieron elocuentes, fueron volviendo innecesario el tránsito hasta Lima, la cabecera virreinal (que había reconstruido hispánicamente bajo el sello de los Habsburgos al memorable Tihuantisuyo) …Y Lima tornóse entonces... Más mágica. Más llena de fábulas encantadas. Y más célebres sus antiguos visitantes.
Esa era la magia que tenía para nosotros el papasito Cirilo. Fue el último de los nuestros proveniente de la florida Lima, y el primero de los Cirilos que viniera hasta el Tucumán, llegando desde el Alto Perú, para establecerse en una Merced de la serranía cordobesa como Encomendero. Nunca descendió de joven hasta la erudita Córdoba de los Jesuitas. Y cuando su hija Mercedes ingresó en el convento de las Teresas, llevando hasta allí toda su rubia juventud, su belleza inmaculada y su rica dote … El papasito Cirilo recorrió las calles empedradas de ostentosos templos, como el visitante lúbrico y mundano, que se sobrecoge ante la vista de la vida contemplativa.
Nadie más volvió a ver el rostro níveo de Merceditas y recordaban aún sus dorados cabellos vascongados, que algún día creyeron ver renacer en los míos …¡¡Tanto tiempo después!... Su voz tersa y pausada que yo escuchaba a través del enrejado de madera de las visitas —muy aisladas a su convento de Córdoba— tenía para mí esa magia de los homónimos. Y hubiera querido pasar a través de aquel tupido enrejado de las monjas de clausura, que escondían sus rostros, para poder verme a mí misma. Como ante el espejo que no quiere contestarnos nada. Y yo, que la reencarnaba en la familia, la escuchaba con unción casi profética, maravillada de estar ante mí misma... y sin saber quién era.
El papasito Cirilo perdió pronto a sus hijos varones y a mí no me tocó conocer a ninguno. Primero al niño Rosendo, su rubio saltarín, picado entre los riscos pedregosos por una yarará. El más apuesto, Andrónico, de cabellos obscuros y ensortijados con brillantes ojos verdes, quien partiendo desde Arica hacia Filipinas, llevando cueros cordobeses para traer sedas chinas, quedó en un naufragio en el Océano Pacífico.
Nuestro abuelo Cirilo, el mayor, llegó a desposarse y tuvo cuatro hijos, un varón y tres mujeres, pero yo no lo conocí. Realizó estudios en el colegio jesuítico de Nuestra Señora del Monserrrat y fue un buen alumno latinista. Pero era demasiado temperamental y temerario, amante del galope tendido en caballos sin castrar. Muy joven aún, se desbarrancó por la sierra con su potro preferido.
El papasito Cirilo se encontraba en aquellos días en Lima, a la que había llegado en uno de sus asiduos viajes comerciales, (llevando como siempre al corazón de mamasita Aurora que añoraba su bulliciosa cuna, a la cual nunca volvió a ver) cuando el Chasqui le entregó la infausta nueva. Aquello lo transformaría nuevamente en padre, debiendo hacerse cargo de la educación paternal de su nieto, único varón (nuestro padre), para quien sería indispensable desde ese momento en adelante.
Pero papasito era un hombre demasiado esplendoroso para el dolor. Su festividad limeña nunca fue doblegada por la solemnidad de Charcas, que habría de ser para nuestro padre, en cambio, la razón de su vida y estilo personal.
Cuando perdimos al papasito sentimos que Lima se nos alejaba, y su imagen quedó dependiente sólo de la sobrevivencia de mamasita Aurora. Cuando ella también nos dejó airosamente, centenaria casi, a causa de un golpe casi infantil demostrando que no se había hecho cargo de su edad (al subir diariamente a una banqueta para arreglar la hora del reloj) sentimos que sobre nosotros caía una orfandad telúrica.
¡Era Lima que se iba con ella!
Era Lima, esplendorosa y eufórica, florida y principesca. Tierra de Marqueses y Virreyes, insustituible para la historia de Sudamérica. Imposible de emular por sus copias virreinales, que pudieran algún día intentar de robarle un cetro intransferible... ¡Lima! …Con su romanticismo y sus festines. Sus juegos y romanzas. Sus amores y sus danzas. Y todo ese ensueño que ella creaba hacia la distancia para nosotros, que nos hallábamos tan lejos, en el corazón mismo del Tucumanao.
¡Sin mamasita Aurora era la propia Lima quien se iba con ella!… Porque quizás éramos nosotros, quienes pródigos e injustos, con el orgullo de nuestra raza joven, de nuestra generación nueva que todo intenta cambiar… Eramos nosotros en verdad, quienes nos habíamos ido desprendiendo lentamente de ella. De Lima. Y deambularíamos desde entonces tristes y melancólicos, por esta pérdida irreparable.
¡Brindemos por aquel Virreinato del Perú! … ¡Brindemos por su gloria y su excelencia! ...Porque fundó ciudades en pampas, selvas y desiertos donde el aborigen cordobés habitaba hasta entonces en cuevas. Abrió caminos por sitios inexplorados, colocando postas para las caravanas. Creó la “Universitas Cordubensis Tucumanae” donde sólo había una cultura neolítica. Impulsó empresas agropecuarias productivas, industrias nuevas, dio importancia al crecimiento poblacional y enseñó a sus súbditos el valor del trabajo, para mejorar las condiciones vitales de todos.
Porque los pueblos que han unido culturas disímiles y exóticas, fusionándolas en una sola identidad, fueron dignos y valiosos. Y lograron este valer precisamente, por la capacidad de su dirigencia, llevando adelante un proyecto muy bien diagramado.
Y aquel Virreinato del Perú de antaño —inmenso— que abarcaba un semicontinente. Con su capital en Lima...Aquél de nuestros ancestros. Aquél del Kollasuyo. Aquel de los Virreyes cuyas fronteras fueron tan grandes, vivirá siempre en nuestra memoria más allá de los egoísmos foráneos.
Y nosotros que fusionamos esas culturas vigorosas, haciendo coexistir sangres distintas y fuertes, seguiremos siendo con orgullo sus hijos, sus vástagos y sus súbditos.
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