SI ESTÁS MAL, NO TOMES DECISIONES
En mi opinión, es muy interesante tener esto muy claro y, sobre todo, respetarlo y actuar de este modo.
Cuando uno está mal le falta la serenidad, la claridad, la objetividad, la ecuanimidad, el equilibrio, la sensatez... le falta todo aquello que se requiere y es necesario para tomar decisiones acertadas.
Salvo que sea en un caso de extrema urgencia por algo que no se pueda aplazar, conviene mucho no tomar las decisiones precipitadamente si no se dispone de todas o casi todas las condiciones recomendables para obrar lo más acertadamente posible.
Ya se sabe que JAMÁS se deberían tomar decisiones en momentos depresivos/tristes/pesimistas/afligidos porque las decisiones van a estar teñidas y condicionadas por el estado personal de ese momento. Queramos o no, en esos momentos no estamos preparados para ver lo que nos pasa de un modo imparcial y equilibrado, para ver todas las opciones y las posibilidades y los obstáculos. Todo lo veremos negro, trágico, sin salida. Y eso no es cierto, así que es mejor no decidir en esos momentos si se puede aplazar la decisión.
Ya se sabe que JAMÁS se deberían tomar decisiones cuando uno se encuentra en un estado eufórico/efusivo/irrealmente optimista porque lo que se ve entonces no es del todo cierto, está teñido de un entusiasmo que es irreal y ese es el momento en que uno se puede meter en proyectos irrealizables o en inversiones ruinosas.
Si se puede esperar, es mejor esperar. Muchas veces las cosas se ven distintas al día siguiente. Y si se quiere encontrar la mejor solución se puede optar por varias cosas.
La primera es dejar de llamar “problema” a lo que pase y llamarlo “asunto pendiente de resolver”, y de ese modo uno no está condicionado y asustado, porque ante los “problemas” nos sentimos acomplejados y con la predisposición a que van a poder con nosotros porque no estamos preparados para afrontarlos.
La segunda cosa útil es salirse del asunto pendiente de resolver, no verlo como algo personal porque eso ya condiciona; el hecho de estar implicado personalmente en el asunto pendiente de resolver y de que la decisión le puede perjudicar a uno si es equivocada, crea una tensión que dificulta actuar con imparcialidad y serenidad.
La tercera cosa es escribir lo que está pasando en dos folios, y en uno poner lo positivo o las facilidades y en el otro lo negativo o las dificultades. Cuando está escrito es mucho más fácil de ver la situación que cuando anda todo de un modo alocado por la mente. Verlo escrito permite una visión más real y objetiva.
Y después de eso, si uno no está muy seguro de su propia decisión, puede consultar con algún profesional que tenga experiencia, o con un amigo cuya opinión sea reconocida y valorada; incluso puede pedir a alguien que haga de Abogado del Diablo porque tal vez le haga ver lo que no ha sido capaz de descubrir por sí mismo.
Lo más aproximado a lo correcto se consigue cuando uno es capaz de ver objetivamente lo que está sucediendo. Eso requiere ecuanimidad, una ponderación cuidadosa de la situación –sin magnificar ni menospreciar la realidad-, honradez, imparcialidad y justicia. Y todo eso no está presente cuando uno está mal ni cuando uno está efusivo, así que… si estás mal no tomes decisiones. Y si estás irrealmente bien… tampoco lo hagas.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales