Imposible de Creer.
El Inspector Carrados, siempre acompañado de su ayudante, el Detective González, seguía ocupando las páginas de los diarios que trataban sus casos policiales. De vez en cuando se acordaban del raro individuo albino que se hacía llamar El Oráculo; pero una sucesión de hechos lo hicieron pensar posteriormente que la vida también es extraña.
Habían pasado más de 4 años cuando se encontraron de nuevo en la oficina del Prefecto Cardoso, quien, con la afabilidad que caracteriza a un hombre conocedor de su autoridad sin hacer demostraciones estúpidas de ella, los invitó a sentarse en los cómodos sillones y ordenó que les llevaran tres tazas de café.
Los dos detectives esperaban respetuosamente que el superior jerárquico les dirigiera la palabra. Parecía juguetear con la deliciosa bebida mientras examinaba un documento.
Alzó su mirada lentamente con un aire indefinido; no era burla ni parecía enojado, más parecía meditabundo.
— Estimados colegas —tenía la buena costumbre de imponerse con educación como todas las personas seguras de sí mismas—, después de varios años el albino que dice llamarse El Oráculo, ha vuelto a las andadas.
Con su mano se tomó la cara y la acarició, terminando por mover la cabeza con aspecto de resignación.
—Lo curioso de todo esto es que el director del hospital psiquiátrico donde permaneció encerrado todos estos años, no informó los extraños acontecimientos que ocurrían en ese lugar con este individuo. Hace poco recién abrió la boca para contarnos que desaparecía en forma misteriosa y volvía aparecer siempre sonriente, como si estuviera jugando al escondite con el personal. Naturalmente que existe molestia en la policía por no haber contado oportunamente las desapariciones de ese peligroso loco.
El sabueso y su compañero, el detective González, lo escuchaban con interés; aunque habían transcurrido años desde el conocido acontecimiento, recordaban cada detalle del escritor albino, sus cuentos con aire de profecías y, sobre todo, el atentado al Presidente de la República.
El Jefe Cardoso conocía la capacidad e inteligencia de los dos jóvenes, lacónicos, pero de actuar rápido si la situación lo requería.
—El Doctor Astrosa, médico director del establecimiento para insanos me llamó para confesarme acerca de dichas desapariciones del orate albino —continuó con tono preocupado—. La cuestión es que no lo han vuelto a ver desde hace dos días.
El veterano policía, con su inveterada costumbre de acariciarse su rostro cuando estaba preocupado, dejó escapar de sus labios un “¡Jum!” y miró a los ojos a José Carrados.
—Estimado colega … el propio Presidente me acaba de llamar … razón por la que ordené los ubicaran con urgencia. Hay que guardar el secreto, pues Su Excelencia así lo exigió y ustedes deben presentarse en su casa particular en media hora más. La guardia tiene la orden de no dejar a nadie, menos a los periodistas, pero a ustedes les basta identificarse y serán llevados ante él.
Se puso de pie, involuntariamente dejó caer al piso su pequeña taza de café, al tiempo que lanzó en voz baja un grueso vocablo. Los jóvenes “ratis” se pusieron de pie también y comprendieron que la entrevista había terminado.
En el automóvil particular de Carrados, como era su costumbre, ambos guardaban silencio; se dirigieron raudamente hasta la casa del Presidente. Efectivamente, allí fueron atajados por los guardias uniformados y entre los árboles del jardín, lograron ver personal de civil que les apuntaban con sus armas. Al mostrar sus credenciales, el guardia de más alto rango anunció por un citófono la presencia de ambos policías.
Un individuo, al que recordaban como un mando medio del servicio de inteligencia, les dio la mano, pues los había reconocido y los llevó al despacho del Mandatario.
(Continuará). Un Presidente Muy Preocupado.