Jaime Olate Escritor activo
Cantidad de envíos : 2341 Fecha de nacimiento : 17/01/1941 Edad : 83 Localización : Santiago de Chile Fecha de inscripción : 01/08/2008
RECONOCIMIENTOS Mención: -Escritor con textos DESTACADOS Mención: Lobo ,El Detective. Texto EXCEPCIONAL Premios: 1ºLugar Concurso "Ecología" parte Textos, Octubre de 2010
| Tema: Los Crímenes del Oráculo (Capítulo 1/2). Sáb Dic 22, 2018 10:24 pm | |
| Nota: No se rían, por favor. No es la primera vez ni la última en que cometo el error de enviar sólo parte de mis cuentos. Ocurrió lo mismo que en otras oportunidades ... OLVIDÉ enviar la primera parte. De modo que ahora que descubrí mi error, me explico que no hayan entendido la trama de esta historia. Creo que ahora entenderán la extraña aventura del Inspector Carrados. Ruego excusas por ser tan "volado". Un Extraño Escritor. El hombre con su pelo ya canoso, cincuentón, jugaba nerviosamente con sus anteojos sentado detrás de su escritorio. Era como si estuviese atrincherado detrás de la placa que decía EDITOR. — Siempre pensé que alguna vez iba a venir la Policía. — ¿Por qué, señor Mendoza? — ¡Vaya! ¿Le parece poco las extrañas cosas que ocurren en mi semanario? El Inspector José Carrados, sentado cómodamente en un sillón, tenía un aspecto reposado y, como siempre, su rostro permanecía inescrutable. La singular investigación que le habían encargado decididamente estaba fuera de su ámbito de investigador de homicidios, pues sólo se trataba de un hecho que para los supersticiosos llegaría a ocurrir. No podía dar crédito a las palabras que escuchaba, le ordenaron que averiguara sobre un escritor del periódico La Semana de la capital, que pronosticaba en sus historias cortas los sucesos que iban a ocurrir en un futuro próximo. Que esta situación había partido en al año 2000 con el anuncio del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, que se aproximaba una gran crisis mundial en el mercado económico la cual tendría una solución un poco lenta y de vuelta a la normalidad, en fin, hechos de trascendencia. La cosa se había puesto más seria porque nuestro país, en el rincón del mundo, iba a sufrir nada menos que la presencia de un asesino de grandes personajes del quehacer nacional. — Mmmm, pero unas cuantas historietas escritas por un desconocido que acertó por una gran casualidad a los hechos tan catastróficos, no creo que sean como para tomarlos en serio. — Y ¿Qué le parece la sospechosa muerte del Ministro Pinto? Fue exactamente como describió a una autoridad, no dijo nombre ni rango, un choque en la carretera del desierto de Atacama y caer a un barranco muriendo con su automóvil destrozado y quemado… Realmente Carrados no pensaba en las coincidencias de los hechos, pues su experiencia le indicó que son muy escasas; se encontraba muy intrigado por los antecedentes del extraño caso. Simplemente quería hacer hablar al editor. — ¿Cómo llegan a sus manos las historias? ¿Las trae personalmente el tal … Oráculo? — No, sólo lo vi en el año 2000, cuando me trajo su cuento corto sobre marcianos que con sus exóticas armas derribarían en septiembre del 2001 las torres de Nueva York … Después comenzó a enviarlas por correo, desde distintos lugares, sin dejar dirección donde remitirle el dinero; es fácil de comprender que el público se interesó por sus cuentos que siempre han pronosticado alguna desgracia. — ¿Cómo era el escritor? Quiero que me dé una buena descripción de tan misterioso caballero. — No recuerdo la fecha, prácticamente se me apareció de repente en mi oficina. Era un tipo delgado, joven, pudo tener 30 o más años, pero su cabello blanco, lo mismo que sus cejas, pues era albino, me hacía imposible calcular su real edad . A veces me parecía un anciano, muy arrugado y débil. Me pidió disculpas por entrar sin mi permiso, pero quería publicar una serie de cuentos cortos; como yo disponía de un espacio en una de las páginas, acepté las historias que no las iba a pagar por el momento, de acuerdo a la recepción que tuviera con mis lectores. Nunca supe su nombre, sólo su firma: El Oráculo. — Sin duda usted está muy preocupado. — Mmmm, eso es lo terrible. Ahora envió una historieta donde un loco trata de matar a nuestro Presidente. — ¡Qué! ¿Y hay algo más…? Carrados comprendió de golpe la razón de haber sido designado a la que llamó tan “estrafalaria diligencia”. — Sí, por la acción decidida de un policía el Presidente sólo queda herido gravemente. En el cuento el Primer Mandatario queda tan mal que debe asumir el Vicepresidente y después el asesino frustrado es detenido y confiesa su crimen. — Perdón —terció el Detective González, su ayudante— alguna vez se puede equivocar. —Lamento decirle joven que en mi semanario el Oráculo nunca se ha equivocado. Sus historietas se volvieron realidad, como los maremotos de Asia, las Torres Gemelas, las torrenciales lluvias en el planeta, etc. — Entonces debemos avisarle al Presidente y aumentar las medidas de seguridad. —Mmm, no lo creo así, colega _la voz profunda de Carrados acaparó la atención de los presentes—. En mi opinión debemos calmarnos y buscar una pista en la realidad, no en la mitología. — ¿Cree que El Oráculo es el autor de los accidentes? Bueno, de los accidentes que se pueden probar como tales, no los maremotos ni la locura de los terroristas árabes. —La lógica es el camino a la verdad. Si bien no creo en las coincidencias ¿Quién me dice que Oráculo no tenía antecedentes del ataque a las Torres Gemelas? Acerca de la crisis económica mundial, hay muchos analistas que habían hablado de un descalabro cíclico en la economía global, que, pese a que es cierto trajo un rápido progreso económico en los países socios, también se había pensado en que un tropezón podía arrastrar como efecto dominó a todos los países asociados. — Por lo tanto —continuó—, esas pueden ser las razones para que un señor muy despierto pueda aparecer como adivino. De ahí que estoy intranquilo por el Presidente, puede ocurrir algo similar como al Ministro… en buenas cuentas, un posible atentado que hay que investigar. Se retiraron en silencio, como era la costumbre de ambos, y se dirigieron a la sede de la inteligencia nacional. El Director del Servicio de Inteligencia, un hombre muy reposado, desde su sillón miraba a ambos policías sentados en un cómodo sofá, mientras bebían las pequeñas tazas de café.
— He oído hablar de usted, señor Carrados, y de sus casos. Encuentro de gran gravedad la diligencia que le encargaron, aunque concuerdo con usted que todos estos señores adivinos son un engaño que la gente acepta dentro de su ignorante superstición. — Señor Director, vengo a pedirle que si tiene antecedentes del tal Oráculo me los dé para aliviar esta investigación … un tanto descabellada, perdone usted. — No, no hay nada que perdonar, pues pienso lo mismo. Por desgracia no tenemos antecedentes de un individuo así. (Finalizará). | |
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