Dos Planos un Mismo Momento

Dos Planos un Mismo Momento

Ese día con mi amigo Reinaldo decidimos encontrarnos para charlar. Solemos hacerlo largo tiempo por teléfono, ya que vivimos lo suficientemente lejos como para que nuestros encuentros personales puedan realizarse con la asiduidad que nos gustaría.

Nos reunimos en un bar a mitad de camino de nuestros hogares. El sitio que elegimos era de los típicos de los años setenta, bien sencillo con ventanales amplios, sillas y mesas de madera igual que el mobiliario.
Los mozos con sus chaquetillas blancas y una servilleta colgando del brazo atendían a los parroquianos.
En las mesas la ausencia de ceniceros nos devolvía a tiempos actuales, donde la prohibición de fumar rige desde hace unos años obligando a los fumadores a salir a la vereda para satisfacer su deseo.

Charlábamos y recordábamos tiempos pasados, anécdotas y situaciones vividas por nosotros y por otros personajes del barrio, que ya no se los puede ver en estos tiempos.

El día era esplendido, pleno sol, un cielo celeste y una cálida temperatura sólo atenuada levemente por la brisa.
Me detuve un instante mirando por la ventana el día que nos regalaba la vida cuando… vi que ellos cruzaban la calle en dirección al bar. Eran tan viejos como nosotros.  Ambos vestían traje con chaleco. Uno de ellos, el más alto lucía un reloj cadena que consultó antes de entrar y un sombrero que se lo quito al  ingresar.

No podía creer que eran ellos. Julio César padre y julio César hijo se acercaron a nuestra mesa y luego de saludarnos afectuosamente se sentaron frente a frente.
El más bajo de los Julio César me miró a los ojos y me preguntó.
- ¿No nos vas a presentar a tu amigo?  -

Me quedé en silencio tratando de procesar aquello que estaba viviendo. ¿Cómo explicárselo a mi amigo? ¿Cómo explicármelo a mí mismo?
Mi padre y mi abuelo paterno estaban compartiendo la mesa con nosotros. Los dos habían fallecidos cuarenta y sesenta años atrás.

La cuestión era que ellos estaban allí con nosotros, o por alguna cuestión milagrosa que no podía explicarme o porque lo que estaba viviendo no era real y lo estaba soñando.
De cualquier forma, no podía dejar pasar ese momento mágico.
Me levanté, los abracé con cariño y se los presenté a mi amigo que sonrió feliz.

Durante todas esas horas que compartimos la vida fue atemporal.
Cuatro amigos setentones disfrutando de la charla.

Dos planos del infinito y un mismo momento.

Gracias Jaime. Muy honrado por tu presencia y tu opinión sobre mi trabajo. Abrazo

Una maravilla... Ojala pudiera ser una realidad, sé que nuestros seres queridos nos visitan, sin embargo siempre me rebelo contra lo intangible, de pronto se siente un aroma que nos lo recuerda, pero es tan imposible verlos, aunque a veces como se dice por el rabillo del ojo se alcanza a veces a ver algo.

Muy buen cuento, al igual que a Jaime me tocó y este es el objetivo de todo buen escritor, desde que te empecé a leer me maravillo con tus escritos.

Felicitaciones.

Gracias Ethel. Un cálido abrazo querida amiga.