Mi tiempo.
Mañana descubrí, que hoy no era mi tiempo de existir. Me armé de valor ayer, cuando me reflejaba sobre los charcos de la pasada tormenta. Antes de ayer, escribí sobre el mañana, y pasado mañana terminé con los restos de la vida que ya no soy.
La tarde del año que viene me acosté sobre el césped de mi casa, miré el cielo matando mi tiempo. Corrí sobre centenares de microorganismos, esas diminutas criaturas, las que ni siquiera vivieron bajo mis pies cuando yo me creía viva. Hace diez años que no fue. Me vi recostada en una camilla de hospital, en mis brazos vías periféricas podía contemplar. Me miré ahí; totalmente perpleja, impactada con el entorno hospitalario. No sonreía, mis ojos se aguaban y la piel estremecía.
Hace cinco años por delante, ese momento cuando desistí de mis sueños y metas. Cargaba de agua el vaso de vidrio, el cual bebería, luego del cóctel de pastillas. Poco antes de no ser me choqué con mi espíritu, nos miramos fijo y luego de un largo y conflictivo debate, decidimos separarnos por completo. Yo me fui y el voló hacía un sombrío e incurvado camino. Borrando las más pequeñas huellas para ya no volver a encontrarme.
Hace cincuenta años que no viví, leía un libro bajo la luz del amanecer. Y abrazada a un ser especial. Conocía el amor, ese mismo que no sabía iba a encontrar. Luego el presente se hizo polvo, y conmigo solo fue como tierra absorbida por agua.
Hace dos minutos nací y hace dos milenios me convertí en la responsable de mi propia muerte. Pasaron siglos y no fui vida, no encontré rumbo solo una taza de café puro, que me negué a tomar, un bolígrafo y un trozo de papel: que no dudé en utilizar. Lástima que mi lapso de agotará cuando iba creando mi destino en cada rincón blanco, con tinta azul, que pronto se agotó.
Pasaron tres años sin llegar y me encuentro sentada en este blanco lugar. Esperando algo.