EL SEXO PARA LA RELIGIÓN

Cuando uno quiere dedicarse a la espiritualidad ha de centrarse en prescindir de las pasiones de orden y origen explícitamente mundanal que, a nada que nos descuidemos, pueden extraviarnos del recto camino hacia la eternidad con todas sus salvadoras consonancias; puestos a descartar podríamos decir que sobra el mundo, pero no es exactamente así ya que la mundanidad tiene un espectro inmaterial, esencial, por tanto nuclearmente bello del que el hombre/mujer espiritual no puede sustraerse de manera radicalista si no quiere incurrir precisamente en el yerro que pretende evitar con una fundamentalista toma de decisión. Así pues las religiones (en su gran mayoría) acaban incurriendo en esa equivocación haciendo tabla rasa con las pasiones más pugnantes, sin distinguir buenas de malas, con la salvedad de alguna excepción muy puntual que, por supuesto, no confirma la regla. El sexo, como rey de las pasiones que és, ha sido puesto en entredicho por la mal entendida religiosidad, es por eso que las principales religiones que nos vienen en mente son eminentemente sexófobas, lo cual es un tremendo contrasentido ya que el sexo, oportunamente respaldado por el alto sentimiento o por la sola sensualidad, es un maravilloso aderezo para la relacción interpersonal, una relación castrada si atendemos a una torcidera interpretación pseudoreligiosa.




Adanhiel.