OLVIDAR NO RESUELVE LAS COSAS
En mi opinión, no es del todo acertado ese consejo aparentemente generoso y sabio que damos y recibimos que dice: “lo mejor es olvidar”.
Olvidar no resuelve las cosas: las oculta.
Al olvidar intentamos que de ese modo no nos afecte la influencia del hecho y, a veces, en los asuntos en que están implicada alguna persona, lo hacemos incluso como un acto de bondad hacia el otro, pensando que si olvidamos lo que nos hizo le estamos perdonando, pero eso no es cierto.
Lo correcto, antes de querer enviar las cosas al olvido, es analizar las cosas, objetiva y desapasionadamente, entenderlas, comprenderlas, encontrar las razones y valorar el contexto, y ponernos en el lugar de quien o quienes han estado implicados en ese hecho.
Comprender la lección que nos enseña cada experiencia desagradable es la clave para eliminar el dolor que nos aporta.
Es aconsejable acostumbrase a solucionar los asuntos antes de que el olvido se haga cargo de ellos, porque puede llegar a desaparecer el recuerdo del hecho en sí, pero es mucho más difícil que desaparezca la sensación o el sentimiento que nos dejó el hecho y, si olvidamos, lo que puede suceder es que nos quedemos con la sensación o el sentimiento afectándonos inconscientemente, y el día que queramos resolverlo y tengamos que ir al origen, ya no sabremos dónde está.
Por ejemplo, si en la infancia un perro nos dio un susto, en una única ocasión, es posible olvidar el perro, la raza, el tamaño, el color, el motivo… pero puede quedar un rechazo o miedo a todos los perros para el resto de la vida. Cuando uno sea adulto, el día que quiera resolver el trauma con los perros, el olvido no le permitirá comprobar lo que podía haber comprobado antes de olvidarlo: que el perro era tan pequeño que lo podía haber vencido dándole un pisotón, que estaba amarrado con una gruesa cadena por lo que era imposible que le atacara, o que en realidad no era nada más que un ladrido normal pero que como uno iba distraído eso hizo que se asustara por encima de la realidad.
Ahora hay que trasladar este ejemplo a las situaciones personales de cada uno.
Las heridas personales que no se han cerrado sanamente y bien, van a reclamar constantemente ser resueltas; nos van a llamar continuamente y no nos van a dejar avanzar.
Antes de olvidar hay que comprender lo que sucedió –lo que no quiere decir que haya que estar de acuerdo-. Sucedió lo que sucedió, eso es un hecho histórico cierto y comprobable. Ya no se puede cambiar físicamente nada de lo que sucedió. Lo que sí se puede hacer –y es ya la enésima vez en tu vida que lo lees o lo oyes - es modificar la actitud o la comprensión de lo que sucedió, lo que conlleva la liquidación correcta y definitiva del asunto. Solamente entonces se le puede entregar al olvido.
¿A que las cosas que no te afectan desaparecen sin que te dejen marca? Por ejemplo, ese señor con el que te has cruzado ayer por la calle. O lo que comiste el día dos del mes pasado. O el destino de aquella piedra que tiraste al mar. Pero… hay cosas… cosas que, aunque temporalmente no estén presentes, sí están latentes, expectantes, influyentes, afectando cada vez que encuentran la ocasión de manifestarse… así que, claramente… es mejor despojar a las cosas desagradables del veneno con que nos afectan, porque tienen las llaves de la puerta del olvido y cada vez que lo deseen pueden escaparse de él y venir a molestarnos reclamando su justo derecho a querer cerrarse del modo adecuado.
Conviene recordar esto: el hecho de que no seamos conscientes de las cosas no evita la influencia de esas cosas.
Y cada hecho traumático nos deja un dolor o una emoción concreta que interesa identificar: rabia, pena, tristeza, angustia, sensación de soledad o de inseguridad… Si padecemos cualquiera de estas emociones, u otras similares, no hay que olvidar los motivos que las produjeron sino recordarlos, desmenuzarlos, comprenderlos, aceptarlos, y sólo entonces empezar a olvidarlos.
Lo que causa dolor hay que vomitarlo, hay que deshacerse de ello del modo que requiera, conseguir que nos deje en paz, y eso claramente no se consigue con el olvido sino con la extinción aplicando alguno de los métodos apuntados aquí o poniéndose en las manos sabias de un profesional.
No negar, no ocultar, no rechazar, no oponerse…
Sí reconocer, sí aceptar, sí comprender, sí resolver…
Y después, entonces sí, dárselo de comer al olvido.
Te dejo con tus reflexiones….
(Y si te ha gustado, ayúdame a difundirlo. Bendiciones)
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