No soporto al crítico, ese ser malhumorado que apuñala con placer los gustos e ideologías ajenas. No lo soporto. No hacen otra cosa que insultar los muy imbéciles; vierten sus propias falencias en palabras ásperas. Asco da su mente putrefacta y esa petulante creencia de ser superior.
Y sí, porque el peor crítico es engreído, narcisista. Triste, ¿no es cierto? Ignoran que están por debajo de tipos como yo. Son inferiores. Como mucho pueden aspirar a mi talla, aunque ni siquiera.
El crítico escritor finaliza su oración de la misma manera: con puntos suspensivos. Claro, como si los hiciera más intelectuales, como si escribir tres puntitos los convirtiera en sabios pensadores. Cuánto mediocre levanta la pera al sol. . .
Pero ese es sólo un detalle. En su afán por destacarse revisan desesperados el diccionario para pescar palabras raras, obligando al lector a instruirse para seguirles la línea. Son ampulosos. Hablan como si fueran profesores de Harvard. Cuánto se equivoca ese espécimen al yuxtaponer materias de coloquio desemejantes cuando el palique toma un curso que no se acuña al resto de sus semejantes.