Despertó a las seis de la mañana, dolorosa batalla entre el sueño y la vigilia. El cuerpo se quejaba porque hacía nueve horas reposaba, y ahora era obligado a sentir, a contraer y dilatar los músculos, a despegar los párpados que por vez primera veían luz. Quedó boca arriba, las formas se iban haciendo a su alrededor. Después se dio vuelta y se puso en posición cuadrúpeda, hasta que apretó los pies contra el suelo, hizo fuerza con las rodillas y se paró. Le costó mantener el equilibrio, por eso con las dos manos se sujetó de la cama, pero ni bien se hizo de confianza logró caminar.
Al rato salió a la calle, rebosaba de energía. Sentía que podía caminar horas sin cansarse. Un perro de hermoso pelaje se cruzó en su camino, lo acarició, jugó con él, hasta que el canino salió corriendo porque del otro lado de la calle apareció uno a desafiar su territorio. Entonces siguió caminando, disfrutando la belleza de lo que veía. Silbaba y le sonreía a las cosas, le hablaba a las cosas y hacía de cuenta que éstas le respondían; también agarraba con la mano lo que fuera que encontrara y lo olía, lo pesaba, se lo llevaba a la boca y, a veces, cuando el sabor era desagradable, hacía una mueca de disgusto y lo soltaba. Su paso era incansable. Ahora se hacía preguntas: todo lo que veía era motivo para preguntarse sobre esto y aquello, sobre el funcionamiento, el motivo, la razón, el por qué y el cómo, y al no tener respuestas simplemente fue apagando el ímpetu de la incógnita, hasta que ésta desapareció y ahora lo que veía llegaba como lo que era, plano, superficial, objetivo.
El caminó terminó en la construcción. Tomó un casco de protección, las herramientas, y empezó a trabajar en un tercer piso por hacer. Al principio fallaba en su labor, no logró darle a los clavos y se rompió los dedos con el martillo, perdió tuercas, rompió herramientas, pero más tarde, al fin, pudo hacer las cosas correctamente. Llevaba unas horas allí, estaba aburrido, fastidioso por tener que hacer siempre lo mismo, pero sabía que tenía que hacerlo, entonces se concentraba en lo que hacía y se esforzaba por olvidar el descontento.
Era la hora del almuerzo cuando ve a una mujer caminando por la vereda. Se miran, se acercan, hablan, se besan, él se enamora, en el baño hacen el amor como si fuera la primera vez, después salen y ella dice que no lo quiere, se va. Él la corre en vano, queda arrodillado en la vereda, llorando. Allí sufre, la extraña, se recompone a medias. Otra mujer lo ve en ese estado, lo levanta, lo abraza, le ofrece su amor; se aman.
Ya no tiene las mismas fuerzas para trabajar, no cree poder hacerlo mucho más. Está cansado. El cuerpo no le responde como cuando llegó. Las manos tiemblan al sostener el clavo, el martillo se le cae por el mismo motivo, los músculos no soportan el peso más corriente. Deja de trabajar a las seis de la tarde.
Vuelve. El camino le es indiferente como todo lo que a su alrededor sucede, tanto por un desinterés genuino como por una vista parcial, un oído impuntual y un olfato selectivo. Sólo presta atención a la vereda en su lento caminar, lento por un par de piernas que duelen y una cintura que también. Indiferencia ante el perro que de nuevo se acerca a ser mimado, ante el cortejo de los picos en los árboles, ante el verde y el horizonte rojizo, ante la risa y el llanto.
Llega. Se acuesta. Está débil. Tiembla. Respira con dificultad. Quiere dormir pero le dicen que no puede, que no se debe buscar el sueño sino esperarlo. Qué barbaridad, contesta él, qué barbaridad, después de todo lo que hice en el día ya no quiero estar más despierto, quiero dormir. Vuelven a la carga y le dicen que es inmoral buscar el sueño, que lo correcto es que el sueño lo busque a él. ¿No me va a dejar dormir entonces? No, lo siento. Déjeme descansar, durante el día hice lo que tenía que hacer, ahora es momento de que descanse, elijo dormir, exijo dormir, estoy cansado, ¿no me ve? Lo siento, así son las reglas. Es inaceptable, inaceptable, ¿me oye?, que no pueda decidir cuándo dormir, es mi sueño, no el suyo, soy libre de hacer con él lo que considere correcto, adiós, necesito descansar. Dijo esto, cerró los párpados, y durmió.