Brotó una semilla y al paso del tiempo se transformó en un hermoso árbol, testigo de vidas circundantes que lo convirtieron en amigo silencioso pero constante y fiel.
Vió pasar veranos y se mantuvo firme luchando contra la sequía y el calor abrazador. Llegó la primavera y se vistió de colores, sus hojas parecían de terciopelo y en sus ramajes se elevaban trinos que impregnaban su copa de alegre sinfonía.
Llegó el invierno y sirvió de abrigo conformando un paraguas protector, mientras era acariciado por las gotas frías y constantes de la lluvia.
Igualmente, sintió el calor de los seres humanos bajo cuya sombra se sentaban a conversar demostrando una faceta de emociones diversas. En él se columpiaban los niños que luego fueron adolescentes y jóvenes confesándose sus ilusiones y enamoramientos. Vió los éxitos, las graduaciones y bodas, la madurez, la vejez con sus tertulias reflexivas y ejemplares.
Y allí seguía, primeramente, erguido, hermoso, besando las nubes y reflejando la luz del sol. Después, se fue encorvando, su tronco empezó a secarse como se cuartea la piel de los abuelos. Mientras tanto, los jóvenes que en el pasaron amenos ratos, se acurrucaron junto a las palomas que rondaban sus raíces, se multiplicaban para conformar las generaciones de relevo.
Un día crujió de tanta sequedad en la edad senil, en los años que los mas viejos le calculaban y su raíz flotó desde la interioridad de la tierra para desplomarse precipitadamente. Agonizaba lentamente y el paisaje quedaba triste y vacío. Al talarlo y convertirlo en rolas, fue quedando en alguna forma útil, en los hogares que lo limitaban y siempre lo acompañaron.
Esta es la historia de muchos árboles que son apreciados y cuidados por la ciudadanía
Trina Leé de Hidalgo
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