¿Nos tomamos un café?

Era un atardecer invernal. Había salido de uno de mis trabajos y estaba muy cansada, con el pesado maletín en bandolera. Debía dar una clase a las seis de la tarde, tenía tiempo de sobra para tomarme un capuchino acompañado de un rollo de canela en el Mac Café, frente a la Plaza Matriz.
Me apoltroné en uno de los sillones, después de arrojar mi carga en otro, a esperar que mi pedido estuviera listo. Mi próxima actividad no me estresaba en absoluto, por lo que era un momento intensamente disfrutable.
Desde mi asiento podía ver la estampa de la hermosa plaza bajo el débil resplandor del sol, escuchar las campanas de la Catedral y apreciar el bullicio de los vendedores ambulantes recogiendo sus puestos.
Observaba a la gente que entraba -como yo- a descansar un instante en ese ambiente confortable. Con el subyugante aroma a café recién molido como telón de fondo, me detuve a examinar el rol del café en mi vida y las vidas de otros.
Pocas cosas como el aroma del café tienen tal poder de convocatoria a los recuerdos y con ellos las emociones que provocaron. Su aroma evoca al hogar, incita a confidencias, rememora desayunos al resplandor de los rescoldos del fuego de una noche de amor o la espera de noticias -cargada de ansiedad- en la cafetería de un hospital.
Invitar a un café suele servir de pretexto para iniciar una relación, pero también para finalizarla.
Se adecua a una entrevista de trabajo, al cierre de un trato de negocios o a la firma de la escritura de una propiedad.
Acorta la jornada de trabajo y prolonga una agradable sobremesa.
Anima y reconforta.
No se me ocurre nada tan versátil como una taza de café.
Mi mente voló, esta vez hacia mi madre y las meriendas que compartimos con un café con leche como testigo y cómplice.
Me llamaron desde el mostrador, despertándome de mi ensueño.
Tomé mi tiempo para saborear mi café con el fragante rolo de canela.
Al terminar suspiré resignada, recogí mis cosas y salí de allí. Atravesé la plaza con el murmullo de la fuente apagando mis pasos.

Hombre pues muy buen trabajo. La narrativa es fluida y consistente y eso se agradece porque la lectura se hace amena. Lo que si criticare es el fondo del escrito. La protagonista parece ser de esas personas a las que el mundo que les rodea les importa un comino... o un pepino. El simple hecho de apoltronarse en un sillon del cafe y acomodar su carga en otro es muy significativo. Vamos, como en el autobus urbano, que te subes y encuentras a una persona ocupando dos asientos, uno para el y otro para sus cosas. Y bueno, en el caso de la protagonista, es tal su inconciencia o le importa muy poco que alguien mas pudiera ocupar el otro sillon, que puede echar a volar la imaginacion y recordar el ayer tomando un cafe.

Pero bueno, habra que disculparla, en este mundo burgues y desigual, que importa el derecho que tenga otra persona, ademas de uno mismo, a ocupar un asiento si eso implica que alguien se vea impedido en evocar memorias y recuerdos degustando su cafe... perdon! su Mac Cafe.

Muy pero que muy buena pluma, felicitacion al autor. Reciba mi saludo fraterno.

Algo me suele llamarme la atención estando en la confitería es la expresión en el rostro de las personas que (generalmente solas) toman café. Es como si siempre estuvieran tan fríos, tan distantes. Comunmente los veo lentos, como si el tiempo no les importara, alejados de la realidad. Me comparo con ellos y me veo acelerada, llena de cosas para hacer, a veces con culpa por estar ahí desperdiciando tiempo al tomar el café.
Este texto me hace pensar que mi apreciación seguramente es errada, cada uno tendrá su mente llena de recuerdos, planes para el día, problemas que solucionar.
Sobre el comentario de AngelCaido, a mi también me molesta que pongan cosas en el asiento del colectivo, como cerrando la oportunidad al que recién sube de sentarse ahí.
Nilda Sena

Excelente, amiga Ada. Sencillamente excelente. Logras plasmar muchas cosas verdaderas en este relato tan corto con gran maestría. Fue un placer de los buenos poder leerlo. Saludos,
José

Gracias por los comentarios.
Deseo aclarar un punto, ocupar con el maletín, el abrigo, las bolsas de la compra, etc....el otro sillón de una mesa de dos en un café no es inusual en nuestras costumbres. No es lo mismo que ocupar el asiento de otro en el ómnibus (o colectivo), eso sí sería desconsiderado.
Lo raro en nuestra cultura es sentarse a la misma mesa con un desconocido, a menos que el sitio esté atiborrado de gente -que no es el caso del relato- pidiendo permiso previamente. Abrazos.

¡Gracias, Jaime! Abrazo.