La Casa de las Brujas

Los grandes árboles cubrían buena parte de la gótica fachada, pero su altura era superada por la torre, cuyo puntiagudo techo de dos aguas asemejaba un sombrero de bruja. Debajo de él, dos ventanas en arco hacían las veces de ojos.

Adentro pululaban unas pequeñas mesas circulares de metal con un cristal encima. La iluminación era tenue, y la música barroca daba al lugar un toque distintivo. Cuando llegué sonaba Tocata y fuga, y Antonio me esperaba con el menú en la mano.

—¿Quieres un Hechizo Ancestral, o prefieres Agua de Luna?
—¿Qué es lo que tomas tú, Antonio? No tengo idea de lo que me estás hablando.
—El Agua de Luna es horchata con una pizca de canela, y el Hechizo Ancestral es té helado con miel y una rodaja de limón. Mira, está aquí, en la sección de Brebajes.

La mesera, ataviada con un largo vestido negro ceñido al cuerpo, y un collar metálico plano que me recordó a una media luna, nos indicó que Los Ojos de Lechuza eran cortesía de la casa. En mi plato resaltaban dos rodajas de tomate sobre una cama de lechuga, espinaca y puerro, y un aderezo anaranjado que picaba un poco, parecía una mezcla de chipotle y crema, con algún otro ingrediente. Regresó a los pocos minutos con unos crayones fluorescentes y unas hojas que tenían un aspecto añejo, y nos indicó que ahí podíamos hacer un dibujo, que posteriormente sería colocado en la pared principal, y que, de ser seleccionado como el mejor del mes, nos haría acreedores a una cena para dos personas. Hice los crayones a un lado y me dispuse a platicar con Antonio. Un fulano alto y enjuto nos trajo dos cazuelitas con queso fundido y champiñones. «Disfruten del Doble Conjuro, es otra cortesía de la casa». Y dicho esto, se retiró cojeando.

—¿Te conocen, Antonio? ¿A qué se deben tantas cortesías de la casa?
—Ni idea, mano.

Una tercera persona se nos acercó, interrumpiendo nuestra plática. Traía una charola con varios platos y comenzó a distribuirlos sobre la mesa.

—Pócima del Lago, Caldero Humeante, y de postre, Nubes de Tormenta.
—¿También esto es cortesía de la casa? —pregunté.
—Así es, señores. Por ser esta su primera visita, su cena va por nuestra cuenta. Lo más exclusivo de nuestro menú para que nos conozcan y regresen pronto.

La chica, con una falda roja y camisa blanca, parecía ser la mesera que nos atendió al llegar, pero esta tenía el cabello largo y lacio, a diferencia de aquella, que tenía el cabello corto y rizado.

—¿Son gemelas?
—¿Cómo dice, señor?
—Sí, tú y la otra mesera.
—No, señor, ella es mi madre.

La cena fue un deleite para el paladar y, después de ponerme al día con Antonio, salimos de la antigua casona tras pegar nuestros dibujos en la pared. Esa noche, al llegar a casa, me quedé pensando en el tipo fantasmagórico, las dos meseras seductoras, y en la magnífica comida que disfruté. Luego me quedé profundamente dormido.

Interesante relato amigo Titán. Muy sugestivo, misterioso y original. En suma, una agradable, fresca lectura. Saludos,
José

Está muy linda la historia. Me gustó la forma de contarla.
Nilda

Parece un prólogo, algo que deja deseando más. Porque le falta remate a esta puesta en escena que encontré fresca, interesante, equilibrada.