Una casa lejana

Es un pequeño, con grandes ojos, y algo que no se si reconocer como una sonrisa tímida o un gesto de dolor en los labios. Me mira curioso, sin hablar, como si tuviera miedo pero al mismo tiempo expectativa positiva sobre mi presencia. Está tan silenciosa la tarde…
Le pregunto por sus padres, va hacia adentro y viene una señora con otros chicos pequeños a su lado y en sus brazos. Se sorprende, es que están tan lejos y siempre solos. Le explico que soy de una organización social y que estoy haciendo una encuesta. Me mira sorprendida, ¿es el censo? -Me pregunta- Entonces le explico los motivos y la importancia de los datos, al mismo tiempo que hablo, me escucho diciendo esas cosas y siento que todo pierde el sentido. ¿Qué puede importarle a esa mujer mis fundamentos, la información que necesito? Intento simplificar mis palabras y ella accede sin problemas. Me invita a sentarme, me ofrece agua, o si quiero puede preparar mate.
Esto es increíble. Tiene tantas necesidades y me ofrece mate, a mí, a una desconocida que viene a romper su quietud, a hurgar en su vida.
Cuando me alejo, todos me despiden sonriente, miro a mi alrededor y pienso que debo rever mi idea sobre vivir en el campo, disponer de paz, aire puro y estar rodeada de tanta naturaleza. Siempre pensé que era hermoso. Ahora dudo. Ahora, después de ver y escuchar a Lucía describir su mundo, no siento tanta paz, al contrario la veo perderse en la inmensidad de un mundo solitario que la aleja de los demás, que la mantiene sin luz eléctrica, sin agua potable, sin asistencia médica cercana, sin comercios donde buscar lo más elemental. No es mi idea sobre “lo lindo que es vivir en el campo”. Para colmo, no hay transportes que la lleven o la traigan a algún poblado cercano. No me gustaría ver sufrir un problema de salud en medio de la noche a un miembro de mi familia. No me gustaría no tener ayuda. Tampoco me gustaría paredes tan húmedas, habitaciones tan chicas… no se... No me gustaría…
Mientras mis ojos se hunden en el camino, siento que no es tan malo la ciudad, su barullo, su ritmo incesante… y pienso, si pienso: yo puedo elegir ¿y Lucia, y su familia pueden elegir?

Un buen relato y la vida, siempre la vida que nos despierta a una realidad que no conocemos.
Felicitaciones, lo disfruté.

Que buenos recuerdos Jaime. Sin duda, fortalecieron tu respeto a la vida, a la naturaleza. Solo viviendo situaciones concretas se puede comprender, lo bueno y lo malo de cada cosa, de cada lugar, de cada circunstancia.
Un cordial saludo.
Nilda

Una gran pregunta final, amiga Nilda. Y me parece que la respuesta es no, no pueden elegir. La cuestión es que algunas personas se adaptan a las situaciones más adversas con gran resignación, sólo porque es lo que les tocó vivir. Y muchos de nosotros no nos damos cuenta de lo afortunados que somos al tener un cierto control sobre nuestras vidas, pudiendo muchas veces elegir. Me gustó mucho el relato. Saludos,
José