DESTACADOHISTORIAS URBANAS
Las ganas de estrenar mi licencia de conductor profesional iba mucho más allá de los temores a fracasar, de mi falta de experiencia en el manejo, del día lluvioso que parecía el fin del mundo y de mis escasos 19 años.
Llegué hasta el domicilio indicado en el periódico. La casa tenía aspecto de ser ocupada por gente de clase media, trabajadora y a juzgar por el atuendo del dueño de casa.
El hombre, necesitaba un chofer que hiciera turnos rotativos, su trabajo en la fábrica, según me explicó, era una semana de día y otra de noche.
La intención era usar el vehículo en forma particular cuando estuviese en su casa y como además necesitaba algún dinero extra, el taxi debía trabajar cuando él estaba en la fábrica.
- Bueno pibe ¿querés empezar ahora? - Dijo sin más trámite –
Debo haber puesto tal cara de susto y sorpresa que el hombre agregó
– ¿Si tenés todos los documentos en orden… digo, y no tenés algo más importante que hacer?
Me quedé mirándolo unos segundos que parecieron eternos hasta que arranque con un
- NO…NO Don, tengo todo los documentos aquí y no tengo problemas para empezar cuando usted diga.
- Listo entonces… vení seguime que te muestro el coche.
Fuimos hasta la cochera y… allí estaba. Era un Morris viejo, sin embargo, se lo veía en buen estado y para mí, más que en buen estado, era un sueño… y poder manejar aquella nave espacial negra y amarilla, un milagro.
- Sentate y anda familiarizándote con las luces y demás cosas, que yo mientras tanto me cambio de ropa y de paso me dejás en el centro, que tengo que hacer unos trámites.
En el garage faltaba luz como para poder curiosear y ponerme a tono con el vehículo y sumada mi inexperiencia, el corazón me andaba a los saltos, como rengo en tiroteo.
- ¿Y que tal, ya estas listo para empezar a trabajar? - Retumbo como un trueno su vos dentro de la cochera.
- Si Señor.
-Bueno, abro el portón y sacálo nomás, que me llevas al centro y de ahí arrancas.
Lo puse en marcha y lo saqué corcoveando como domando un potro.
-Tranquilo, ya le vas a tomar la mano al embrague, al principio cuesta pero, en pocas cuadras va a ver que lo llevas como una seda.
En ese momento se largó un aguacero de aquellos, se empañaron los vidrios y encima que no veía dos en un burro, no le encontraba la vuelta a los cambios.
-Para pibe arrimáte al cordón y esperemos que pase el vendaval que así no se puede manejar… ¡que lo parió!
Yo estaba más mojado que si hubiese estado del lado de afuera del auto, el sudor me brotaba como catarata.
Limpiamos lo empañado y cuando amainó la lluvia, continuamos el viaje.
Durante el trayecto, me enteré porque todavía el tipo no me había sacado a patadas.
Resultó que compró el auto pero… no sabía manejar y de ahí que no caía en cuenta de todas las torpezas que cometía al conducir.
Lo dejé en la estación de Retiro, en una recoba donde paraban los taxis para subir y bajar pasajeros.
- Chau pibe, trabajá tranquilo y llévame el auto más o menos a las nueve- me dijo - y se fue sin darme tiempo a decir nada.
Inmediatamente un hombre abrió la puerta trasera y subió una mujer rubia de unos cincuenta años. El hombre metiendo la cabeza dentro del auto dijo – abrí el baúl que la señora tiene equipaje.
Bajé llaves en mano, sin embargo, con ninguna de las llaves que tenía el manojo pude abrir el baúl. Tuvo que ser el changarín el que abrió y metió la valija de la mujer adentro, me entregó el manojo y me miró como quien mira a un inútil. Y tenía razón el tipo ¡hay que ser inútil carajo… para no poder ni abrir el baúl de un auto.
- ¿Donde la llevo Señora? pregunté con la vos quebrada por la vergüenza y los nervios.
- Po favo dique cuarto - dijo con acento extranjero –
- Le pido mil disculpas Señora pero… es mi primer día de trabajo y no conozco muy bien la ciudad… ¿usted podría guiarme?
- Mi no habla español - respondió –
En ese momento retumbó un trueno como una explosión atómica y se largó una lluvia de la ostia.
Arranqué y me encomendé a Dios.
No se veía a dos metros y menos para los costados, lo que resultó que siguiera a los autos de adelante que doblaron en bloque para la izquierda.
En mi cabeza resonaban las palabras de la mujer, dique cuarto, dique cuarto.
¿Que mierda era dique cuarto y donde carajo quedaría ese lugar, que en mi perra vida escuché?.
De pronto… algo me dijo que podría ser en el puerto, la lluvia dejó nuevamente de caer y cuando bajé la ventanilla para ver mejor, pude divisar barcos sobre mi izquierda.
En un semáforo en rojo detuve el vehiculo y otro taxi que se puso a mi par me tocó bocina y me indicó con señas que bajara la ventanilla del otro lado.
- Vas a perder plata pibe si no bajás la banderita del reloj - me dijo con una sonrisa socarrona –
Inmediatamente constaté que el reloj no estaba funcionando y traté de bajar la banderita para que marque el precio del viaje.
- Tenés que accionar la palanquita que está al costado del reloj pibe, sino no vas a poder.- continuó - al ver mis fracasados intentos.
Por el espejo retrovisor los ojos de la mujer se salían de sus órbitas.
Como si fuera una maldición, la lluvia comenzó otra vez como si no hubiese llovido en mil años.
La entrada al puerto debería estar por aquí pensé pero, la cosa era que no veía nada y cuando pude darme cuenta de donde estaba ya había salido de la capital y estaba en avellaneda. Lo supe porque en una esquina estaba parado un patrullero de la provincia de Buenos Aires, al que luego le pregunté por el dique cuarto.
- Del dique cuarto se pasó unos cuantos kilómetros Señor, eso está en el puerto a la altura de la Av Belgrano - me respondió el policía que tampoco pudo dejar de sonreír.
En un momento pensé que los únicos que no sonreían en el mundo, éramos la gringa que llevaba en el asiento de atrás y yo.
Pegué la vuelta y desandé el camino.
La pregunta era ¿donde estaba la Av Belgrano?. El único Belgrano que conocía era el creador de la bandera y en esas circunstancias poco era lo que me podía ayudar mi conocimiento de la historia.
Por suerte no llovía, por lo menos en ese momento y pude después de manejar unos kilómetros leer un cartel que decía Av Belgrano. Allí justamente estaba una entrada al puerto. Me metí y la gringa empezó a los gritos DIQUE CUARTO… DIQUE CUARTO
Sobre la pared de ladrillos de unos inmensos galpones la letra D y el número 4 tenían unos seis metros de grande.
Por fin habíamos llegado, la mujer me pagó y no le pude dar el vuelto porque no tenía más dinero que el que llevé para ir a la casa del dueño del auto esa mañana.
Arranqué para irme y la gringa comenzó a gritar como loca no sé que cosa, en polaco seria… ¿que se yo? Detuve el auto y mientras la mujer corría hacia mí… me acordé de la valija.
La salida del puerto pude encontrarla porque pasó un taxi vacío al lado mío y me dije… este va a salir del puerto con seguridad, así que… lo seguí.
Efectivamente salió del puerto, yo nunca hubiera podido hacerlo la poca visibilidad que había por efecto de la lluvia lo habría hecho imposible. El día parecía ensañarse conmigo.
Al taxi de adelante lo tomó un pasajero y a mi me detuvo un hombre con un paraguas que acompañaba a una pareja mayor.
Los ancianos se ubicaron en la parte trasera y el hombre del paraguas después de ayudarlos, se dio media vuelta y se fue.
-Buenos días – saludé, sin embargo, estuve a punto de decirles que no era una broma - y continué -¿Adonde los llevo?
-Timoteo Gordillo y Juan Bautista Alberdi - dijo el anciano.
Por favor Señor ¿usted podría guiarme? es mi primer día de trabajo y no conozco muy bien la ciudad… ¿vio?
El anciano demoró unos segundos en responder y dijo – No joven, no vemos, SOMOS CIEGOS.
Ricardo Cocho Garay
(Sólo soy un soplo de vida en la eternidad)