Hola a todos y después de tanto tiempo. Sin más cuelgo algún relatillo de los míos, a ver que os parece:
AVISO IMPORTANTE:
Las autoridades sanitarias de orden mental aseguran que la práctica del juego conocido como LA TABLA QUIJA produce trastornos irreparables en la mente de las personas. Obsesiones, conductas psicopáticas, frenopáticas, delirios y alucinaciones son algunas de las consecuencias de ejercitar este juego sin las debidas precauciones.
Fui a comprar la tabla en mi quiosco habitual y me encontré con este admonitorio mensaje. No le dí importancia, lo mismo pone, más o menos, en las cajetillas de tabaco, pensé, y solté doscientas pesetas por un trozo de cartón plastificado lleno de números y letras por igual.
Mis colegas y yo habíamos quedado esa misma noche en mi casa. Y con lo que me costó convencerlos de que jugáramos un rato, no iba a echarme atrás ahora por una simple advertencia sin fundamento. Lo mismo dijeron de la gripe este invierno y mira tú como acabo la cosa.
Lo primero era lo primero. Por éste orden, cenar, ver el partido del Madrid, echar una charla aderezada con ron añejo para unos y quisqui barato para otros y después enseñarles como iba aquel juego famoso.
-¡Joder con el Santillana! ¡Está ya mayor! - protestaba Juan mientras agitaba el vaso casi lleno. Los cubitos de hielo naufragaban en un mar de ron casi negro como la noche.
-¡Ese gol lo meto hasta yo!- gritaba ante el fallo del delantero Rodrigo.
-Nada, nada. Dejaros de historias que a Arconada no hay quien le meta un gol así como así.- Les pinché a los dos. Alguna ventaja tenía que tener ser el anfitrión de dos del Madrid, pero muy del Madrid. Y sentí que tenía que aprovechar la ocasión.
Se jugaba el partido en el Santiago Bernabeu. Concluida la primera parte, las tablas abrían cierto interés para continuar viendo la segunda parte con esperanza. Al menos yo lo veía así.
Aquel año la Real iba muy bien. Estaba en disposición de disputarle el título de liga al mismito Madrid y en su casa no se dejaba dominar tan fácilmente. Pero la Real era la Real.
Durante el intermedio, fuimos a buscar más bebida. Para mí, quisqui, Rodrigo y Juan, más ron.
Luego nos sentamos de nuevo frente al televisor y mientras daban la publicidad, charlamos de nuestras cosas, nada que ver con el fútbol.
-¿Y lo de Laura, como va?- le pregunto Rodrigo a Juan.
-¿Lo del embarazo? Bueno, va bien. Va por el quinto mes y a partir de ahí, surgen las complicaciones.
Juan, al responder, no podía ocultar su cara de felicidad. Iba a ser su primer niño. O niña. Aún no podía saberse. Yo, y supongo que Rodrigo también, en el fondo le teníamos un poco de envidia. Iba a ser padre, toda una responsabilidad.
-Pues yo cambio el coche. Por un Renault 12 ranchera- cambió de tema Rodrigo.
-Mejor que esas cuatro latas que tienes ahora, cualquier cosa- le chinché. Pero era verdad, ese 127 heredado de su abuelo, por lo menos, se caía a cachos.
-Aquí, el magnate- continuó con la broma Juan- ¡Déjate de historias y cómprate ya el Mercedes!
Seguimos así, hablando de todo y de nada, hasta que en el televisor salió el césped del Bernabeu, y sobre él, los jugadores. De blanco los locales, y de blanquiazules los visitantes.
-¡Callad, que empieza! ¡Vamos, Vamos!
-¡Hala Madrid, esta liga ya es nuestra! ¡Que le den al Atlético!
Y yo, que no era del Madrid, aunque estaba en mi propia casa y el partido se jugaba dentro de mi televisor, confieso que me amilané un poco, y no dije nada, sólo me mantuve a la expectativa. Éste año la Real tenía buena pinta. Bakero, Satrústegui, Zamora, López Ufarte… Una buena hornada de jugadores de la cantera.
De todas formas, quedaba mucho campeonato, se lidiaba la jornada 18. Por ganar la liga, la podía ganar el Barça. Y en eso los tres seguro que estábamos de acuerdo: ¡Y un huevo!
Continuará….
Comenzó la segunda parte. Un toma y daca en el viejo Chamartín. El Madrid apretó las tuercas y suyo fue el primer gol.
-¡Gollllllll!- cantó primero el periodista que retransmitía el partido.
Rodrigo y Juan saltaron al mismo tiempo movidos por el mismo resorte. Iban unas décimas de segundo retrasados con respecto a la acción que se desarrollaba dentro del televisor. Mis amigos, como impelidos por el mismo espíritu, aún estando a muchos kilómetros de allí, se dejaron llevar y obraron del mismo modo.
-¡Gol! ¡Gollllllll del Madrid!- gritaron una y mil veces los dos a la vez.
Me gritaban a mí, a las paredes, al televisor. Sus voces restallaban por todo el salón consiguiendo que yo me sintiera pequeño, muy pequeño a su lado.
-¡Gollll!- continuaban con su cháchara. En fútbol, esos instantes de pasión, de éxtasis, no conocen límites. Cuando tu equipo marca un gol, se desata una extraña descarga de adrenalina que resulta más potente que cien orgasmos de los buenos al mismo tiempo. Y los que están a tu lado, se convierten por unos instantes, si no son de tu mismo equipo, en enemigos blanco de las más crueles mofas. Si son tu mismo equipo, en camaradas de toda la vida a los que hay que abrazar por obligación.
No podía hacer entonces otra cosa que callar y aguantar el chaparrón. Mis amigos estaban eufóricos, alegres sin mesura, felices. Tal es la magia del fútbol. Supongo que la misma que un su día brindó a los ciudadanos del mundo antiguo el Circus Maximus, con sus juegos de lucha, muerte y sangre.
-¿Qué chaval, ves? Ésta liga ya es nuestra. No se nos escapa ni aunque la queramos regalar.
Rodrigo, que en su modo de entender la victoria era el más hiriente, me regaló un comentario que yo no me molesté en tomarme muy en serio.
-Queda mucha liga. Ya sabes la historia de la piel del oso, ¿no?- me defendí con uñas y dientes.
-La del oso y el madroño, ¿quieres decir?
Rieron los dos satisfechos de su ocurrencia. Y yo decidí callar la boca. Al fin y al cabo eran mis amigos, y el único defecto que les encontraba después de tantos años, era que su equipo vestía de blanco. De los pies a la cabeza.
Cuando parecía que todo estaba perdido, casi al final del encuentro, la Real en una jugada anecdótica, marcó su golito. Como diciendo, ¡chupate esa! Entonces los aficionados en el campo, se quedaron como tristes, callados. Es la otra moneda del fútbol. A mis dos amigos les pasó exactamente igual.
-¡Gol!- dije casi como con miedo. Mis amigos no me hicieron ni caso. Creo que ni me percibían en aquel instante, como si no existiera, como si fuera invisible.
A los diez minutos, acabó el partido. Empate a uno, aquí paz y después gloria. Mejor así, y todos tan amigos.
Hasta aquí la parte que le toca al fútbol. Bueno, no del todo. Después del partido, completamos los tres una sesión de Quija. Una de las cosas que preguntamos a la entidad que se nos presentó fue “¿qué equipo ganará la liga?”
El ente respondió con rotundidad y sin titubeos que el Real Madrid. Y casi acierta. La liga de fútbol 80/81 la tenía que haber ganado el Real Madrid. Eso sí. En su último partido en el viejo Zorrilla, el Real Madrid ganó, era lo esperado. Dieron por ganada la liga. Su máximo rival, la Real Sociedad de San Sebastian debía al menos empatar para aspirar a ganar la liga.
La Real se lo jugaba todo en un estadio difícil, el Molinón del Sporting de Gijón.
Las noticias que llegaban a Valladolid desde el norte, concluido el partido, no podían ser mejores, a falta de muy pocos minutos, el Sporting ganaba 2/1 a la Real. En el minuto 90, a punto de concluir el encuentro, ondeaba el mismo marcador.
Los madridista, impacientes, comenzaron a celebrar la liga recién conquistada. La Real nunca empataría el partido. Y nunca les arrebataría la liga. O al menos eso es lo que pensaron. Así son los madridistas, tal es su espíritu.
Pero en la última jugada de ataque de los blanquiazules, un balón queda muerto en el medio del campo. Olaizola manda a la olla. Remata Alonso y despeja el cancerbero del Sporting, Castro. El balón caprichoso rebota en las piernas de varios jugadores, locales y visitantes hasta que por mor del destino, se queda quieto y sumiso a los pies del delantero de la Real, Jose María Zamora, que remata la que seguro iba a ser la última jugada del partido.
La pelota, caprichosa, esquiva la maraña de piernas y ante la inútil estirada del portero, se cuela entre los tres palos. Una carambola que bien vale una liga, la primera de los blanquiazules. Los madridistas no se lo podían creer, pero habían perdido la liga en el último suspiro. Corría el año del señor de 1981.
Luego la Quija nos respondió otras cosas. Quién iba a tener un accidente gravísimo, de los tres, Juan Rodrigo y Yo uno tenía que morir por importunar al demonio con nuestras tontas preguntas.
También le preguntamos a aquella entidad, tenía un nombre muy raro de demonio que no recuerdo, cómo iba a ser el futuro en general.
Recuerdo así mismo que nos dijo, de coña, estoy seguro de ello, que en breve los coches volarían, que un español ganaría al fin el tur de Francia, y que al correr de los tiempos, el partido socialista gobernaría el país.
Nunca creí demasiado en éstas cosas del más allá. Además, la prueba evidente, la más evidente de todas es que también vaticinó la entidad que en breve el Vaticano lo ocuparía un Papa negro.
No se puede errar más de plano. En mi opinión.