Las Desventuras del tamalero

Las desventuras del tamalero

Hasta que el sol vino apuntado el domingo sin gloria, ni salmos, hoy no iré a misa aunque repiquen las campanas jurando el paso al cielo con angelitos culicagados en prendas luminiscentes, tanto paisaje pastel de alados y aureolas y santos, que no me quita la aprensión a los milagros sangrientos por eso de los ojos de santa Lucia en sus propias manos, como hace tantos años de libertad de creer en algo como dios pero mejor que el chocolate semi amargo y en dosificaciones de bocado, por el agujero en el cartón, del viejo y más viejo cartón que puse para reemplazar el vidrio, el mismo que apedree una tarde porque me cayó mal, asi de simple, me cayó mal que se manche todo el tiempo con manchas grasosas de narices de gente fisgona y apurada.
Uno más conquistando el mundo con sabores de alguna mancia pasada de chisme entre las abuelas, además de la sobra de mantener cierto estándar de calidad incluido el entrenamiento ocular para el tono de verde de la hoja, y de que las enfermedades dejen de andar asesinando pollos, si la FAO y sus condenados, es más barato matarlos que curarlos, últimamente el mundo se está sembrado de pollos exterminados por el hombre y no por su gripe, o cosas como esas que parecen no afectar la salud pero si el bolsillo, la subida y bajada del maíz, la competencia del trayecto, el vecino emprendedor de lo mismo que uno emprenda, yo figurita de la calle traqueteando mi sonido peculiar, mi sonido casi pavoroso chirrido de conocimiento público, mi identificación, mi huella auditiva pues, mi vaporera gigante perforando el frio y desatando el babeo por el olor a tamales listos, el tamalero pasa girando sus ruedas de triciclo, de una especie de híbrido diseñado como carro entre alegórico y formula uno, uno es el que empuja, uno es el que se la carga el peso en las piernas.
El precio siempre lo fijara la competencia, últimamente todos hacen tamales, putos políticos hablando de ollas tecnológicas y libres de grasas trans…