Metro-manía
El ciego mercader ofrece un disco compacto en formato emepetrés, fielmente probado y garantizado – el mismo lo escuchó-. Mientras una llanta del metro se poncha, la gente suda, espera y desespera. En otro vagón un hombre masoquista se azota contra los vidrios que él mismo dispuso en el suelo. Un ex-preso pide dinero para no robar a nadie, jura que es bueno, que cree en Dios. Cosas, cositas, cacharros chinos a buen precio –malditos chinos-. Nunca faltan los trucos de magia: hay una moneda, y ahora no la hay. Música, gritos en todos lados como una carpa de circo móvil. Niños pobres de Oaxaca, quimeras con sida en apoyo a una organización de dudosa procedencia. Persecución¡¡¡ boinas negras agitando sus porras, todos huyen como una escena anacrónica de Chaplin. Después de dos o tres kilómetros corriendo en círculos, todo regresa a su estado habitual de bufones y aprendices de magos mediocres, -¿dónde se largo ese conejo?- y mochilas musicales que enorgullecen el excelso imperio de la piratería y poetas urbanos que debieron de haberse tragado todas las palabras de este papel, incluyéndome (puntualizo).