Era un tormentosa tarde de diciembre; la lluvia caía con fuerza sobre el extenso prado que se extendía ante mi, inmenso, cubierto de niebla, silencioso... A lo lejos se apreciaba una llanura más alta que la de su alrededor, y sobre ella un cúmulo de rocas en ruinas.
-Ya he llegado, por fin.
La lluvia y el viento arreciaban, haciendo que mi ropaje se balanceara con violencia hacia atrás, desaciéndome el pelo melena al viento. Decidí comenzar a caminar, despacio, estando segura en todo momento de lo que debía hacer, con paso firme.
Conforme avanzaba hacia las runas la niebla, la lluvia y el viento se intensificaban, casualidad no era, pues si mal no recordaba una antigua leyenda bañaba aquellos bellos parajes.
''Tras meses de viajar por montañas, bosques y los siete mares, la princesa llegó a su destino; tras miles de horas de caminar y caminar, la princes logró contemplar con sus verdes ojos los paisajes de aquella hermosa tierra, exhuberante y fértil como ninguna otra, donde la brisa del mar regaba los alrededores, y el reluciente sol lo cubría todo.
Fue una época feliz, hasta que, como con todo pasa, se torció.
La princesa andó el estrecho tramo que la separaba de las runas, emocionada al ver que su sueño se cumpliría, tras tanto tiempo de espera. Una vez llegó a las primera roca pudo ver las siguientes: conformaban un amplio círculo con dos esferas, una dentro de la otra; allí, en el centro de aquella formación debía esperar a que todos vinieran.
-Oh, por fin obtendré el perdón de mi pueblo-susurró-tras aquella traición nunca he sido capaz de pisar otra vez la ciuda y alrededores.
*La princesa traicionó a su pueblo vendiédolo al reino de al lado por una bella y malvada sonrisa, tras la cual no se escondía más que un sucio negocio de poder*
La princesa, al recordar al que hasta el momentohabía sido el único amor de su vida apretó los puños con tal fuerzo que se marcó las uñas en las palmas de las manos.
Con grata sonrisa recibió al pueblo que se acercaba a lo lejos, em masa. Por fin podría volver a ver a su gente, sus amigos.
Tras un rato de espera, el pueblo llegó hasta la primera línea de las runas, y allí se paró. Comenzaron a rodear la construcción mientras que la princesa mirabaa todos contenta de verles de nuevo.
Para su sorpresa no hablaban, no sonreían, solo la miraban, esperando a que sucediera algo.
-¡Habéis veni...-comenzó a decir.
Un extraño sacerdote de capa roja salió entre la multitud con un antiguo libro, cuya portada contenía un símbolo de magia negra.
-¡¿Qué pretendéis?! que está pasando...-logró decir antes de caer de rodilas al suelo. Algo, no sabía muy bien qué la estaba dejando sin energía. Todo apunntaba a las inteligibles palabras que el sacerdote pronunciaba.
Poco a poco podía sentir como su alma se le iba, como se alejaba de este mundo, traicionada. En sus últimos pensamientos no pasa otra cosa que deseos de venganza, poder volver en otro tiempo para mostrar su ira.
Respiró el fresco aire de la apacible Naturaleza por última vez y cerró los ojos, para no volverlos a abrir.
Ahora yacía muerta''.
Desde entonces el clima había cambiado, la niebla que no dejaba el paso al sol y las contínuas lluvias hacían que cualquier tipo de intento de cultivo fuese en vano. Cuentan viejas personalidades de la ciudad que algunos atardeceres se puede observar a la princesa vagar por los parajes que ante mi se extendían.
Es por ello que ya pocas personas se atrevían a acercarse allí, en el centro de la runa, donde ella ahora se encontraba.
No era en vano aquella superstición; al girarse pudo observar a una mujer, con una rosa marchita entre las manos a la altura del pecho, aquella misma rosa que la princesa cojió para el pueblo; sus ropajes estaban rotos advirtiéndose la pálida piel de ésta. Paralizada decidió avanzar pasito a paso, despacio, para inetntar averiguar el porqué de aquello.
La princesa alzó la cabeza, penetrando los ojos en mi.
Desapareció.
En su lugar dejó aquella rosa marchita,queen su día se alzaba verde y hermosa, como creando un canto a la vida que solo algunos podían llegar a apreciar. Me acerqué la cojí. Justo en ese momento un fuerte estruendo resonó sobre mi. Me tiré al suelo con la esperanza de protegerme cubriéndome la cabeza con las manos.
Allí arriba, en el cielo, oculta entre las nubes se apreciaba una cara que ocupaba todo el campo de visión que abarcaban mis ojos. Era la cara de la princesa, mirábame fijamente, con esos ojos egros y profundos que parecían absorber mi ser.
De rodillas y con las manos sobre el pecho mirando hacia arriba, lamentándome de aquella muchacha que había sido traicionada por sus queridos.
-¡Oh, dulce criatura que vagas por estos lugares malditos! ¡Ven, déjate ayudar! ¡Déjame enrar en ti, calmar tus males y penas! ¡Oh, dulce criatura!-exclamé,
Pareció no surgir efecto aquellas palabras de clemencia, pues la cara empezó a acercarse, abriendo al mismo tiempo la boca hasta quedar deborada por aquella espesa niebla. Me desmayé.
Me desperté con un gran dolor de cabeza. Todo parecía en calma, el sol extrañamente brillaba y una suave brisa viajaba por las laderas.
Había algo extraño en aquel ambiente que me inquietaba. Todo parecía pintado en color sepia por la mano de un pintor en el momento álgido de su esquizofrenia. Todo tenía curvas desmesuradas, colores apagados que inspiraban temor, pero al mismo tiempo se respiraba paz, tenía la sensacion de ser la única persona en el mundo que vivía, que respiraba, que era.
-¿Estoy muerta?-me pregunté- Estoy muerta-afirmé.
Caminé grácilmente hacía el horizonte, más allá de los límites de la lógica, más allá de donde la imaginación puede viajar. A un sitio del que sabía que no iba a volver.