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 La Posada de los Brujos. Capítulo 24.

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Jaime Olate
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MensajeTema: La Posada de los Brujos. Capítulo 24.   La Posada de los Brujos. Capítulo 24. Icon_minitimeMar Feb 14, 2012 3:47 pm

Capítulo 24

La Efectividad de la Medicina de María.
Ante la frase “hermosa princesa”, Lucas miró a la enferma: “Sí —pensó—, es sorprendente, pero detrás de esos gruesos marcos de los lentes, tiene hermosos ojos azules”.
Su aguda vista descubrió otros detalles que no había visto antes. El rostro de Gina estaba delicadamente dibujado y con sorpresa, un poco herido en su sentimiento de artista por no haberlo notado antes, vio que su nariz fina era del tamaño ideal para su rostro y que sus labios carnosos producían sentimientos encontrados de admiración y él, como varón, pensó que estaban hechos para besar.
La joven, silenciosa como siempre, hizo una pequeña y automática inclinación de cabeza a modo de saludo a todos los presentes. Tomó asiento y, sin que se sorprendieran don Rufo y el primo Carlo por el hecho, José y María se sentaron también a la mesa a ambos lados de ella.
Lucas sintió un cosquilleo en su lengua, entonces supo en forma inequívoca que debía hablar con María, la médica indígena.
—María, perdone usted —la mirada dura de la mujer dejó paso a la sorpresa, no pensó nunca que el joven investigador le iba a dirigir la palabra—, supe que la doncella Lupita estaba enferma y que usted la trató con su ciencia médica natural. ¿Cómo está la muchacha?
Con su rostro impenetrable, la aborigen cruzó sus brazos y clavó su mirada en el joven.
—Mira, Lucas, vos eres huinca (blanco) y no entiendes que mi medicina no es la que conoces. La madre tierra nos da todo lo que necesitamos para vivir; los huincas sólo buscan la sanidad del cuerpo, el mapuche busca que el espíritu sane también.
—María, he visto tu medicina casi milagrosa —intervino Carlo—, has sanado con tus conocimientos a mucha gente, pero tienes un caso que no has podido hacer nada, mi prima Gina.
—Huinca Carlo, todavía no entiendes que no soy yo quien sana, sólo soy un instrumento en las manos de Dios, él es quien hace la sanación. Uno de estos días te darás cuenta que ella está sanando; no debe hablar con nadie más que conmigo, no debe cortar la soga que nos une.
Todos escuchaban con interés tal declaración de la misteriosa araucana.
—Su mente y su cuerpo están respondiendo a los ruegos ante el Todopoderoso de esta humilde machi.
Asombrado por tan largo discurso de María, Lucas sintió que sus cabellos se erizaban.
—María, ¿usted está diciendo que es una machi, una médica de su pueblo, lo que llamamos una chamán?
La nativa asintió suavemente con su cabeza con un aire majestuoso, consciente de su poder.
La señorita Matilda, que se dio cuenta de la excitación del joven pintor, también habló.
—Señor De los Ríos, no creí necesario decirles que otra de las razones por la que María se quedó con nosotros, cuando venía a visitar a su esposa José que desde hace años efectúa su oficio de jardinero, fue el hecho que los médicos, neurólogos y siquiatras no pudieron sacar de su enfermedad a nuestra sobrina después del accidente que le costó la vida a su padre. Ella estaba aquí cuando Gina fue traída desde la clínica donde estuvo internada muchos meses sin resultados positivos.
—Los médicos están de acuerdo que nuestra niña puede salir de su estado en forma espontánea y en cualquier momento; su estado de ausencia aparente pudo haber sido causado por un golpe en la cabeza o por un trauma sicológico.
Calló momentáneamente la matriarca de la casa Carusso, como para ordenar sus ideas.
—Fue extraño cuando María habló a Gina —continuó—, ésta se puso a temblar y a gritar contra el “demonio” que la atormentaba, pero nuestra amiga con su raro poder tomó su cabeza y le habló suavemente. La muchacha se calmó y desde entonces se está tratando con la medicina mapuche y no ha vuelto a tener esos cuadros histéricos, si usted quiere, salvo aquel episodio en su exposición pictórica, llegando a desmayarse.
Carlo, curioso, comentó.
—Pero tía, yo la veo igual desde el accidente de mi tío Marcelo; además, apenas habla.
Doña Matilda, siempre indulgente, sonrió.
—Querido Carlo, veo que ignoras muchas cosas, entre ellas que nuestra Gina habla con nosotras, pero no recuerda qué ocurrió en el accidente donde falleció su padre.
Para hacer una demostración se dirigió a María, la curandera.
— ¿Puedo hablar con ella?… Bien —mirando de cerca a los ojos de la muchacha—, ¿cómo te sientes, querida Gina?
Sorprendentemente la enferma levantó su vista hacia su tía y esbozó una bella sonrisa.
—Me siento bien, tía Matilda. Gracias.
El silencio que siguió a su melodiosa voz los pocos segundos que duró, se hizo eterno. La sorpresa de los cuatro visitantes fue tan grande, que don Rufo casi saltó para aproximarse a ella.
—Mi niña, no sabes la alegría y el alivio que siento al escuchar nuevamente tu agradable voz.
Su primo Carlo, boquiabierto, debió tomar aire aparatosamente.
— ¡Extraordinario! ¡Lo que no pudieron sanar los señores doctores lo consiguió una machi —su regocijo era tanto que la abrazó con lágrimas en los ojos—. Primita querida, de nuevo podremos jugar tenis, cabalgar, ir a la nieve y explorar como lo hacíamos con nuestros amigos.
La sorprendente muchacha hizo juguetear una leve sonrisa en sus labios.
—Sí, Carlo, es posible.
María, la chamán, levantó una mano.
— ¡Basta! ¡Déjenla tranquila! —su voz imperiosa acalló al resto de los asistentes—. Todavía falta lo más importante: que recuerde qué le causó tal daño a su espíritu, si fue el golpe en la cabeza o vio algo horrible. Sólo así su alma estará definitivamente sana.
Todos se miraron entre sí y, en tácito acuerdo, callaron. Checho miró a su amigo, pero Lucas había entrado en una profunda meditación, con su entrecejo fruncido y la manía de acariciarse su pequeña barba.
La escena era extraña, todos callaban, la joven dejó de sonreír y entró en su acostumbrado mutismo. El silencio se hacía largo e insoportable, sin embargo la hábil anfitriona, doña Matilda, tocó la campanita de cristal y prestas aparecieron Nalda y Lupe.
—Hijas, por favor —con voz suave y afable la dueña de casa se dirigía a las bellas criadas—, díganle a Gabriela que prepare una cena liviana para esta noche que será calurosa otra vez.

(Continuará: “Más Pistas”)

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